Entrevista a la rabanit Ethel Katz Barylka

La mujer aguná, una mujer anclada

Presentamos un diálogo con la educadora Ethel Barylka, Magister en judaísmo contemporáneo y directora del espacio Mujer y Judaísmo, que este domingo 21 de febrero organiza las Jornadas por el Día de la Aguná, "Divorcio con Dignidad", en la cual se conversará sobre la problemática de aquellas mujeres ortodoxas cuyos maridos hacen abandono del hogar y no les conceden el divorcio, por lo cual desde la perspectiva de la halajá no tienen la libertad de volver a contraer matrimonio.
Por Erick Haimovich

-Desde la década del ‘90, Taanit Ester, el Ayuno de Ester, coincide con el Día de la Aguná, fecha que se estableció para crear conciencia sobre la problemática de las mujeres agunot e impulsar acciones para resolver el problema. ¿En qué consiste la figura de la mujer aguná?
-El concepto de mujer aguná surge de la halajá, la ley judía. Se refiere a aquella mujer cuyo marido ha desaparecido. La palabra aguná (que en hebreo moderno algunos traducimos como “anclada”, porque oguen es ancla) viene del arameo y tiene que ver con la idea de círculo, por eso hablamos de la mujer encadenada o encerrada. Una mujer cuyo marido ha desaparecido no puede volver a casarse según la halajá porque no está ni viuda ni divorciada. Se encuentra en un status que no le permite la libertad de contraer matrimonio nuevamente desde la perspectiva de la norma judía. Estos casos, históricamente hablando, son pocos: pasaron, por ejemplo, durante la Shoá, con mujeres que sobrevivieron y no sabían si sus maridos habían sobrevivido. Incluso hubo casos en donde se le permitió a la mujer volverse a casar, dando por sentado que el marido había fallecido, y después se descubrió que no había muerto.
Hoy en día, el término aguná lo tomamos prestado para referirnos a las mujeres mesuravot guet, que son aquellas a las que sus maridos les niegan el divorcio. Si bien son dos figuras legales diferentes, las consecuencias para la mujer son las mismas: una mujer a la cual su marido no le da el divorcio no se puede volver a casar porque legalmente sigue estando casada. Por lo tanto, la limitación es exactamente igual a la mujer cuyo marido está desaparecido.

-Para entender la existencia de la mujer aguná, ¿cómo funciona halájicamente el divorcio en el judaísmo?
-El divorcio en el judaísmo existe desde siempre. La Torá ya lo prevee. Tiene dos características que lo hacen problemático: en primer lugar, tiene que ser realizado por libre voluntad del hombre; en segundo lugar, tiene que ser otorgado en presencia. ¿Por qué digo “del hombre”? Porque si nos vamos a la Torá, el que “da” la carta de divorcio o la carta de rechazo es el hombre. Hay que recordar que cuando hablamos de Torá hablamos de una sociedad poligámica, no hablamos del siglo XXI.
¿Qué ocurrió después? Nuestra jurisprudencia no puede rechazar o cambiar pautas que se dieron en la Torá. Sí se puede reinterpretar o adaptar. A lo largo de los siglos, hubo ciertos momentos donde se trató de encontrar mecanismos para limitar el poder del hombre. El primer mecanismo es la ketuvá, aún cuando muchas veces no la pensamos de esa manera. Antes de la época talmúdica, no existía ningún contrato: el hombre tomaba a una mujer y luego la podía repudiar, era completamente libre. En el período talmúdico surgen nuevas pautas. Se establece que es necesario que el hombre le pague la ketuvá, que muchos piensan que es un papel simbólico, aunque en realidad es un contrato que establece una compensación económica que la mujer tiene que recibir en caso de separación. Los sabios hicieron esto para impedir el divorcio arbitrario. Estas nuevas pautas le dicen al hombre que si se quiere separar tiene todas estas pautas. No hay que olvidarse que el período talmúdico todavía era poligámico. En ese momento, era equivalente al salario de un año entero.
En el año 1000, Rabenu Guershom establece otra limitación: el consentimiento de la mujer. El hombre se puede divorciar pero la mujer tiene que consentir.
Muchas nos preguntamos dónde estamos mil años después. Se están dando algunos cambios para esta problemática, si es que uno quiere encontrar la solución dentro del marco de la normatividad judía. Si uno no lo quiere respetar, no pasa nada, pero dentro de la halajá, hay que buscar un mecanismo que no violente la normatividad.

