Anticipo

Memoria e identidad: las avenidas del barrio judío en la ciudad literaria

En una presentación conjunta de Acervo Cultural Editores (Buenos Aires) y Ediciones Hispamérica (Maryland, EE. UU.) se presenta el nuevo libro de Ricardo Feierstein sobre el puente ideológico que la ficción de los escritores judíos latinoamericanos en el último siglo posibilita para entender la cambiante identidad de sus representantes, a medida que se suceden las generaciones y se modifican los entornos. Presentamos como adelanto uno de los capítulos del libro.
Por Ricardo Feierstein

AVENIDA 2

                   MEMORIA LINGUÍSTICA: RETAZOS Y NOVEDADES

La segunda avenida, más amplia y extendida, sigue siendo elíptica. A ella llegan de manera radial los idiomas traídos de ultramar (idish, hebreo, djudesmo) y parten otras calles de la siguiente generación: casteidish, castehebreo, valesko, así como las voces locales: español argentino, lunfardo, voces indígenas.

Todas las lenguas cambian a través de los años, sin razón aparente para ello, y con más aceleración en aquellos lugares que reciben en su territorio a grupos ajenos a su cultura, o se ponen en contacto por proximidad con otros pueblos y otras lenguas. Además, toda lengua crea constantemente formas de expresiones de las cambiantes condiciones de vida que la comunidad que la utiliza va experimentando. Y es mediante la lengua que el habitante se apropia del lugar donde vive.

Por su función como sistema de comunicación, la lengua contribuye a la integración social mediante la transmisión de las normas tradicionales de cada cultura. En estrecha interacción con la parte no linguística, organiza y simboliza la realidad de acuerdo con determinados paradigmas de época, que los medios de comunicación contribuyen a uniformar, en la etapa de la globalización. En este caso, los idiomas judíos traídos por los inmigrantes -idish, djudesmo, quizás hebreo- se decoloran con el paso de las generaciones y quedan limitados a grupos de estudio o amantes de la lengua, pero se debilitan como medios de comunicación cotidianos o literarios.

Sobre el tema de las variaciones idiomáticas y los glosarios, ello puede también relacionarse con el “español neutro” que exigen a sus autores las grandes corporaciones multinacionales que monopolizan en este siglo la industria del libro en América Latina, cuyo negocio se basa en vender en todos los países de habla española los productos que fabrican en uno de ellos, sin que el comprador se encuentre incómodo ante un lenguaje del que desconoce algunas expresiones localistas.

  1. Relata, al respecto, el escritor argentino Marcelo Birmajer, la siguiente anécdota: “Cuando uno de mis libros se publicó en Colombia, no sólo había que explicar las palabras en hebreo y en idish, sino también las que estaban en “porteño”. Por ejemplo, la palabra remera. Como los colombianos no usan esa palabra, una correctora entendió “ramera” y eso transformaba toda la escena. Afortunadamente, el problema quedó subsanado en las pruebas de galera…. Yo estoy de acuerdo en incluir glosarios que expliquen a otros lectores las variaciones idiomáticas que pueden resultar conocidas en el país de origen.”[i]

En la producción literaria judía latinoamericana, sería posible elaborar un Diccionario particular con retazos de todos esos idiomas (idish, lunfardo, djudesmo, hebreo y otros) que formaron parte del crecimiento de esos escritores, los mismos que, hoy, pretenden recuperar en su producción algunas muestras de esa historia.

Para hijos y nietos de inmigrantes judíos llegados a América Latina, los sonidos del idish europeo agregados a las voces locales forman parte de su infancia o de una memoria que pudo anclar, en ese punto, sus deseos de no despegarse del pasado. Más allá de aprender- con mayor o menor dificultad- el idioma de la nueva patria, ni los inmigrantes (ni, muchas veces, sus sucesores) pudieron renunciar totalmente a los contenidos intraducibles de su antigua lengua. Palabras, frases, refranes y apodos se constituyeron en fragmentos naturales de su lenguaje cotidiano (y partes esenciales de su cartografía del alma). El idish fue para muchos de ellos un lugar para ubicar tradiciones, recuerdos, ideologías; su territorio imaginario, su casa portátil. El camino para relacionarse con otras culturas y, al mismo tiempo, la nostalgia de incluir en sus obras palabras de un idioma materno (mameloshn) que acude a retazos de la memoria colectiva.

