Sobre Pésaj y la Shoá

La rebelión de los “comunes”

No importa cómo, importa que cruzamos una línea: Darío (el del apellido difícil) recibió el desafío con el gusto intelectual que sabe caracterizarlo y con el temor de la hoja en blanco si corrían los días y la idea nodal no aparecía: - tratá de escribir en una sola nota sobre Pésaj y la Shoá. Ese fue el arrebato del editor en un intento por mover el espíritu y el sentido de las conmemoraciones de otro modo: ¿Fue libre nuestro pueblo durante el Holocausto? ¿Se puede hablar de libertad a pesar de la tragedia? ¿Somos libres hoy a pesar del Holocausto? ¿Pasó el Holocausto, qué otros Holocaustos diarios vivimos? Y Darío cumplió a pesar del apriete del tiempo. Nos encontramos tarde, pero nos encontramos y eso es lo que vale. Aquí van sus reflexiones.

Por Darío Sztajnszrajber

Siempre me causó impresión la matanza de los primogénitos. No tanto el rostro desfigurado de Yul Brinner en ‘Los diez mandamientos’, sino el imaginarme algún hogar egipcio en el cual algún panadero o carpintero veía a su hijo morir por un plaga inexplicable. Que el precio por la libertad haya sido la muerte de tantos niños siempre me pareció perverso. Hay historias que nunca nadie cuenta. Tal vez ese panadero o carpintero había conversado esa noche con su hijo del viaje que iban a realizar juntos, al otro día, hacia las tierras del sur del Nilo. Y ese niño había esbozado una sonrisa y con un abrazo fuerte se había despedido del padre. Lo peor es que hasta podemos justificar la muerte del hijo de Yul Brinner; pero la Torá dice que murieron todos los primogénitos de Egipto.
Hay historias que no conviene contar…
Duelen.
Saber que leemos estas palabras tomando un café con leche, mientras 25.000 niños mueren por día en el mundo, duele.
Saber que detrás de cada paso que damos, tal vez hay otro que no lo puede dar, o peor, que hay otro que no lo puede dar porque nosotros lo estamos dando, duele más.
Hay algo de perverso en el mundo que vivimos. No nos pertenece.
Otros lo ordenan, lo clasifican, lo legislan, lo estructuran, lo normalizan, lo apañan, lo justifican, lo institucionalizan. Celebramos la fiesta de la libertad, pero el panadero se quedó sin su hijito, sin su sueño, sin su amor. Se quebró para siempre. Es muy promiscuo pensar que la libertad de unos fundamenta el dolor de otros. No quiero sobre mis hombros el peso de la muerte de tantos niños.

Padecimientos por un mundo dividido

El Jesús de Saramago en ‘El Evangelio según Jesucristo’, no tolera la muerte de los inocentes, el día que Herodes los mandó a matar. Cada 24 de marzo no puedo tolerar saberme vivo, libre y crítico, porque otros me han dado su lugar. A veces siento que no lo merezco, a veces siento que les debo mi militancia. No pude ver en el noticiero a la gente tomando el micro en Retiro con las paletas y las sombrillas. Hay historias que nos constituyen. Las plagas nos han hecho libres. El sufrimiento de otros nos ha legado la Ley. Y si Yul Brinner era terco, Charlton Heston siempre fue un gran fascista. Ellos construyeron la historia de una desgracia. Un faraón que, supuestamente, no quiere perder su mano de obra gratuita y un actor de Hollywood, devenido ultra conservador, que dice hablar en nombre de Dios y arroja enfermedades y padecimientos.
Los judíos somos sensibles. Nos duele cuando alguien sufre. Sabemos de eso. Cada picana se estremecía más cuando el milico descubría el origen judío del futuro desaparecido.
Siempre recuerdo a la nenita que en ‘La lista de Schindler’ realiza sobre el final del film, el gesto de cruzar el dedo sobre su cuello. “A la cámara de gas”, dice sonriente viendo pasar el tren. Ojalá, niña, que hayas podido arrepentirte; seguro que el día que se te murió tu mascota, lloraste mucho. No te deseo el mal, niña. Padezco junto a vos un mundo dividido por otros, que nos ha enfrentado. Los judíos fuimos exterminados. Estamos siendo exterminados todo el tiempo. Sabemos de eso. Nos han dejado de lado, nos han quitado la condición, nos volvieron plantas, bolsas, vómitos. Giorgio Agamben cuenta en ‘Lo que queda de Auschwitz’, el caso de los “musulmanes”. Aquellos judíos que habían perdido completamente la cordura y que habían sido degradados mutando su cuerpo al mínimo imposible de supervivencia. “Musulmanes” porque andaban pseudo-agachados, como rezando todo el tiempo, como los árabes devotos, como entregados a un Dios ausente, y eran ridiculizados por los nazis, quienes jugaban con sus cuerpos (sus almas ya se habían ido), los ultrajaban, los torturaban, los mutilaban. No puedo entender tamaño sentido del ultraje. Seguro que cuando murió la mascota de la niña, lloró. No me cabe duda. Los hombres somos sensibles, pero otros nos dinamitan la dulzura. Nos enfrentan, nos dividen, nos asesinan.

