Reflexiones a partir del encuentro realizado por la Agrupación Judía Diana Aron (AJDA).

Sueños e ilusiones migrantes para un nuevo Chile

Una joven madre con su bebé, y solo una mochila a cuestas, atraviesa el continente para reunirse con su marido en Chile. Un hombre se siente sin alternativa más que dejar a su pareja y pequeños hijos y emprender viaje para buscar sustento económico en el sur. Una mujer que nunca ha dejado la zona rural de su isla-país sube por primera vez a un avión, y se sienta al lado de un universitario del mismo país que una vez pensó tener todo un futuro por delante; ambos esperan dejar atrás una precariedad e inseguridad cotidianas. Son botones de muestra de historias multiplicadas por miles, de migrantes que han llegado a Chile en los últimos 10 años. Son bastantes las variantes de tales historias, pero una vez en el país, muchas historias convergen en frustrados anhelos de una vida mejor ante una dura realidad, precarizada por una estigmatización entramada por el estado.
Por Maxine Lowy

El encuentro “Sueños e ilusiones migrantes para un nuevo Chile,” realizado el 14 de julio en plataforma virtual por la Agrupación Judía Diana Aron (AJDA), propuso profundizar en lo que impulsa a los migrantes recientes, sobre todo a venezolanos y haitianos, a migrar a Chile; aproximarnos a lo que caracteriza la discriminación sistemática que enfrentan, y explorar los pasos necesarios para derrumbar esa marginalización. Los dirigentes de las comunidades migrantes Catalina Bosch, Najim Noriega, y Jean Claude Pierre-Paul junto a la académica María Emilia Tijoux reflexionaron sobre estos temas.

El marco de esta exploración surgió de la experiencia migratoria judía. Y La fecha del foro coincidió con el aniversario de la Conferencia de Evian, llevada a cabo entre el 6 y el 15 de julio de 1938 en un pintoresco pueblo de ese nombre, a las orillas del lago Ginebra. El destino de millones de judíos quedó sellado en parte por la decisión que tomaron los delegados de 32 países: todos, salvo dos excepciones, declararon no poder admitir más refugiados judíos y se negaron a emitirles visas. Para los alemanes, la conferencia representó una luz verde para escalar sus políticas represivas. Cuatro meses más tarde, en la noche del 9 de noviembre, los alemanes ensayaron su mano dura con ataques masivos a las comunidades judías, hecho conocido como el Kristalnacht.
En base a este contexto de vulneración de las comunidades judías de Europa, en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos consagró el derecho de las personas de buscar mejores horizontes más allá de las fronteras de su propio país. Posteriormente, la Declaración de Cartagena de 1984 reconoció la condición de refugiado humanitario a quienes, por las condiciones insostenibles que merman la calidad y seguridad de vida, huyen de sus países.
La Agrupación Judía Diana Aron cree que en base a estos hechos históricos surge un mandato ético que las comunidades judías deben asumir hacia los migrantes y refugiados de hoy. En particular, se hace necesario pronunciarse en Chile en vista de la estigmatización sistemática de parte del estado, en la última década, cuando se convirtió en el destino mayor en Sudamérica para migrantes Latinoamericanos y del Caribe.
Entre 2000 y 2017 la población migrante de Chile aumentó un 176% (hoy son 455.000 de Venezuela, 249.000 del Perú, y 73.000 de Haití). En aquellos años las fronteras abiertas eran habituales en gran parte de Sudamérica y en Chile también, donde solo se requería un carnet de identidad para ingresar al país. Con la llegada de miles de migrantes, el Estado chileno empezó a implementar medidas duras y discriminatorias para impedir el ingreso y obstruir la integración al país. Esto culminó con expulsiones colectivas, primero, en 2017, disfrazadas como el «retorno voluntario» de haitianos, y luego, en 2021, con la abierta deportación de venezolanos, en condiciones inhumanas, que anulan su identidad humana.

