24 de marzo, a 45 años del golpe de Estado

El arte de no olvidar

En un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976, desde Tzavta y Nueva Sion organizamos “El arte de no olvidar. Testimonios en primera persona que nos ayudarán a reflexionar sobre la historia y la microhistoria”, una actividad de recordación de la última dictadura cívico-militar. Coordinada por Tamara Rajczyk, convocó a los sobrevivientes y testigos Carlos Leibovich y Nora Strejilevich, al psicoanalista y psicólogo social Natan Sonis, y a la psicoanalista y escritora Perla Sneh. Presentamos aquí en forma de texto las palabras de Sneh, quien definió al terror no como un sentimiento que inunda a un sujeto, sino un conjunto de acciones específicas, meditadas y planificadas para destruir a otro y sostuvo que “Los sobrevivientes son aquellos que -por la razón que sea- lograron esquivar su destino de arrasamiento; pero siguen en la mira; sólo han conseguido ser impuntuales a la hora de la aniquilación”.
Por Perla Sneh *

Cuando la desaparición y la tortura son manipulados por quienes
hablan como nosotros, tienen nuestros mismos nombres y van
a nuestras mismas escuelas (…) el abismo que se abre en nuestra
conciencia y en nuestro corazón es infinitamente más hondo
que cualquier palabra que pretendiera describirlo.
Julio Cortázar

Comienzo por decir que crecí en una tradición que hace de la memoria un precepto: “recuerda y nunca olvides”, solemos redundar, “de generación en generación”. De pequeña, esas palabras me dejaban algo perpleja, ya que lo que mandan recordar es, justamente, lo inolvidable, al punto que, aún quienes no lo vivimos podemos recordarlo con detalle. Pero, por entonces, eso moraba en otras lenguas; en castellano, la cosa era más fácil; la memoria, menos grave. Al fin y al cabo, acá los trenes iban a la playa.
Sobreimprimo a esto una imagen, una foto: el blanco y negro denuncia su antigüedad; en el estrecho recuadro, un montón de chicos y chicas se apiñan en torno a un escritorio. Tras ellos asoma el enorme pizarrón. Las sonrisas iluminan la seriedad transpirada de sacos y corbatas. Las vinchas y el cabello recogido animan el gris de los jumpers. De entre todas las miradas dirigidas a la cámara, hay dos que me atraviesan, a mí, la que mira la foto, no la que está en ella.
Una es la de Q., amigo cuyo nombre me reservo con pudor amoroso. Está ahí, al fondo, estirándose para sobresalir entre tantas cabezas engominadas. Ni él ni nadie sabe que la voraz incandescencia del terror lo espera a la vuelta de la esquina. La otra mirada es la de alguien que rehúso nombrar; lo veo agachado, en primer plano. Ni él ni nadie sabe aún que será de los que alimenten -con cuerpos como el de Q.- esa voracidad inminente.
Imagino que se miraron a los ojos, imagino que se reconocieron en ese vuelo indescriptible del que sólo uno de ellos regresó. Nada asegura que las cosas hayan sido exactamente así, pero me tomo de las palabras del poeta: alguna circunstancia puede variar, pero la historia es sustancialmente verdadera.
Menciono estos recuerdos un poco ensoñados porque no quiero hablar de memorias sino con ellas. Ahí, en la foto estamos todos juntos, al borde de ese abismo al que también fue arrojada la lengua en la que unos y otros crecimos, entendiendo que “tarea” era un deber escolar y “perejil”, un condimento barato. De allí la lengua emergió, emponzoñada -y ya para siempre- de una operatividad asesina, plagada de expresiones que, como abscesos por reventar, no pueden -parafraseando a Martínez Estrada- decirse sin miedo.
Compartimos, desde entonces, una lengua que nos separa. Pero no en el sentido en que toda lengua separa, desplegando escollos y malentendidos que nos hacen seguir hablando. No. Lo que nos separa en esta lengua no es el malentendido, sino esa materialidad feroz, inequívoca, privada de todo matiz metafórico; aquello que dio cuerpo –cuerpos- a lo que prefiero llamar Terror Nacional.