Relatos fundantes

Hay algo de perverso en saber que esa niñita extraña a su mascota por la noche cuando duerme, el mismo día que tal vez realizó ese gesto frente al paso del tren. Por eso no puedo celebrar el Pésaj con alegría. No puede alegrarme de la libertad conquistada sobre la muerte de los primogénitos. No puede afirmarme como persona a partir de la destrucción del otro. Hay algo que no funciona en este planteo. No quiero ser heredero de Caín, pero tampoco de Abel. El lobo y el cordero son fruto de una naturaleza hostil, pero el hombre no es ni lobo ni cordero. El hombre es hombre. Es habla. Dona sentido. Construye mundo.
Siempre pensé que comer la manzana fue haberse dado cuenta de la maldad universal. Adán y Eva comprendieron el mal, vieron que Dios no era bueno y edificaron nuestra realidad. Podemos pensar el pecado al revés. Un hombre bueno que descubre el abuso, el poder, la coacción que da la superioridad y se corrompe. Hay historias que nunca van a contarse y hay historias que no existieron. Charlton Heston vio a Dios y envejeció, volvió canoso del Sinaí. Se volvió adulto, duro, implacable, seguro de su misión. Las canas traen sabiduría, pero también traen la pérdida de la inmadurez. Y solo el inmaduro es osado. La sabiduría de las canas nos permite comprender el mundo, pero el precio que pagamos es perderle pasión. Ningún humano apasionado por la vida, -por el puro placer de la existencia, como rezaba la máxima epicúrea-, puede salvarse a sí mismo desde el dolor de los otros. Siempre preferí pensar que los relatos fundantes de nuestros pueblos son como películas baratas que costaron mucho dinero. Lástima que no encontraron un buen extra para el panadero egipcio, o para su hijo.

El pueblo del cine

Los judíos tenemos una buena tradición de cineastas y por eso podemos seguir cuestionando la historia. Ya lo dijo un judío que tuvo que suicidarse ante la inminencia de su detención por parte de los nazis, “todo documento de cultura es un documento de barbarie”. Y los muertos somos nosotros, los “comunes”, los que no escribimos más que nuestros propios sueños, nuestros deseos cotidianos, una sonrisa de mi hijo, un cumpleaños, una tarde en el Tigre, un gol. Esos “comunes” se rebelaron con Anilevich en Varsovia; y obviamente, perdieron. Mientras la vida siga dividida en ganadores y derrotados, todos vamos a perder. No puedo celebrar Pésaj con alegría. Sigo esclavizado. La crueldad me sigue esclavizando.

Guillermo Lipis me pidió que buscara alguna relación entre Pésaj y la Shoá. Y me dio seis días para pensarlo. Dios en ese tiempo creó un mundo cruel. Yo todavía creo que podemos mejorarlo.