Cincuenta cartas para Berta en pandemia

Zure Beyle está por cumplir 90 años. Con la llegada del aislamiento obligatorio, el año pasado esta colona judía del pueblito entrerriano de Pueblo Cazés aceptó mudarse a un hogar para mayores en Villa Elisa. Para ayudarla a pasar por esta difícil situación, a Nerina Visacovsky -con quien se adoptaron mutuamente como bobe/nieta hace ya unos años- se le ocurrió escribirle una carta en papel. Pero la inesperada prolongación de la pandemia hizo que las misivas, que contienen poemas, canciones y relatos breves, se repitieran una y otra vez. "Hace cincuenta cartas que vivimos en pandemia, que Berta extraña a su familia y a su Pueblo, y que yo la extraño a ella", comenta la autora de este emotivo artículo, que también es un vívido testimonio de los entramados familiares y comunitarios que se tejieron en la rica historia de los colonos de la Jewish Colonization Association.
Por Nerina Visacovsky

Siempre me encantó visitar la provincia de Entre Ríos, pero, desde hace un tiempo, puedo también cumplir un sueño: habitar la tierra de mis abuelos. Allí siento encontrar las raíces, la historia de los gauchos judíos, mi historia. Claro que la cercanía con Buenos Aires me permite esa “doble nacionalidad”, aunque últimamente, gracias a la pandemia, he quedado “varada” en la urbe porteña. Lo cierto es que llevo algún tiempo frecuentando Villa Elisa, una localidad de 14.000 habitantes en el departamento de Colón. Con sus prolijos bulevares y jardines, esta ciudad fue fundada en 1890 por Héctor de Elía y una colectividad de inmigrantes europeos provenientes de las regiones de Saboya (Francia), el Cantón de Valais (Suiza) y Piemonte (Italia).
A fines de 2017, mi amiga Graciela, profesora de la escuela secundaria en Pueblo Cazés, me llevó de visita y se ofreció de guía en este poblado de 400 habitantes, donde las calles no tienen nombre y las únicas referencias son las casas de los vecinos. Me contó la historia de la Colonia San Antonio y seguimos las pocas huellas de la colonización judía: un galpón que aún portaba el cartel de la Jewish Colonization Association y una alcancía del Keren Kayemet Le Israel (KKL) en la pequeña sede de la Junta Vecinal. “Pero hay más, te voy a llevar a conocer a la última colona judía”, me dijo mi anfitriona, y así llegamos a una esquina donde había una construcción casi invisible detrás de árboles y plantas de todo tipo, con dos silloncitos desvencijados en la puerta de entrada. Y entonces salió Berta Schejtman, con sus 86 años, a recibirnos con una sonrisa.
Solo habían pasado cinco minutos de conversación cuando Berta me miró fijo y volvió a preguntarme: “¿Cómo es que te llamabas, querida?”. Las dos quedamos completamente asombradas de lo que estaba sucediendo (y Graciela más aún): Berta resultó ser prima de mi abuelo paterno. Increíblemente tenía en su casa fotos de mis bisabuelos, mis tíos, todos salidos de Basavilbaso y dispersos por la provincia. El encuentro fue mágico, nunca más nos separamos. Yo añoraba tener una bobe y ella una nieta que la visite seguido, así que nos adoptamos. Cada vez que podía escaparme de Buenos Aires para respirar el aire de Villa Elisa, tenía una cita para alimentar el alma: tomar la ruta de tierra (solo posible si no había llovido) y recorrer los 25 km. hasta llegar a las Cuatro Bocas, donde los padres de Berta tenían un bar-almacén, doblar a la derecha y, tras recibir todas las curiosas miradas, estacionar al lado de los silloncitos. En una velada musical de la colonia San Antonio, a fines de los años ‘40, su hermana Hilda conoció al músico judío Marx Furmansky, sobreviviente de la Shoá, con quien se casó y partió a vivir a Israel. El otro hermano, “Pichón”, vive en México. Berta se quedó a custodiar de cerca la historia de la colonia: cuidó a sus padres, crió a sus hijos que también marcharon, y trabajó durante años en la sede de la Cooperativa y Fondo Comunal con base en Villa Domínguez.
Cada vez que visitaba a mi bobe Berta, me contaba grandes historias que terminaban con algún chiste divertido y llamábamos por el viejo teléfono de línea a sus hermanos. En la pared, enmarcado y amarillento, el Barón Maurice de Hirsch nos observaba feliz detrás de sus largos y afinados bigotes. Luego, a probar los frascos de conservas: berenjenas, higos, mermeladas, algún queso casero, y a dormir la siesta. Por la tarde, llegaba el mate con masitas en la vereda para ir saludando a todos los vecinos que pasaban, le traían compras o se quedaban a charlar un rato con “Doña Berta”. El tiempo pasaba sin prisa, sin señal de celulares, sin internet, un tiempo distinto.
Zure Beyle, o Bertita, está por cumplir 90 años en junio del 2021. Cuando llegó la pandemia y el aislamiento obligatorio, aceptó mudarse a un hogar para mayores en Villa Elisa, y así estar acompañada y cuidada. Por primera vez dejó su casita de la colonia y sus firmes convicciones de no querer moverse un centímetro de Pueblo Cazés, donde los vecinos son su sostén, pero ya no podían visitarla por el peligro de contagiarla. Además, sus hijos evaluaban que era un riesgo estar tan lejos de un hospital. Para ayudarla a pasar por esta difícil situación, se me ocurrió escribirle una carta en papel. Tuve la valiosa colaboración de un periodista local, activista del Centro Cultural La Fragua, que amablemente la imprimió y se la llevó junto con unas facturitas un domingo. Berta lo recibió feliz, a través del vidrio. Su confinamiento se hizo menos doloroso cuando vio llegar al “hijo del Doctor Ingold”. La solidaridad es una cualidad muy elisense, pero también se aprende en el entorno familiar, y este es el caso.
El Dr. Luis César Ingold fue una figura muy reconocida en la comunidad. El Instituto de Formación Docente (antes Escuela Normal) de Villa Elisa lleva su nombre como homenaje a su primer director. Así también, fue un médico solidario que atendió a cientos de niños humildes, que incluso llevó a su propia casa para curar. Berta recuerda cómo ese doctor “salvó” a sus hijos en más de una ocasión. Y así es que cada semana, el hijo del doctor imprime la carta que yo le envío por mail y se la lleva el domingo. Por la noche me manda la foto de la carta que Berta escribe para mí. En este rol de cartero personal, Alberto “Cuio” Ingold lleva un incansable largo año, pero no afloja. Él sabe la importancia de nuestro trabajo conjunto. Berta me dice por teléfono (de línea fija) que lo espera desde temprano “como se espera a un novio”, mientras pasa el tiempo haciendo sopa de letras “para agilizar la mente”.
Para mi sorpresa, las cartas, que contienen poemas, canciones, cuentos y relatos breves son un entretenimiento para toda la semana y varias personas. Berta las lee a sus compañeras del Hogar, las lee por teléfono a su familia, y luego las manda a Pueblo Cazés, para que también las lean sus vecinos más cercanos, Analía y “El Chino”. Hace cincuenta cartas que vivimos en pandemia, que Berta extraña a su familia y a su Pueblo, y que yo la extraño a ella. Pero, hay que ponerle corazón y esperanza, no hay mal que dure cien cartas…