 

En cada reunión de judíos- pero, muy a menudo, en cualquier lugar donde se encontraran-, los idish parlantes sentían que sus lenguas emitían, sin pedirles permiso, esas palabras y giros tan precisos que venían desde el pasado y ayudaban a completar la riqueza expresiva de lo que querían transmitir. Este idioma mixturado puede denominarse casteidish y, hasta el día de hoy (aunque en franca disminución ya que, como se dice, la historia y la literatura idish son mucho más numerosas que los hablantes actuales), es frecuente escucharlo en los lugares más disímiles desde portadores quizás involuntarios, pero a quienes el uso de esta jerga bilingüe les otorga un profundo sentimiento de pertenencia a la “tribu”. También aparece en muchas narraciones de las últimas décadas, como en el caso explícito de Mario Szichman (Buenos Aires, 1945), quien ha distribuido generosamente vocablos en ese idioma en prácticamente todos los tomos de su notable saga novelística alrededor de una familia judía que desea asimilarse, los Petchoff, en los años del primer peronismo argentino. Así sucede, especialmente, en “Crónica falsa” (1969), Los judíos del Mar Dulce” (1971) y “A las 20.25 la señora entró en la inmortalidad” (1981), donde un mínimo conocimiento del idish coloquial- que, además, no es traducido de inmediato en el texto- produce enorme regocijo a lectores avisados, que recuperan en esos retazos de lenguaje una manera de ser y de pensar, de bromear y de vivir, imposible de explicar con el idioma español del diccionario. Un fragmento de su prosa dará idea de esta conjunción de retazos idiomáticos:

“- Todas las shicses son de esas. Primero fuman mucho y después, por cualquier cosita: ruso.

Salmen explicó que le gustaban las nueras judías porque hacían gestos aceptables y tenían un buen pan dulce. En cambio, las goies eran impredecibles y de caderas estrechas.

– Vos porque no la conocés- alegó Ron.

– ¿Sabés quién es don Guido?- preguntó Salmen.

– ¿El peluquero?

– Sí, es un tipo muy especial.

Erfonfen– dijo Ron. -Se te para detrás de la oreja y meta soplar la nariz como un caballo.

– Sí, pero ¿viste como asienta la navaja en una correa? Eso se llama tener clase. A las shicses les falta clase. (…)

– No hay nada que pensar. Me caso con ella.

Schoin, genug– estalló Salmen. -Te me vas de casa. Y cuando tu hijo te diga ruso, vos decile: el que te la puso.”

Un ejemplo que conserva cierta simetría con el anterior corresponde a aquellos judíos latinoamericanos que abandonaron su país de origen. La nostalgia, a veces, recorre caminos idiomáticos de reencuentro con ese pasado, como ocurre con Pedro Szylman (Buenos Aires, 1931- Haifa, 1998), un médico nefrólogo argentino de renombre internacional, que pasó la segunda parte de su vida en Israel. Desde joven, había sido un gran bailarín de tango- incluso, costeó sus estudios enseñando esa danza en una academia- y un amante del lunfardo, ese slang porteño cuyo origen se divide entre barrial y carcelario, pero que identifica a todo el que maneje esa jerga exclusiva fuera de los límites bonaerenses.

Szylman llegó a escribir dos entrañables libros de poemas en castellano y lunfardo- “Viaje en bandoneón” (1993) y “Las cuarenta” (1998)-, donde permitió a sus recuerdos emprender un viaje entre el pasado y el presente que mencionan un barrio muy característico de la ciudad, Jesús, el fútbol y el hipódromo: “Solo en el séptimo día, de mañana tengo,/ las campanas que como en Jerusalem, aquí en Balvanera,/ hacen volar la leyenda/ de la madre y el niño milagreros./ Y en las tardes de la ciudad vaciada/ reconozco el estampido del gol,/ el unánime, colosal bramido/ y el final de demonios en Palermo.” Y, un poco más adelante, hace referencia al baile del tango: “Dios no me necesita para cuidar a Jerusalem,/ pero me ordena teclear en una cintura/ y dibujar el ocho,/ para que mi gamba derecha no se seque.”, para terminar con una declaración de amor a ese retazo de idioma que lo conecta con su historia y sólo será descifrado por los porteños diseminados por el mundo: “Mi noble lengua lunfarda,/ idioma de elegidos,/ de los que fueron entendidos/ en engañar la busarda.// Fuiste código del reo/ y aguantadero del chorro/ y batís con gran ahorro/ de sobrado parlamento/ el mishio sentimiento/ que reina en todo cotorro…”.

