Una ética de la responsabilidad

Hacer preguntas es una manera de recuperar la tradición judía de la Europa de Sygmund Freud y Walter Benjamin; y es también una manera de analizar la particularidad de lo judío en la Argentina de los hermanos Ismael y David Viñas, Josefina Ludmer y otros escritores. ¿Qué hacemos con nuestras herencias? ¿Qué hacemos con el otro? ¿Qué nos plantea el pensarmos como judíos en los contornos, en los intersticios y en las mixturas identitarias?
Por Facundo Milman *

“Ninguna justicia parece posible o pensable sin un principio de responsabilidad”
Jacques Derrida.

Los judaísmos pueden ser entendidos de muchas formas: una tradición, una religión, un estilo de vida, una comida en específica, un modo de referirse al otro, una ética. Por lo tanto, el judaísmo no puede ser definido porque, al hacerlo, se esencializa como sucede con el amor o la muerte. El revés de la trama, el humus y su escamoteo no se encuentra en el contenido, sino en la forma. En la forma que se despliega y se mantiene a través del tiempo. El judaísmo perdura en la huella divina.
En el año 1926, Sigmund Freud envió un discurso a la Sociedad B’nai B’rith y en él se manifestaba agradeciendo que “por ser judío” se hallaba libre de muchos prejuicios; y que “precisamente, como judío, estaba preparado para colocarme en la oposición y para renunciar a la concordancia con la ‘inmensa mayoría’”. La inmensa mayoría que, en otros textos, llamará “el narcisismo de las pequeñas diferencias”; es decir, los discursos de odio. Una declaración de un judío sin Dios, según la fórmula adoptada por Peter Gay para referirse a Freud, hacia una sociedad de judíos y, en específico, hacia una sociedad de judíos liberales.
A partir de este puntapié inicial, nos atrevemos a pensar a Freud desde un posible diálogo y desde su Tradición -la narración de las generaciones-: un zeide perteneciente a un viejo shtetl galitziano y un padre que adhería a las enseñanzas de la Haskalá. Un año antes, en la Presentación autobiográfica (1925), Freud se reconocía como judío indicando que sus padres eran judíos y él lo seguía siendo. Entonces no solo reconocemos un legado en Freud, sino también una herencia. Activa, exigida a los espectros de sus antepasados y, sobre todo, siendo responsable de ella.

Walter Benjamin, el hijo judío
En una situación tradicional similar es donde se inscribe al filósofo judeoalemán Walter Benjamin, el amigo de Gershom Scholem. Un padre semi-emancipado, asimilado y una prototípica madre judía. Otra Tradición, la misma. En su familia, la figura de la madre cobra preponderancia, como se ilustra en Infancia en Berlín hacia 1900 (1950) donde Walter Benjamin escribe: “(…) y si había algo capaz de aumentar mi aversión a tomar conocimiento de ella [de la impotencia ante la ciudad] era la insistencia con la que mi madre me la refregaba en la cara”. Un refriegue, una queja y una insistencia. Un joven un tanto atolondrado al que se le exigía conocer una ciudad, Berlín, frente a una Madre omnipotente. Tal como indica Martín Kohan, la mirada infantilizadora de la madre de Benjamin asume la forma de repliegue en la cual el niño no se separa de ella, no deja de ser niño y no vislumbra el final de su infancia. Benjamin, antes de terminar este recuerdo, le dedica unas últimas palabras donde evoca lo insoportable que era para su madre que él siempre esté un paso por detrás. Escrúpulos, zozobra y quejas es lo lanzado a un hijo judío al que se le reprochaba ciertas actitudes: la importancia de una ciudad, estar por detrás y una mirada que no capta su periferia. Walter Benjamin se hará cargo de estas quejas, de hecho responde con el reproche de no saber hacerse una taza de café. Porque hay algo que conecta tanto a la herencia judía de Freud como la de Benjamin en relación a su Tradición: la responsabilidad. En otras palabras, Freud se conecta con Benjamin a través de la responsabilidad y su modo de actuar: la ética.
Pero el siglo XX ya terminó, el acontecimiento Auschwitz (de)terminó la vida en el proyecto de la Modernidad y, con ello, inauguró la sobre-vida. En este vínculo es posible pensarnos situados y luego de Auschwitz: argentinos, judíos y latinoamericanos. Los libros, los tejidos y las textualidades prevalecen. La lección freudiana y los libros de Benjamin siguen hablándonos desde el pasado, la huella de la ética. Esta es una buena oportunidad para hacerlos dialogar y atravesarlos con otra matriz: lo argentino dentro de lo latinoamericano.