Con asombro, Najim Noriega observa las deportaciones de sus conciudadanos. El dirigente de Miranda Intercultural, grupo que aboga por migrantes venezolanos, contempla cómo la animosidad hacia los extranjeros alcanzó tal extremo. Hace 12 años, cuando él llegó a Chile, los venezolanos atraían la curiosidad de los chilenos porque no era común escuchar el acento caribeño. Cuando dejaron de ser pocos, “llegamos a ser una carga,” dice Noriega. “Dejamos de ser simpáticos cuando llegaban muchos y en condiciones paupérrimas”. Agrega: “Se sacrificaron mucho por venir a este país. Las expectativas que tenían eran altas, puesto que Chile se veía bien desde el extranjero. Se vendía como un país desarrollado, que tiene todos los problemas resueltos. Uno pensaba que allá nos van a tratar bien. Por eso el choque fue mucho peor”.
Noriega recuerda que desde el presidente Piñera mismo, se animó a los venezolanos a emprender un camino que resultaría ser lleno de trampas ocultas. La visa de responsabilidad democrática que se extendió a los venezolanos nunca cumplió su objetivo. “Al contrario, fue una forma de trancar el acceso a los venezolanos. Al principio llegaban por vías regulares, hasta que se empezó a exigir visas consulares las cuales nunca aprobaban”. En el último año se cancelaron sin motivo más de 100.000 solicitudes de visa – de reunificación familiar, de trabajo, y de estudio – un proceso que culmina con las expulsiones que iniciaron este año.

«Todos hemos sido migrantes»
A Catalina Bosch, integrante de la Coordinadora Nacional de Migrantes, le produce un nudo en la garganta el ver las imágenes de refugiados judíos que muestra el video con el se dio inicio al foro, quien comentó que “este espacio se construye a partir de personas que valoran sus historias de refugio y migrantes”. Esta hija de madre exiliada por la dictadura chilena y nieta de exiliado dominicano que llegó a Cuba, llama a que “no hablemos de ‘esos’ migrantes, sino de nosotros y nosotras porque todos hemos sido migrantes, ya sea en nuestra propia carne o a través de otras y otros que decidieron o se vieron obligados a buscar otro país en donde vivir”.
Bosch recalca, “Una y otra vez me digo: ¿Cómo es posible que pongamos las fronteras y pasaportes por sobre la humanidad? ¿Cómo es posible que seamos capaces de poner en riesgo una vida humana por faltarle un timbre en un papel? Es una tarea, un compromiso que nos convoca como seres humanos. No hay ningún motivo, ni racial ni económico, ni socio económico, ni ideológico, ni cultural-lingüístico, ni religioso que pueda poner en riesgo un ser humano si nosotros abrazamos esa humanidad y le damos cobijo”.
Esa falta de humanidad lo siente en los poros Jean Claude Pierre-Paul. Sus antepasados fueron “migrantes que nunca desearon dejar África para venir a América”. Y Chile fue uno de tantos países que quedaron en deuda con Haití al prometer estabilizar el país. Como parte de la Minustah (Misiones de Estabilización de la Naciones Unidas en Haití), durante 13 años a partir de 2004, Chile envió más de 13 mil efectivos militares y policiales. Los representantes de ese “país ordenado”, animaron a los haitianos a que encontrarían una mejor calidad de vida y oportunidades en Chile. “Salimos para ver que tan ordenado es el país de Chile, que viene a ordenar el nuestro, viene a educar, a mostrarnos el camino, ya que nosotros no sabíamos el camino”.
Pero la presencia de haitianos y haitianas incomodaba a Chile. “Nos encontramos con el gran rechazo a la vida, a los seres humanos.” De un lado, porque encarnan el recuerdo de los 300 niños y niñas engendrados por soldados chilenos en Haití, y de las obligaciones incumplidas hacia sus madres violadas. Por el otro, empaña “el sueño de Chile de ser europeo”, afirma Pierre-Paul. “Aquí estamos los que nunca pensaron que nos íbamos a encontrar cara a cara en el patio de su casa”.
La académica María Emilia Tijoux, de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la Universidad de Chile, posicionó el problema en un contexto mayor, profundamente arraigado en la cultura e historia chilenas que generan instituciones y políticas públicas discriminatorias y racistas. “Hay que pellizcar la historia para entender lo que ocurre en la actualidad”, dijo. A la vez, señaló: “Es un sistema de dominación que contiene una ideología, y postula la idea de razas todavía, de una desigualdad terrible porque es una desigualdad naturalizada. Está allí para justificar la súper explotación. Considera a un ser humano como un objeto que es productivo para producir desde jabones hasta cojines”.
“Tal como la esclavitud, el racismo hoy se observa por debajo, destinado a personas migrantes y sus descendientes”, recalcó Tijoux. “Es decir que no solo a quienes llegan en condición migratoria sino a sus hijos (nacidos aquí) siguen con esa marca terrible. Y los seguimos colocando en un lugar de deshumanización”.
¿Cómo imaginar un futuro conjunto, pluricultural? ¿Y cómo podemos aportar a des-construir la estigmatización de los migrantes desde nuestra vida cotidiana?