Para aquellos autores de origen sefaradí- descendientes de aquellos expulsados de España en 1492 y, por extensión, de los provenientes de Turquía, Grecia, Bulgaria o Italia- en cuyas casas se hablaba djudesmo o judeo-español, el hecho de manejar un lenguaje tan similar al de los nuevos países de residencia hizo aparecer un fenómeno de isolalia. La similitud con el castellano americano hizo que en poco tiempo ambos se confundieran y muchos términos de la lengua original pasaron al olvido en apenas una generación. Recién en los últimos veinte años se produjo- en todo el mundo- un movimiento de recuperación de los matices de esa lengua extraviada, particularmente por parte de los sectores intelectuales.

El arquitecto Luis Norberto León (Buenos Aires, 1943) publica mensualmente, desde 2002, la revista digital “Sefaraires”, donde reproduce poemas, refranes y estudios lingüísticos sobre el djudesmo; ha escrito, además, varios relatos premiados que incluyen vocablos en ese idioma. El poeta Carlos Levy (Mendoza,1942), en honor y recuerdo de sus padres y abuelos, publicó una completa traducción al djudesmo del poema épico argentino, “Martín Fierro” (2005), cuya conocida primera estrofa resuena ahora de esta manera: “Akí me meto a kantar yo/ al tanyer de la gitara,/ kualo al ombre lo apanya/ un penserio ingrandesido,/ bilbiliko solitario/ kon el dizir se konsola.”

Graciela Tevah de Ryba (Buenos Aires, 1941) escribe cuentos en djudesmo, en este caso recordando las andanzas de una famosa bailarina, Madame Millí, en el mítico bar “Izmir” de Villa Crespo, en las primeras décadas del siglo XX. Un fragmento de esa recreación señala:

“Los sábados por la noche bailaba en el Izmir y voy a contarles lo que pasó una vez. Antes que la odalisca baile, la música griega y turca ayudaba a ambientar junto al rakí, que muchos se ponían preto kandil de beberlo. Esa noche había mabulanaá de musafires del barrio y otras partes de la ciudad esperando ver a la afamada Madam Millí.

“Estaba don Yako Alazraki el que arreglaba chapines i chismés, el kalailadjí don Liachón Estrugo, don Isak Pérez el iogurchik, vecinos de la calle y familiares, hasta el doctor Levy de los chitkitikos del kuartier, dninguno kería piedrerse a la odalisca.

“Los chalguilguíes estaban listos y sentados con el kanún, lúd i dumbelek cuando empezaron a tanyr, ella estaba asperando detrás de la cortina de chifón roja, la abrieron y saliendo comenzó a bailar, ¡entresalidos estaban todos! ¡con qué estilo meneaba las caderas, manos y brazos llenos de maniyas!”.

También el castehebreo figura entre estos retazos idiomáticos a los que recurren algunos escritores latinoamericanos. La creación del Estado de Israel (1948) introdujo, en la continuidad del judaísmo, la sustitución lingüística del idish por el hebreo – después de un extenso y doloroso debate- donde influyó la emergencia de una cultura estatal más organizada y sistemática.  Esta incorporación de la enseñanza del hebreo en la red escolar judía y la creciente identificación con el nuevo país generaron otra jerga que otorga exclusividad y pertenencia, esta vez con una mezcla diferente: el castehebreo. Tanto en los movimientos pioneros sionistas, en muchas escuelas y muy regularmente en instituciones judías organizadas, las voces sueltas en hebreo se incorporan de manera casi natural a las conversaciones, a veces por la dificultad de encontrar un exacto sinónimo en castellano, otras -las más- porque el vocablo emitido en la lengua bíblica está cargado de connotaciones -pasadas y presentes- que los hablantes exhiben como la camiseta del club de sus amores. Y, de allí, a la literatura.

