Verbitsky, Ginés, y la cultura de la cancelación

Del temor a la esperanza, de la solidaridad a la indignación: balance de un año de pandemia y cuarentena. Un blooper radial que detonó una crisis en el espacio progresista. La sanción moral de la sociedad hipócrita.
Por Mariano Szkolnik *

La mañana del viernes 19 de febrero, desde lo que era su minúsculo espacio radial, el periodista Horacio Verbitsky relató al aire cómo, mediante un llamado telefónico a Ginés González García (entonces ministro de salud de la nación), había conseguido ser inoculado con la vacuna que lo protegería contra el implacable virus Covid-19. Justificó su decisión por el temor a perder la vida, habida cuenta de que varios integrantes de su familia habían padecido la enfermedad. El relato fue alegremente festejado por sus –hasta entonces– jóvenes compañeros del programa. Verbitsky también comentó que funcionarios del ministerio le habrían dicho que un miembro del directorio del Grupo Clarín tenía turno para vacunarse por la misma vía expresa. Y eso fue todo: una columna radial deslucida (el periodista hacía tiempo que reservaba la exclusividad de sus investigaciones a su portal El Cohete a la Luna… su participación en radio se limitaba a anticipar los temas, y nada más) que disparó un sinfín de repudios públicos, reproches morales, condenas sociales y la salida de un espacio que presidía hacia años, como el CELS. La radio que lo contrataba no dudó en expulsarlo sin miramientos, y sus compañeros del programa –los mismos que entre risas y aplausos habían celebrado la vacunación del viejo periodista– lo condenaron al aire y por las redes sociales. El lunes ya no era más el simpático “Horacio”, sino “Verbitsky”, a secas. Ginés, el protagonista “involuntario” de la anécdota radial, sobrevivió apenas unas horas al frente del Ministerio de Salud: el presidente Fernández decidió su salida, tras enterarse por los medios de comunicación de su responsabilidad por la existencia de lo que se dio en llamar el “Vacunatorio VIP”.

Verbitsky, un referente del campo progresista, desconcertaba con su comportamiento “inmoral”, sobre todo a los propios. ¿Cómo era posible que “le diera de comer pasto fresco” a la derecha? ¿Cómo explicar la actitud del experimentado periodista, célebre por haber denunciado el saqueo neoliberal durante casi 45 años, por aportar pruebas sobre los “vuelos de la muerte”, y por oficiar como querellante –en carácter de presidente del CELS– en los juicios por delitos de lesa humanidad? ¿A qué supuesta “operación política” respondían estas insólitas declaraciones mediante las cuales Verbitsky incineraba, en cuestión de minutos, su credibilidad (único valor que debe atesorar un periodista a lo largo de su trayectoria)? En las horas que siguieron a sus declaraciones, la reacción fue enérgica: lo que había hecho Verbitsky (es decir, movilizar su capital relacional y político para hacerse de un bien escaso en el contexto de una pandemia global que tiene como “víctimas privilegiadas” a las y los viejos) estaba mal. Su actitud “generaba desconfianza”, conspirando contra un plan de vacunación –denunciado en su oportunidad por la oposición como un “plan de administración de veneno”[1]– que apenas arrancaba, y sobre el que el gobierno y una porción mayoritaria de la sociedad cifran sus esperanzas de retorno a la normalidad.

Crimen y contagio

 

Contrariando al sentido común, el sociólogo francés Emilio Durkheim afirmaba que el delito cumple una función social específica: al lesionar la conciencia colectiva, refuerza los lazos que cimentan la solidaridad social. Es decir, no es el temor, ni una fantaseada relación contractual lo que mantiene unidas a las personas en una misma corriente de afectividad, sino la necesidad de restituir el equilibrio alterado por el acto infame perpetrado por el criminal. Prueba de ello es que en sociedades diferenciadas, existen órganos específicos que se encargan de castigar y corregir las transgresiones (típicamente: los tribunales, el sheriff y el calabozo… o la horca). La existencia de “elementos desviados”, permite a los demás ascender un peldaño en la jerarquía de la escala moral: la conducta ofensiva enciende las pasiones, y provoca la demanda de justicia. Paralelamente, la existencia de un criminal “suaviza” las propias transgresiones: para una moral superior, violar sistemáticamente algunas normas (como las de tránsito) es poco y nada al lado del llamado a un ministro para conseguir una vacuna.