“Nosotros los refugiados” (Hannah Arendt)
Los cuatro participantes del encuentro de AJDA han puesto su esperanza en el proceso constitucional que se inició en Chile. Casi 40 constituyentes electos adhirieron a un compromiso formulado por la Coordinadora de Migrantes, a incorporar migrantes desde la perspectiva de derechos en la nueva carta magna. Bosch fue candidata a constituyente y a pesar de no haber ganado, permanece activa en pos a ese objetivo.
Para Noriega, “la convención constitucional es fundamental para elaborar nuevas formas de relacionarnos. Es importante que los chilenos entiendan que somos migrantes en toda su diversidad y que nuestros derechos valen igual que los de cualquier persona. Espero que el país sea mejor para todos”.
Humanizar a los y las migrantes, señalan los panelistas, debería ser la primera escala de un largo camino adelante. “Ojalá seamos más humanos en el plano cotidiano y veamos que el migrante es una persona”, acota Pierre-Paul.
Tijoux también apunta a “trabajar por la humanización”. Afirma: “Piñera dice que hay que ordenar la casa, como si fuera su propia casa. Pero no, esta casa es una sociedad conformada por una cantidad de personas que han llegado en distintos momentos de la historia de Chile, que hoy están aportando desde sus propios conocimientos, particularidades, y singularidades”.
En 1943 Hannah Arendt vivió de cerca lo que significa ser inmigrante. Durante el encuentro virtual, la especialista en la filósofa judía, Paula Calderón, leyó un extracto del artículo “Nosotros los refugiados”, publicado en Nueva York, en el cual Arendt reflexiona desde su propia vivencia:
…Perdimos nuestro hogar, es decir, la cotidianidad de la vida familiar. Perdimos nuestra ocupación, es decir, la confianza de ser útiles en este mundo. Perdimos nuestra lengua, es decir, la naturalidad de las reacciones, la simplicidad de los gestos.
[…] Hubo un tiempo en el que podíamos comprar nuestra comida y entrar al metro sin que nos llamaran indeseables.
[…] Hacemos todo lo posible para encajar en la vida estadounidense, en un mundo donde tienes que ser políticamente circunspecto cuando vas a hacer las compras. Sin embargo, aquí nadie sabe quién soy.
Si las palabras de Arendt aún resuenan, casi 80 años después, entonces acerquémonos para escuchar las experiencias de vida y viaje del migrante, quien nos entrega una comida a domicilio, quien limpia los pisos del supermercado, y llena el tanque del auto. Si sus historias resuenan para nosotros, descendientes de inmigrantes y refugiados, entonces las comunidades judías han de hacer suyas la defensa de los derechos de los migrantes de hoy. Porque sabemos, por experiencia propia, que cuando se marginaliza al grupo más vulnerable de la sociedad, pronto se puede afectar a todos.

El Foro Sueños e ilusiones migrantes para un nuevo Chile puede ser visitado en https://youtu.be/fzSmfs3sLq0