Así recuerda Etel Chromoy (Buenos Aires, 1930-2008), en su novela “Un barco azul y blanco” (2006), su estadía en un movimiento educativo sionista, respetando rigurosamente la manera de hablar de la época, que documentó en sus Diarios de adolescencia: “Hacia marzo de 1945 me invitaron a formar parte de una kvutzá. Se llamaría Ein Jarod. Las edades eran muy disímiles, pero no había alternativas, no había número de jóvenes suficientes para constituir dos grupos. Por la kvutzá pasaron en poco tiempo numerosos javerim.(…) Por ser el Dror una organización jalutziana, la educación tiene un fin primordial: que las kvutzot realicen su hagshamá, previo paso por la hajshará. A la hajshará deberían acceder quienes estuvieran consustanciados firmemente con la faz ideológica (…) renunciar al individualismo y las comodidades de la vida en el galut.”

En mi carácter de editor, tuve que realizar ingentes esfuerzos para convencer a la autora de la necesidad de un Glosario (“no hace falta, todos hablábamos así y nos entendíamos”, contestó al principio). Brevemente, hizo falta traducir a pie de página las palabras hebreas kvutzá (célula, grupo); Ein Jarod (nombre de uno de los primeros kibutzim, comunas agrícolas en Israel); javerim (compañeros); hagshamá (realización); hajshará (campo experimental) y galut (diáspora). Y se trataba de un fragmento breve y sencillo pero, como vemos, con “retazos” de hebreo intercalados de continuo.

Este parece un fenómeno muy extendido entre los sionistas de la diáspora, por llamarlos así. La culpa subyacente por esa promesa -u obligación- de inmigración a Israel que no fue cumplida adquirió diversas formas. Una consistió en aprender algo de hebreo – viviendo en Argentina o Estados Unidos o Francia- y manejarlo mezclado con el idioma del lugar, para hacer como si estuvieran viviendo en Israel (operación muy frecuente en las patologías que estudia el psicoanálisis). Pasando buena parte del día entre judíos sionistas y manejando esa jerga del castehebreo que les resultó prenda de unión y reconocimiento, lograban -casi siempre- compensar afectivamente su falta de cumplimiento a la regla básica de la ideología que decían haber asumido[ii]

El escritor Marcelo Birmajer evoca una experiencia de su escuela primaria judía, en los comienzos de la década del ’70, de la siguiente manera: “La historia transcurre en el colegio Doctor Herzl, una institución judío-laica donde cursé hasta el cuarto grado de la escuela primaria. No pasé de cuarto grado porque el estudio simultáneo del inglés, el hebreo y el castellano, sumado a una confusa situación familiar, me dejó varado en una dislexia consistente en escribir el castellano de derecha a izquierda, como el hebreo; y el hebreo de izquierda a derecha, como el castellano. Sin duda podría haberme presentado como atracción en un circo grafológico, pero no era la habilidad más indicada para cursar regularmente el cuarto grado.”[iii]

 Existen, por cierto, algunos escritores judíos latinoamericanos que escriben directamente en djudesmo, idish o hebreo, pero son muy contados en número y la repercusión de sus creaciones es mínima y limitada a los amantes y estudiosos de esos idiomas. Un caso es el del argentino Natan Orlian (circa 1935, Moisés Ville), oriundo de una colonia judía y maestro de hebreo, que en los últimos años ha publicado dos poemarios totalmente en idioma hebreo y sin traducciones adosadas: “Hakesher veanán” (2001) y “Galim”   (2002).

 [i]  Feierstein y S. Sadow (comp.): “Recreando la cultura judeoargentina/2”. Milá, Buenos Aires, 2004, Tomo 1, pág. 96

[ii] Un caso extremo de esta patología es el de un dirigente comunitario judío, con el que discutí fuertemente sobre este punto. Muy suelto de cuerpo, me dijo que él tenía “autorización” del presidente de la Organización Sionista Mundial para vivir en la Argentina (sic). Le pregunté, extrañado, cómo era eso. Me dijo que una vez consultó a ese Presidente acerca de si era posible que un sionista como él- superhalcón y extremista, predicando una guerra “necesaria y permanente” que (otros) soldados israelíes debían emprender para “defender la tierra sagrada”- podía vivir fuera de Israel. “Y él me contestó que sí”, concluyó, sonriente, antes de retomar sus llamados de negocios en castehebreo.

[iii] Marcelo Birmajer: “No es la mariposa negra”. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.