Los Viñas, lo argentino, lo judío y lo mestizo
Un fenómeno indispensable para pensar lo argentino es la revista Contorno, revista fundada, en primera instancia, por Boris David Viñas e Ismael Viñas. Si bien David Viñas ocupa una presencia notable en la crítica literaria argentina -sin él, no hay una renovación de la crítica- como figura del intelectual crítico, Ismael fue el que muchas veces se hizo responsable de la revista y de las lecturas propiamente políticas. En una ocasión, David envió un mensaje a Ismael en donde manifestó que su hermano optó por el emblema de su madre y él optó el de su padre, como si las herencias se pudieran dividir, repartir o escindir. Pero Ismael Viñas no quedó callado como Dios en el tzimtzum, sino que decidió contestar: “David hizo una construcción casi sin flecos sueltos, para dividir papeles: él, el bárbaro, eligió a nuestro padre, se refugió en España de la matanza en Argentina, pasó a México, y volvió, y a mí, que elegí Israel, me asigna el lado de nuestra madre. ¿También el de la civilización?”. Un problema familiar. David se quedó con su padre, en España pasando a México y con la barbarie; Ismael con su madre, en Israel y con ¿la civilización?
Podemos extender la hipótesis: Ismael, ¿se quedó con el judaísmo y el anarquismo de su madre? Entonces, David ¿se quedó con el cristianismo y el radicalismo del juez Viñas? En otra publicación, Ismael Viñas se pregunta si él es judío y no solo lo reivindica, sino que también lo piensa más allá del judaísmo. Se comprende como mestizo, una forma de ser más que judío porque está en un entre, en un intersticio, una zona de contacto y no exclusivamente con su judaísmo. Al fin y al cabo, ¿qué más judío que ser mestizo? ¿Qué más judío que ser producto de -retomando la formulación de Beatriz Sarlo- una cultura de mezcla? Argentino, judío e israelí por adoptación. Así Ismael Viñas no solo se reconoce como un mestizo, sino que también se hace cargo de una responsabilidad. Aquello que no puede ser transferido a otro. Su madre, Esther Porter, una judía rusa anarquista y su padre, Ismael Pedro Viñas, un radical y juez de la Argentina. En esa conjunción, Ismael Viñas exige esa herencia que tiene como resultado el reconocimiento que lo precede, la figura del mestizo.

Preguntar, como ejercicio ético
Otro caso es el de Josefina Ludmer que en Aquí América Latina: una especulación (2010) se preguntaba si lo judío era la particularidad de la Argentina en América Latina. En años anteriores, respectivamente, en El cuerpo del delito: un manual (1999), escribía un capítulo dedicado a los cuentos judíos. Entonces podemos sostener que no solo encontramos una escritura de lo judío en la Argentina, y en particular de América Latina, sino también una preocupación y una curiosidad. En esta misma particularidad de América Latina, esto es, en la Argentina, Ludmer inscribe otro hecho que no deja de ser un suceso trágico en la memoria del país y, al mismo tiempo, de América Latina. Me refiero a los atentados a la embajada de Israel (1992) y a la AMIA (1994). Estos dos atentados son los que permiten pensar la tragedia por venir: el 11 de septiembre de 2001. Un país que no resuelve un caso o que no permite resolver dos atentados es un país condenado a la injusticia.
Otro es el caso de Alejandro Kaufman que en una entrevista sostiene que ser judío en América Latina es vivir entre las redes de la expulsión. El efecto de estas prácticas son las huellas que perduran, la falta permanente. En este sentido, hacemos preguntas como un ejercicio ético. Hacer preguntas es introducir nuevos hiatos. Hacer preguntas es escribir signos de interrogación, pero no saber cuándo cerrarlos. Sin embargo, esta es una manera de recuperar la Tradición (judía) de la Europa de Freud y Benjamin, por no mencionar al otro escritor clave del siglo XX como Franz Kafka. Porque cuando la responsabilidad nos antecede, nos acosa, solo queda hacerse cargo y exigir esa herencia. Por lo tanto, queda hacer preguntas y pensar por qué, como sostiene Alexandra Kohan en Y sin embargo, el amor (2020), pensar es pensar con otros. El otro es quien puede decirme quién soy, quien tiene el derecho a hablar sobre mí y quien entonces no encaja en definiciones. El otro es quien no puedo domesticar. Sin el otro no se puede; solo con el otro no alcanza. Entonces pensar en comunidad, pensar con otros y pensar a través de la ética para cumplir con la exigencia de una justicia que les debemos a los otros, a sus memorias y a su integridad.

* El autor es estudiante avanzado de Letras en la UBA y escribe regularmente en las revistas Ex Libris, Panamá y La Vanguardia.