Gran Bretaña:

Matar al mensajero (David Kelly)

No han aparecido las armas de destrucción masiva que sirvieron de argumento para justificar el bombardeo, la invasión y posterior ocupación de Irak. Las buscaron, las buscan, 1.500 técnicos y especialistas dispuestos por las fuerzas ocupantes. Pero no han sido encontradas. Lo que sí apareció en Londres es el cadáver de David Kelly, un experto en armamento que reveló a la cadena BBC que el primer ministro Tony Blair exageró intencionalmente los datos sobre la presunta amenaza de Irak.

El derrumbe de las mentiras

Todo empezó con una noticia que el pasado 29 de mayo difundió Andrew Gilligan, corresponsal de defensa de la cadena BBC. Afirmaba que un alto funcionario, que no identificó, había asegurado que el documento utilizado por Tony Blair para justificar el ataque contra Irak contenía exageraciones sobre el potencial militar que disponía Saddam Hussein. El 1 de junio, el mismo periodista, responsabilizaba al director de comunicación de Blair, Alastair Campbell, de incluir en el discurso del Primer Ministro la afirmación de que Saddam podía disponer el uso de armamento de destrucción masiva en solo 45 minutos. En medio de una creciente desconfianza de la opinión pública inglesa sobre Blair, Campbell negó esa acusación y pidió a la BBC que se disculpara. Lejos de hacerlo, horas después la cadena BBC sostuvo que la información de su periodista era correcta. El 15 de julio el biólogo David Kelly, asesor del gobierno británico es citado por el Comité Parlamentario y sometido a un duro interrogatorio por considerarlo el posible informante de la BBC. Al día siguiente el propio Tony Blair afirma en la Cámara de los Comunes que la BBC «debe aclarar si Kelly fue o no su fuente de información». Su mensaje y el del gobierno que preside, pretendió
que el problema no era haber mentido o engañado, sino saber quién filtró el dato a la BBC.
El pasado jueves 17 de julio, David Kelly salió a caminar por los alrededores de su casa en Harrowdown Hill, al oeste de Londres, como lo hacía habitualmente. Pero no regresó, y su esposa dio el alerta, alarmada porque conocía la presión que estaba recibiendo su marido.
Tras muchas horas de búsqueda infructuosa, el comisario de policía Dave Pumell anunció que había sido encontrado un cuerpo sin vida que coincidía con la descripción del Dr. David Kelly, a poco más de un kilómetro de su casa. Curiosamente, pasadas varias horas del hallazgo, ninguna de esas primeras indicaciones señaló si el cadáver del científico experto en armamento de destrucción masiva tenía huellas de violencia. El suceso provocó alarma y conmoción entre la clase política británica y el impacto también llegó a los ciudadanos de ese país, cada vez más sorprendidos por la evolución del compromiso de Tony Blair con la intervención norteamericana en Irak.
Kelly había sido jefe del equipo de inspectores de la ONU a Irak tras la Guerra del Golfo en 1991. Fue una responsabilidad similar a la que tuvo el sueco Hans Blix en los meses previos a la decisión unilateral de Bush, Blair y Aznar de atacar Irak sin contar con el respaldo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Este «daño colateral» del fervor guerrero del Primer Ministro británico, producido en el corazón de Londres, es también un golpe a la debilitada estructura de los argumentos de Blair. En sus mensajes, reemplaza la falta de razones con énfasis dialéctico y frases rimbombantes como las que soltó ante el Congreso norteamericano ante un público que escuchó lo que quería y por eso le tributó una prolongada ovación, impensable en su propio país.

La operación de acoso contra el presunto «mensajero».

Este camino sin retorno elegido por Blair se convierte en un tortuoso sendero de métodos y formas autoritarias. Manipulaciones, presiones y amenazas se suceden para ocultar el engaño y las mentiras que fundamentaron la decisión de ataque militar que se tomó en las Islas Azores.
El Ministerio de Defensa británico empezó por anunciar que «estaba casi seguro de haber descubierto» al informante del periodista de la BBC. En realidad el presunto hallazgo no tenía ningún mérito, ya que David Kelly, uno de sus más respetados expertos había informado personalmente a sus superiores y por propia decisión que había conversado con Gilligan en los días previos a la emisión de la denuncia de la BBC. Pero también negó haber proporcionado todos los datos utilizados por el periodista. El Ministerio -si bien no dio el nombre del científico, proporcionó datos como su ocupación y relación laboral. Luego, a través del diario «Times» filtró el nombre del Dr. Kelly.
Una vez que se hiciera público su nombre, el experto británico fue convencido por sus superiores para que se presentara a declarar ante el Comité Parlamentario. Allí fue interrogado duramente, al punto que hoy uno de los parlamentarios que más se destacó en esa faena, ha perdido disculpas por su actitud a la familia de la víctima y a la opinión pública.
Los miembros de la comisión parlamentaria llegaron a la conclusión de que Kelly no fue el informante de Gilligan. Algunos llegaron a considerar que el Ministerio de Defensa lo utilizó como «chivo expiatorio» y cortina de humo para tapar el fondo de la cuestión, que era y sigue siendo el tema de los falsos datos utilizados por Blair para convencer de la necesidad de atacar Irak. Algunos parlamentarios reclamaron por el trato sufrido por Kelly. El experto fallecido era un hombre «de laboratorio», sensible e introvertido.
Su familia afirmó que el trato recibido por parte del gobierno y sus representantes le indignó profundamente. Otro experto, Garth Whitty, miembro de la comisión de inspectores de las Naciones Unidas que le conocía, afirmó que «todo lo que sé sobre él, me indica que era un buen profesional, un duro trabajador y una persona íntegra».

