Reflexiones contemporáneas:

Freud, Moisés, el éxodo y el exilio

Thomas Mann, Scholem Asch, Martin Buber, Miguel Angel, Howard Fast… pocos intelectuales y artistas (judíos o no) han escapado a la seducción y al influjo de Moisés. Aún un racionalista ilustrado como Sigmund Freud siguió sus pasos buscando descubrir cómo han llegado los judíos a ser lo que son. Recostar a un pueblo en el diván, hacerlo hablar y escuchar… hechos históricos, hechos psicológicos… Desde que el médico vienés se encontró con el legislador del pueblo hebreo, la mirada del psicoanálisis, cambió para siempre la fisonomía del judaísmo.

Por Laura Kitzis

Freud, el judío; Moisés, el egipcio

Sigmund Freud visita durante tres semanas la iglesia romana “San Pietro in Víncoli” y permanece absorto frente al Moisés de Miguel Ángel. Estudia la estatua, la mide, la dibuja, toma apuntes y le informa a su novia: “Todos los días visito el Moisés… sobre el cual quizá algún día escriba algo”.
Así permanece horas, abismado en la contemplación de la estatua, mientras eleva sus ojos e intenta sostener la mirada colérica del héroe bíblico.
Ernest Jones, contemporáneo del creador del psicoanálisis y su biógrafo “oficial”, sostiene que esta fascinación de Freud con Moisés debe leerse a la luz del particular momento que estaba atravesando el psicoanálisis: Jung -el psicoanalista “ario” que Freud había puesto a la cabeza del movimiento para que el psicoanálisis no fuera considerado una “ciencia judía”- lo había abandonado; Adler también… y Freud mira furibundo a sus discípulos, como otrora Moisés a la plebe que adoró al becerro de oro.
Otra interpretación muy distinta encontramos en el historiador Yosef Haym Yerushalmi, quien destaca que en su encuentro con la estatua, Freud se siente mirado por Moisés como si el mismo Freud perteneciera a esa chusma pecadora y desobediente. ¿Quién puede ser en ese instante el Moisés de Miguel Ángel, sino el padre de Sigmund Freud, Jacob Freud? Así, Moisés, es el padre del irreverente científico, que le reprocha a su hijo haberse apartado de la fe de sus mayores. La culpa de Freud (Sigmund), es pues, una culpa judía.
¿Puede intentarse -aunque eso implique el “atrevimiento” de “recostar a Freud en el diván” otra explicación que incluya, y tal vez supere, las de Jones y Yerushalmi?
¿Puede pensarse que es Freud el médico judío, el advenedizo, el descendiente de aquel Ostenjuden de Renania, que huyendo de las persecuciones llegó, vía Cracovia, a Austria, quien mira colérico a Freud, el cándido hombre de ciencia que adoró el becerro de oro del iluminismo ilustrado?
¿Es el judío Shlomo Sigisdmund Freud (que cambió su nombre a Sigmund para “germanizarlo”) quien desdoblándose se mira a sí mismo, el “Profesor” Sigmund Freud, quien había puesto a Jung, el irreprochable hijo de un pastor, a la cabeza del movimiento psicoanalítico para “desjudaizarlo”?

Las preguntas de Freud

Un cuarto de siglo más tarde -en 1939- Freud publicaría un texto revulsivo, “Moisés y la religión monoteísta”.
Muy sucintamente su hipótesis basica es la siguiente: Egipto atravesó un período de adoración del dios único Atón. Moisés habría sido un sacerdote egipcio de esta religión de características básicamente monoteístas. Al culminar la hegemonía del dios Atón, Moisés abandonó Egipto poniéndose al frente de una tribu esclava semita para salvar el culto. Liberados de la situación de opresión que los doblegaba, estos semitas debían perpetuar el culto de Atón. Sin embargo, Moisés no tuvo éxito en la fundación de esta nueva religión debido a que era altamente abstracta y espiritualizada para la masa de antiguos esclavos. Esto los llevó a asesinar a Moisés, asesinato que sucumbió a la represión. La tribu semita adoraría luego un dios del desierto de carácter volcánico: Yaveh. El dios Yaveh se fusionó con el dios de Moisés, y el mismo Moisés (su recuerdo, su espectro una vez muerto) con un sacerdote del desierto.
Sin embargo, los principios del dios universalista, humanista y racional de Moisés permanecieron invocados por los profetas del Antiguo Testamento, que mantuvieron vivo su legado. Por su parte, el pueblo hebreo nunca asumió el asesinato de Moisés, el cual quedó así reprimido.
“Moisés y la religión monoteísta” intentó responder preguntas que siempre inquietaron a Freud: ¿De dónde obtuvo el pueblo judío su identidad, su tenacidad, su perseverancia? ¿Por qué atrae sobre sí, el odio de los demás pueblos? ¿Qué es la transmisión y cuáles son los canales mediante los cuales los pueblos mantienen viva su memoria?
Estos interrogantes no pueden ser separados del contexto que los originó: el ascenso del nazismo, la desarticulación de todas las sociedades de psicoanálisis (ciencia “perversa”, “estafa” judía), los sentimientos ambiguos de los judíos “ilustrados” en relación a sus orígenes, la quema pública de los libros de Freud, la sombra del genocidio… El creador del psicoanálisis recoge el guante de la “cuestión judía” e intenta encontrar en la figura de Moisés el secreto de la particularidad del judaísmo en una Europa que también se pregunta qué es un judío. Y que se lo pregunta porque se dispone a su exterminio.