Perla Sneh

1. Terror: no un sentimiento que inunda a un sujeto, sino un conjunto de acciones específicas, meditadas y planificadas para destruir a otro. Un terror que, si bien se nutre de lenguajes heredados(1), no carece de originalidades propias. Para decirlo con un término caro a esa lengua para calificar todo pensamiento: ese terror no es “foráneo”, es tan nuestro como el mate. Un terror que se apropia de las significaciones y señala a los destinados a la aniquilación, organiza las acciones para realizar esa “tarea” y despliega técnicas de exterminio que tienen como condición necesaria el arrasamiento subjetivo previo a la aniquilación física.
“Terror nacional”, entonces, como cuando se dice “cuestión nacional” o duelo nacional, o doctrina o seguridad o catástrofe nacional; es decir, un Estado trágico, universal y radical, a cuyo nivel la cosa pública se vuelve cosa privada de todos y cada uno(2). En este sentido, el terror y su lengua son -no pueden no serlo- una cuestión nacional.
A todos y a cada uno atañe que decir “Avión y río” -como leemos en un título de Nora Strejilevich- alcance para espeluznarnos; a todos y a cada uno atañe que términos cotidianos como capucha o parrilla nos estremezcan sordamente. Hasta en traducción, el Terror Nacional aporta su propio escozor, porque ¿cómo pronunciar, mirando el río, el desolador término de Primo Levi -los hundidos- sin que una materialidad funesta nos pudra la lengua?
No se trata de pedirle documentos a las palabras, no hay vigilancia que valga cuando la lengua se desata; el habla no se ordena… salvo en el terror. Tratemos, más bien, de atender a las palabras que se nos quedaron en la boca, lo sepamos o no. Interrogarlas es un modo de hablar con memorias.
Pero no es tarea fácil, siendo que es una lengua que dio nacionalidad a la muerte: La desaparición de personas seguida de tortura y muerte es llamada internacionalmente “la muerte argentina”, cuenta Osvaldo Bayer(3). El Oxford English Dictionary define con claridad: Any of the many people who disappeared in Argentina during the period of the military rule between 1976 and 1983, presumed killed by members of the armed services or of the police. Us. in plural. [Cualquiera de las muchas personas que desaparecieron en Argentina durante el período del gobierno militar entre 1976 y 1983, presumiblemente asesinados por miembros de las fuerzas armadas o de la policía. Usualmente en plural](4). Lo usual de ese plural no es anecdótico, es signo de su sistematicidad.
Con todo, esta entrada está incompleta: sólo menciona a aquellos que presumiblemente fueron asesinados en el reino del Terror Nacional, pero nada dice de quienes, por el contrario, con toda seguridad fueron hechos nacer en su seno. El exterminio no es sólo cuestión de hacer morir, sino también de hacer nacer. Que aún haya cientos de nacidos en las tinieblas que ignoran sus propios orígenes evidencia hasta qué punto el ataque a la filiación integra necesariamente el exterminio.
“Madres”, “Abuelas”: nombres que -lejos de familiarizar la política- ponen en evidencia cómo el exterminio persiste en los modos filiatorios que impone. Filiación carnicera, lo llama Pierre Legandre. Las formas elementales del parentesco –que Levi Strauss daba por básicas– quedaron lesionadas y volver a tejerse frente a esa fuerza siniestra que pone en suspenso la historia, porque todo queda en suspenso mientras no sólo los muertos, sino los vivos sigan desaparecidos.
Por eso el Terror Nacional se ocupa de asomar cada tanto, recordarnos que sigue entre nosotros: eso y no otra cosa fueron las bolsas mortuorias arrojadas en la Plaza de las Madres; para despejar dudas, una portaba el nombre de Estela de Carlotto.
Explicitación teatral de la amenaza -“seguimos aquí”, “volveremos por ustedes”, “pronto, pronto, en cualquier momento”-, esas bolsas ponen en escena no la muerte, sino la desaparición. Porque un exterminio no concluye, apenas se interrumpe, aunque su objetivo sigue vigente. Los sobrevivientes son aquellos que -por la razón que sea- lograron esquivar su destino de arrasamiento; pero siguen en la mira; sólo han conseguido ser impuntuales a la hora de la aniquilación.
A esa persistencia, opongamos la memoria: tibio abrigo de relatos reiterados, trama de narraciones hechas de jirones de palabras rescatadas de la nada; discurso que, aunque no suture el abismo (hoy disfrazado de mercancía electoral bajo la marca comercial de “grieta”), busca sostenerse y sostenernos en el inquietante ámbito de una verdad.
Si queremos ejercer el difícil arte de no olvidar, no podemos ahorrarnos la angustia de intentarlo.

* La Dra. Perla Sneh es escritora, psicoanalista e investigadora Sr. del Centro de Estudios sobre Genocidio, UNTREF.

1. ¿Cómo ignorar la herencia franco-argelina o los indisimulados retornos de un nazismo traducido?
2. Vladimir Jankelevitch, Lo imprescriptible, Muchnik editores, Barcelona, 1987.
3. Presentación del libro La música y el Holocausto, de Shirly Gilbert, noviembre, 2010.
4. Vladimir Jankelevitch, Lo imprescriptible, Muchnik editores, Barcelona, 1987.