Matar la mensajero

Casi 30 horas después del hallazgo de su cuerpo, la policía británica confirmó que pertenece al experto desaparecido, y que presenta un corte en la muñeca izquierda. El portavoz policial sugirió que posiblemente Kelly murió desangrado por un corte en las venas.
En las proximidades fue encontrado un cuchillo y un tubo de analgésicos.
Declinó arriesgar sobre la posibilidad de suicidio o asesinato, tema que deberá dilucidar una investigación judicial.
El típico recurso de los antiguos emperadores de eliminar al mensajero para evitar que se difundieran las verdades o las que ellos consideraban «las malas noticias», vuelve a estar de actualidad. Posiblemente nunca tendremos la total certeza de las causas de la muerte de Kelly, pero suicidio o asesinato, es evidente que su fallecimiento está relacionado con la breve historia que desencadenó la denuncia de la BBC.
Una denuncia que molestó al poder, y cuya filtración -quizás injustamente- imputaron a Kelly.

Algunas piezas que no encajan

Algunos periodistas se preguntan por qué transcurrieron tantas horas entre la denuncia de la desaparición de Kelly y su hallazgo sin vida. Por qué demoró su identificación durante tantas horas. Por qué, en ese tiempo, nunca se informó si había huellas de violencia en la víctima. Por qué el «New York Times» publicó que los agentes habían confirmado a la esposa de Kelly que su marido se había suicidado. El mismo diario publica una entrevista con la esposa del científico donde ella indica que poco antes de salir a dar el paseo, su esposo estuvo preparando un informe para el «Foreign Office» y que también envió varios correos electrónicos a sus amigos. Dos de ellos revelaron que no encontraron nada raro en esos mensajes. En uno de los mensajes, Kelly le explicaba que estaba esperando el fin de semana para juzgar cómo había resultado su comparecencia ante la comisión parlamentaria. En el otro, Kelly se mostraba «muy combativo», expresaba su propósito de superar este escándalo y poder volver a Irak, país en el que había estado varias veces como inspector de armamento de las Naciones Unidas. Ya no podrá volver. De una forma u otra, se lo puede considerar una víctima más de la trama que impulsaron Bush, Blair y algunos secuaces de segundo orden para invadir y ocupar Irak. Pero cada día que pasa las mentiras y las manipulaciones utilizadas en el intento de justificar su acción unilateral se van convirtiendo en un pantano.
Los propios titulares de la prensa británica demuestran que la credibilidad se derrumba: «La muerte de Kelly, un golpe inmenso para el gobierno de Tony Blair», dice The Financial Times. «Kelly perseguido a muerte por el gobierno», «The Daily Mirror». El conservador «The Daily Mail» publica en primera plana las fotos de Blair, Campbell y el ministro de defensa Hoon y una pregunta en el subtítulo:»¿Están orgullosos?». Otro rotativo conservador, «The Daily Telegraph» tituló «muerte del chivo expiatorio».
El complejo entramado de mentiras y manipulaciones que tejieron Bush y Blair va quedando a la intemperie y expuesto a la vista de todos.
La pretendida «acción histórica contra la amenaza de Saddam Hussein» se transforma en la ocupación lisa y llana de Irak, el atropello a su soberanía y a su cultura y el robo de sus riquezas, entre ellas la principal, su petróleo.
Es por eso que ahora intentan otra jugada que permita diluir responsabilidades.
Reclaman la participación de otros países, aunque sea con fuerzas simbólicas, en el «mantenimiento del orden y la normalidad» en el territorio ocupado. Y allí se alistan -prestos a la demanda imperial- gobiernos como el de España, la República Dominicana, o Nicaragua. Mientras tanto, en Irak, crece la protesta contra los invasores que, curiosamente y contra su voluntad, comienzan a provocar la impensable unidad de sectores populares diversos, unos partidarios del antiguo régimen, otros sus víctimas, otros religiosos… pero todos reclamando que se marchen los ocupantes y que devuelvan a los iraquíes el control de su país y de sus recursos.