El éxodo y el exilio

Desde que el judaísmo se secularizó, dejando de ser sólo una religión, para pasar a ser Una Cuestión, el relato de Pésaj se ha convertido en una metáfora polivalente que puede aludir a la lucha contra cualquier situación de opresión ya sea cultural, económica, nacional, sexual, individual o grupal. Todos tenemos nuestro Egipto personal, todos deambulamos por el desierto y la tierra prometida está -como el horizonte de nuestros sueños- siempre más allá. Esto es posible porque el Dios judío introdujo por intermedio de Moisés, una noción nueva: la libertad.
La difícil conquista de la libertad impulsa y rubrica la narrativa del Éxodo: “ABADIM AINU… Esclavos fuimos del faraón en Egipto…”, dice la Hagadá.
Con la mala costumbre psicoanalítica de leer lo que está escrito y no otra cosa, vamos al libro del Éxodo: “Deja salir a Mi pueblo para que me adore en el desierto”. ¿Para que me adore en el desierto? ¡No! Esa es la traducción falsa de un rabinato que también supo leer psicoanalíticamente “a la letra”, porque lo que en verdad dice el texto bíblico es “Deja salir a mi pueblo VEIAABDUNI (para que sea mi esclavo) en el desierto…” (Éxodo, 7:16). “Porque son míos los hijos de Israel, son SIERVOS míos, que yo saqué de la tierra de Egipto. Yo, Yaveh, vuestro Dios” (Levítico, 25; 55).
El pueblo judío, un pueblo de esclavos en busca de un Amo… un Amo celoso, que ama con un amor absoluto, con un amor que no conoce límites cuando se encuentra traicionado…, hasta el castigo…, hasta el exilio. Paradojas del amor que nos esclaviza y nos libera.

Y le contarás a tus hijos…

¿Por qué Freud no tuvo en cuenta la Hagadá de Pésaj en su análisis del Moisés? Por qué esa manera “goy” de leer el Pentateuco sin tener en cuenta la “Torá oral”? ¿Por qué el Talmud, libro del exilio por excelencia, es el gran ausente de los análisis freudianos sobre la religión? ¿Por qué buscar la identidad judía en el Éxodo, cuando debió haber sido claro para él -quizás la mente más lúcida de su tiempo- que la identidad judía se configura en y desde el exilio?
Al respecto pueden aventurarse algunas respuestas. La más “historicista” se centra en los escasos conocimientos judíos de Freud (que él reconocía y lamentaba), de ahí su lectura prosaica del Antiguo Testamento (en alemán, por supuesto), y su escaso manejo de fuentes esencialmente judaicas (relatos jasídicos, textos cabalísticos, plegarias, rituales, etc.).
Una respuesta más “psicoanalítica” nos devela que Freud, cuando escribe el “Moisés”, es él mismo un exiliado. Se encontraba en Inglaterra, Tierra Prometida de las libertades individuales, pero amaba con toda su alma la Viena histérica y decadente, la Viena que lo había convertido en uno de sus amantes dilectos y ahora le volvía la espalda. Se encontraba él también, entre el amor y el odio, entre el éxodo y el exilio.
Y por último, y por qué no, una respuesta… judía: Freud no acudió a la Torá oral, al Talmud, a la Hagadá, ¡porque él era el exégeta! ¡Porque él estaba “haciendo” Midrash! Freud, que trataba de mantener a raya la inquietante cosa judía y decía “nosotros los judíos” en su correspondencia privada, y “ellos los judíos”, en sus libros. El ateo atormentado por su identidad. El último de los Talmudistas.
“Esclavos fuimos del Faraón en Egipto y el Señor nuestro Dios nos sacó de allí con mano firme y brazo extendido”… y dice la Hagadá, que aunque fuéramos todos sabios, todos doctos y conocedores de la Torá, es una mitzvá (un precepto, un deber) relatar el éxodo de Egipto. Y cuanto más uno lo relata, más merece ser elogiado.
Freud, el judío sin Dios, cumplió con el precepto y relató el éxodo de Egipto. El resultado fue “Moisés y la religión monoteísta”, una de las obras capitales del psicoanálisis. No fue precisamente elogiado por ello. Pero no importa.
En estos tiempos de discurso único, es una mitzvá, que cada uno cuente su única, su singular, su intransferible, Hagadá de Pésaj.