Sin haber cometido delito alguno tipificado en el código penal, y en cuestión de horas, el tribunal mediático y de las redes sociales (enardecidas) juzgó y condenó a Verbitsky y Ginés. Sus trayectorias periodísticas y políticas, sus logros y aportes a nuestra sociedad, a nuestra salud, quedaron reducidas a cenizas, sobre las que bailaron alegres los eternos e impolutos guardianes de los “principios morales”.

La distopía ya está aquí

Sean reales o declamativos, nadie reflexionó en torno a los motivos esgrimidos por Verbitsky para procurarse una dosis de la vacuna. Lejos estamos de justificar supuestos “actos inmorales”. Pero constituye un ejercicio razonable intentar analizar los hechos en el contexto apropiado.

Apenas días después de que la Organización Mundial de la Salud declarara al Covid-19 como pandemia, el gobierno argentino impuso una inédita cuarentena estricta. El acatamiento a la medida fue, durante las primeras semanas, casi total. La estrategia pretendía evitar la circulación comunitaria del virus, así como “ganar tiempo” adecuando el sistema de salud frente a la emergencia. Aún así, no todo fue consenso: desde aquel momento, hubo voces públicas que condenaron la medida, minimizando los efectos de la enfermedad. La derecha política sostuvo incansablemente que entre “la salud y la economía” debía priorizarse lo segundo, aún a riesgo de las vidas de miles de personas, especialmente adultos mayores. El crecimiento exponencial de casos y la acumulación de muertes en los meses que siguieron, daban cuenta de que no enfrentábamos “una gripecita o un resfriadito”. El cuidado y la prevención fueron el anverso de la angustia y el temor.

¿Qué habría sucedido si el virus hubiera privilegiado como víctimas a los y las niñas en edades comprendidas entre el nacimiento y los 12 años de edad? ¿Alguien hubiera afirmado tan livianamente que debía sostenerse el nivel de actividad económica, aún a costa de sacrificar las vidas del 15 por ciento de los niños? ¿Hay alguna sociedad que esté dispuesta a pagar ese precio sin colapsar sobre sus bases fundantes? Suele decirse que la vida de un hijo, de una hija, está por encima de nuestras propias existencias. Se trata de la única relación absolutamente incondicional que establecemos con otro ser humano. Entonces, en un hipotético escenario en el que las cifras de mortalidad infantil se disparan por efecto de una pandemia, ¿qué no haría un padre o una madre aterrada para inocular a sus hijos con un fármaco antiviral tensionado por las pujas y la escasez internacional? Claro está, sería moralmente reprochable “mover influencias” para adquirir el medicamento esperanzador… conocemos alguien en la universidad, en el algún estamento del aparato estatal, tenemos algún pariente que ejerce la función pública en un rango menor, ¿Realmente no intentaríamos establecer ese contacto, motivados por el terror frente a la evidencia de cientos de muertes infantiles diarias? De verdad, ¿hay alguien que desde una pretendida moralidad superior pueda acusar de “criminal” a ese padre o madre que, presa del pánico, intenta vacunar a sus hijos? Pero tranquiles, lectores, la realidad es más benévola, ya que el virus sólo mata al 15 por ciento de los ancianos contagiados. Por esto está muy mal “colarse en la fila”: que el viejo ese, muerto de miedo, espere su turno como los demás.

Abogado de la nada

Verbitsky y Ginés son personas mayores, experimentados en sus respectivos campos de actividad. Pueden prescindir de exégetas que los interpreten, o abogados defensores que intercedan por ellos. Tampoco se trata aquí de exculparlos por sus actos, en la comparación con el daño superlativo infringido por el gobierno anterior a la salud, al degradar el Ministerio al rango de Secretaría de Estado, arancelar los medicamentos para los jubilados que se atienden en PAMI, y dejar vencer millones de vacunas arrumbadas en un depósito.

El comportamiento del periodista y el sanitarista fue la excusa perfecta para que una multitud de personas con una moral de cabotaje, señalaran el error como un pecado mortal, lapidando trayectorias más que valiosas. Tras el pedido de disculpas, Horacio Verbitsky publicó que “el único consuelo es constatar cuánta gente digna y pura nos rodea y no nos habíamos dado cuenta.”[2] Aquí sí, hacemos propias sus palabras.

[1] https://www.pagina12.com.ar/313371-la-absurda-denuncia-de-carrio-contra-el-gobierno-por-envenen

[2] https://www.elcohetealaluna.com/vacunados/

* Sociólogo. Docente de la UBA