Smotrich tiene razón: Ben Gurión la pifió *

“Si tan sólo hubiera Ben Gurión terminado en el 48 su tarea separando, como es debido, la religión del estado, tendríamos un país diferente. Un país con alguna posibilidad de normalidad”, dice B. Michael en este fuerte artículo editorial publicado en el diario Haaretz.
Por B. Michael. Traducción: Margalit Mendelson

En ocasiones, hasta un degenerado dice una verdad. Es lo que recientemente sucedió con Bezalel Smotrich desde el estrado de la Kneset (el 13/10 gritó a los diputados árabes, cuando se trataba la Ley de inmigración, que Ben Gurión no terminó la tarea en el 48, que debió echarlos a todos los árabes entonces). Después de quemada la basura  racista que ardió con sus palabras, quedó sólo el pequeño carozo que encierra una gran verdad. “Ben Gurión”, dijo, “no completó el trabajo en el 48”. Y es cierto. Absolutamente cierto.

Bezalel Smotrich

Aunque en el área infame que humedece los sueños de Smotrich, Ben Gurión hizo el trabajo con demasiado celo (al despojar a árabes de propiedades). Ojalá no hubiera incurrido en ello del todo, pero en lo que hace a la fundación del Estado y la orientación de su derrotero futuro, decididamente no completó la tarea. De hecho, la pifió en grande.

En el momento definitivo, al formar el primer gobierno, se vio superado por su arrogancia, exceso de autoestima, asombrosa ceguera histórica y miserables considerandos políticos, y llevado por su anhelo de alejar a Mapam de posiciones de poder, decidió incluir en su gobierno al Frente Religioso Unido, que cobijó a todos los partidos religiosos. Es decir, Ben Gurión optó, deliberadamente, por decir NO a la separación de la religión del estado. Con ello, efectivamente, “no completó el trabajo” y creó un ente defectuoso y confuso. Una criatura mitad democrática y mitad teocrática que sufre de una tendencia congénita a la bipolaridad enfermiza.

La primera lamentable distorsión se puso de manifiesto enseguida: a pesar del compromiso expreso que consta en la Declaración de la Independencia, no se estableció una Constitución. Los religiosos se opusieron. La Constitución se enterró. Y eso fue sólo el principio. Después, la religión fundó su propia corriente educativa, un Rabinato insaciable y poderoso, un sistema legal cuyos jueces están exceptuados de fidelidad al Estado, generaciones de holgazanes financiados, y lo peor: dominio absoluto de las llaves de entrada al pueblo judío en Israel. Así, la democracia se fue desarticulando. La teocracia se fue expandiendo.

Y entonces llegó la derrota de la victoria de los Seis Días. El demonio religioso (Nota de la Redacción: en Israel se habla de “Hashed haadatí”, hablando del demonio étnico que divide a la sociedad. B Michael modifica levemente la pauta y habla de “Hashed hadatí”, el demonio religioso]) perdió toda su cordura y sus barreras. La sabiduría de dos mil años (“La esperanza de dos mil años” reza el himno nacional) fue revoleada contra las piedras del Muro, la experiencia de generaciones, arrojada a las tumbas sagradas, y el hedor cundió. Jóvenes con hormonas reprimidas empezaron a desahogar sus instintos para agilizar la llegada del Mesías y ensañarse contra indefensos. Bandadas de rabinos ebrios de poder alentaban y azuzaban. Así nació Gush Emunim [en 1974]. Así nació Hamajteret Hayehudit (N. de R.:  terrorismo de grupos clandestinos contra la población árabe, descubierto a principios de 1984]. Así nació Jarda¨l (jaredim leumiim, ortodoxia nacionalista). Y así también nació el asesinato de Rabín, un asesinato “halájico”. Un asesinato para santificar el nombre de Dios (Kidush Hashem). Un asesinato casi de culto.

Aun reconociéndole a la derecha, a Bibi y a sus hordas su indiscutible capacidad de incitar al mal, Igal Amir no militaba en sus filas, no era a ellos a quienes obedecía sino a sus rabinos y a la “Sentencia al perseguidor” (según la ley talmúdica si alguien te persigue para matarte, debes matarlo) que ellos emitieron. El hecho de que los seguidores del camino de Igal Amir hayan arribado al Parlamento es efectivamente bochornoso, pero el verdadero peligro  no reside en ellos sino en quienes les marcaron el camino. En sus maestros, sus “pastores espirituales”, los rabinos del mal de Yesh”a (Yehudá ve Shomrón, Judea y Samaria, los territorios ocupados). Y ellos, para gran oprobio, están libres como pájaros. No se les ha caído un solo pelo. Impunemente siguen envenenando con sus enunciados racistas, horadando los restos de cordura y racionalidad y criando más y más fanáticos, oscurantistas y corroídos por el odio.

Si tan sólo hubiera Ben Gurión terminado en el 48 su tarea separando, como es debido, la religión del estado, tendríamos un país diferente. Un país con alguna posibilidad de normalidad. Una democracia sin partidos religiosos, con transporte público a diario, y los Smotriches, Ben Gvires y la variedad de rabinos envenenados estarían fuera de la ley, o tras las rejas.

Pero, Ben Gurión no completó la tarea, y así es como hemos llegado hasta aquí. La próxima vez tendremos más cuidado.

* Haaretz, 26/10/2021