La post guerra de Gaza

Gobierno de unidad nacional, apoyado por partido islamista, y la respuesta de la ultraderecha violenta israelí

Presentamos el análisis de Leonardo Senkman, enviado especialmente a Nueva Sion en momentos cruciales de la historia de Israel, ante la inminencia de una nueva coalición de ocho partidos que en algunos casos son política y culturalmente opuestos, y que se proponen salvar la democracia del autoritarismo de Netanyahu, congelando sus diferencias ideológicas. La ira del extremismo derechista intenta provocar el fracaso el juramento de investidura del nuevo gobierno en la Knesset la semana próxima.
Por Leonardo Senkman (desde Jerusalén)

A Netanyahu le salió el tiro por la culata cuando especulaba que el operativo bélico “Guardianes de la Muralla” abortaría un gobierno de cambio que procuraba desalojarlo. En la inmediata posguerra con Gaza, sin haber negociado políticamente Israel con Hamas una larga tregua, ya hay acuerdo de un gobierno de unidad nacional, liderado por la derecha nacionalista. Sin embargo, al líder de Iesh Atid, Yair Lapid -que logró armar su coalición de surtida mezcolanza sin otra ideología que terminar con la era Bibi- también le puede salir mal.
El proyectado nuevo gobierno de unidad nacional del ultranacionalista Naftali Bennett y el centrista Yair Lapid, con mucho menos diputados que los 72 escaños del bloque hegemónico populista y religioso de derecha en la Knesset, conseguiría un designio estratégico inédito. Porque desde hace mucho tiempo, la derecha de los asentamientos acecha neutralizar a la socialdemocracia que pide negociar la devolución de territorios palestinos.
El maridaje nacionalista entre irreconciliables enemigos políticos de ocho partidos que hoy reclaman un gobierno de emergencia nacional para salvar la democracia asaltada por el autoritarismo de Bibi, procura congelar todas sus diferencias ideológicas. Particularmente, las que hay entre los socialdemócratas de Avoda y Meretz y los “transferistas” como el nacionalista laico Avigdor Lieberman. Ello implica también consentir la ofensiva derechista de Ayelet Shaked contra el poder judicial y, por último, aceptar a respetables ex políticos del Likud, liberales antiárabes como Guidon Saar, mentor de la discriminatoria Ley del Estado Nación Judío.
Sin embargo, en las semanas de posguerra, el regalo políticamente más “sacrílego” para este casamiento mixto coalicionista es el pacto con el partido islámico de Mansur Abbas. Este flamante padrino desató la ira de la ultraderecha kahanista de Smutritz, La Familia, y Lehava, además de afiliados del partido de Bibi: todos acusan a Bennet de traición. La misma ultra derecha que salió recientemente a la calle como fuerza de choque para perpetrar pogroms anti árabes en Lod, Bat Yam y Haifa, hoy sale nuevamente a la calle: ahora procura intimidar a los “traidores” de la derecha liberal de Shinui y Yemina, además de amenazar a los “izquierdistas” pro palestinos de Meretz y Avodá.
Aquí está el peligro político al acecho en la presente posguerra: la irrupción de la ultraderecha israelí en las calles de Israel, alentada por un descontrolado Netanyahu que corteja a tránsfugas de Yemina para que fracase el juramento de investidura del nuevo gobierno en la Knesset la semana próxima.

Mansur Abbas, líder del partido árabe islamista Raam, que integraría el nuevo gobierno israelí. Una novedad histórica

Inesperado corrimiento hacia el centro
Pese a que el operativo arrasador en Gaza sorprendió a Tzahal por la osada ofensiva de Hamas y el Jihad Islámico, que fue capaz de arrojar más de 4000 cohetes contra la población civil israelí, también sorprenden las imprevisibles secuelas políticas. En efecto, se ha producido el simultáneo corrimiento hacia el centro de la derecha anexionista y de la socialdemocracia pacifista: un proceso sincrónico al inimaginable apoyo del partido árabe islamista Raan, que lidera Mansur Abbas, a la coalición de centro derecha sionista, pese a que Bennet había jurado no aceptar nunca el apoyo árabe.
Indudablemente, la ultraderecha violenta debuta en un escenario propicio de quebrada cohesión social y étnica en Israel, del cual conocemos dos actos: el primero, cuando salieron sus patoteros a vengar la ofensiva de simpatizantes de Hamas por la represión anti palestina de Tzahal en Al Aqsa durante el Ramadan; e inmediatamente después, para vengar a la población civil atacada desde Gaza, violentando a árabes en ciudades mixtas de Israel. El segundo acto del drama recién acaba de empezar, cuando Bennet, ex secretario general de los asentamientos en Cisjordania, pacta el apoyo de Abu Mansur para jurar dentro de unos días como primer Ministro.
Detengámonos siquiera un minuto a fin de entender la rabia vindicadora de los flamantes diputados ultras derechistas Smutriz y Ben Gvir contra el inminente premier Bennet. Mientras que los partidos jaredim ultra ortodoxos quedaron fuera del próximo gobierno, un partido islámico fundamentalista va a apoyarlo por primera vez en la historia de Israel.
Ahora bien: un tercer acto seguramente más dramático que los anteriores es posible sea protagonizado por sectores de la sociedad civil israelí como un primer actor colectivo. Porque hay un efecto adicional de la quinta posguerra con Gaza: la capacidad ofensiva de Hamas mostró que está haciendo agua la estrategia de Tzahal, perpetuada por Bibi desde 2009, a fin de continuar dividiendo a Gaza de Cisjordania para impedir negociar la creación de un estado palestino. Ha terminado en un completo fracaso la estrategia de Netanyahu de optar por un apoyo al gobierno de Hamas y, de este modo avieso, ningunear a Abbu Mazen para no negociar una solución biestatal con la Autoridad Palestina en Cisjordania.
Numerosas voces de la amenazada población civil israelí hicieron oír desde sus refugios muchas críticas al gobierno por permitir que Hamas siga siendo financiada por Qatar con el visto bueno israelí; pero asimismo, siguen oyéndose numerosas otras voces de gente afectada que, finalmente, comprende que el conflicto con los palestinos no puede ser solucionado manu militari.
El geógrafo Shaúl Arieli, autor del reciente “Atlas del conflicto árabe-israelí”, está convencido de que la última guerra terminó con el mito israelí de que no hay partner palestino para negociar una tregua o un arreglo de larga duración. Leamos el final de su lúcido artículo en Haaretz (3/6/21) donde advierte de la impostergable necesidad de frenar el designio de la extrema derecha violenta de transformar el conflicto nacional entre palestinos e israelíes en una guerra de religión entre musulmanes y judíos.
Consciente de que la solución debe provenir de un cambio total de política israelí frente a Gaza, negociando con la Autoridad Palestina hegemonizada por la OLP, Arieli concluye: “Israel, junto con Egipto y EE.UU. está todavía a tiempo de parar este dilema de hierro: “ellos o “nosotros”, al decidir adoptar una política de fortalecer a la OLP y debilitar a Hamas. Ese necesario cambio de rumbo político podría incluso ser capaz de conducir a Hamas -que en los últimos años mostro signos de transigencia y moderación- a incorporarse al mismo proceso político que la OLP firmó con Israel”.

Es hora de que el nuevo rumbo político  abandone la teoría de la ‘guerra justa’  por la de justus hostis, que admite la legitimidad del enemigo, aunque él  no sea otro  estado soberano como Israel.