-¿Qué iniciativas dentro de la normatividad judía se están tomando para resolver la situación de las mujeres agunot?
-A veces el problema no es tanto la norma sino la aplicación de la misma. Es verdad que el divorcio tiene que ser dado por libre voluntad del hombre, por eso se teme la coerción que se pueda ejercer por parte de los tribunales rabínicos, pero surge la pregunta de cuáles son los mecanismo que pueden usar los tribunales rabínicos para presionar al hombre a entregar el divorcio. Muchas veces los tribunales rabínicos renuncian a ejercer esa presión. ¿Esto tiene que ser así? Ya tenemos en la historia una serie de sanciones que fueron dadas para ejercer cierta presión pública y social para que el hombre dé el divorcio. Si nuestros sabios ya pudieron pensar en la Edad Media soluciones como shaming, es decir que todos sepan quién es el hombre que no da el divorcio dentro de la comunidad, que no se lo llame a la lectura de la Torá, que no comercien con él y se los aíslen socialmente, ¿por qué en la actualidad los Tribunales no ejercen toda la fuerza que podrían ejercer?
La otra cuestión tiene que ver con posibles soluciones halájicas. Por ejemplo, la posibilidad de firmar contratos prenupciales que tienen que ver con el tema del guet, que incluyen cláusulas que establecen que en caso de que una de las dos partes solicite el divorcio la otra se compromete a darlo. Si un contrato de este tipo se valida ante el Tribunal Rabínico como ante la justicia del lugar, tiene un peso que ayuda a la presión que hay que ejercer para que el hombre no tenga esta prerrogativa de manipular la situación. Porque lo que se genera es una manipulación de poder y eso es lo que hay que tratar de evitar.
En algunos países se intenta, y algunos lo han logrado, que la negación del divorcio judío permita demandar al hombre en tribunales civiles por maltrato psicológico hacia la mujer. Hay que tener en cuenta que muchos juristas judíos han sido muy claros al respecto: la mujer que declara que no quiere vivir más con ese hombre hay que permitirle recibir el guet. Maimónides dice que la mujer no es una sirvienta para vivir con quien no quiere vivir, o, en sus términos, con quien “le repugna”.

-¿Qué pueden hacer los tribunales rabínicos si el hombre se niega a dar el divorcio?
-El divorcio se inicia cuando hay una apelación de divorcio ante un tribunal rabínico. Esa apelación la puede pedir tanto el hombre como la mujer. Es importante que la mujer sepa que ella también puede iniciar la apelación ante el tribunal. El proceso continúa cuando el tribunal da un fallo de guet. Cuando hay acuerdo entre las partes, el divorcio es casi automático. La problemática empieza cuando es la mujer la que quiere divorciarse y el hombre hace uso del poder que la Torá le otorgó y se niega a dar el divorcio.
El tribunal no puede dar guet pero tiene otros recursos, que se usan muy poco, por ejemplo la anulación de matrimonio. Existe el concepto kidushei taut, de unión matrimonial por error. Una mujer puede sostener que se casó pensando que su pareja iba a ser de determinada manera y después resultó ser otra, por lo que puede solicitar la anulación del matrimonio. Obviamente nos referimos a situaciones especiales. El Tribunal puede anular retroactivamente el matrimonio. Pasa poco y es parte de lo que hay que insistir para que ocurra más.

-¿Cuál es la diferencia entre los tribunales rabínicos en Israel y en las comunidades judías del mundo?
-Esta cuestión tiene que ver con el sistema legal judío y la fuerza que tiene el tribunal. En la diáspora actúa por voluntad de los miembros de la comunidad y no tiene fuerza de ley. En Israel, los Tribunales Rabínicos actúan por mandato del Parlamento. El Tribunal Rabínico tiene la fuerza de poder sancionar, con embargo, cárcel y otras medidas por desacatar el fallo del tribunal. Si el tribunal falló que tiene que dar el divorcio, el hombre lo tendría que dar. El problema es que, más allá del fallo, algunos hombres no lo hacen. Si vivís en Israel y no das ese divorcio que el tribunal falló, la mujer puede seguir demandando para que se ejerza presión.
En la diáspora es más problemático porque el tribunal puede fallar pero, cuando el hombre no entrega el divorcio, la comunidad no tiene fuerza o no quiere ejercerla. A veces, sobre todo en algunas comunidades observantes, hay más fuerza social de la que se cree. Las buenas noticias son que actualmente, los tribunales israelíes tienen jurisdicción sobre ciertos casos en la diáspora. Israel actuó hace un tiempo, por ejemplo, limitándole la salida del país a un argentino que estaba momentáneamente en Israel y que le negaba el divorcio a su mujer que estaba Argentina.

-Sobre esta última cuestión, precisamente en el año 2018, la Knesset aprobó por tres años una ley que le otorga a las cortes rabínicas israelíes jurisdicción internacional sobre judíos de todos el mundo que rechazan dar el divorcio. Esta ley le permite a los tribunales rabínicos imponer sanciones sobre ciudadanos no israelíes que no den el divorcio ritual, como tiempo de prisión y órdenes que impidan salir de Israel. Algunos parlamentarios se opusieron al proyecto por sostener que no sólo no ayudaría en nada sino que implicaba un empoderamiento de las autoridades religiosas estatales, a quienes consideran parte del problema.
-En primer lugar, no se trata de cualquier caso sino de ciertos casos específicos que pasaron por un proceso en la diáspora y que no se pudieron resolver y pueden pedir apelar en tribunales israelíes. Por otro lado, depende qué tribunales. En Israel hay tribunales muy liberales, sensibles a la realidad, y hay tribunales más cerrados. Como en cualquier sistema judicial, depende cuáles son los jueces que están sentados. Es verdad que a veces algunos tribunales son parte del problema. Como los tribunales dependen del Ministerio de Asuntos Religiosos y el Ministro es nombrado por cuestiones vinculadas a la coalición gubernamental, en general queda en manos de partidos ultraortodoxos. Eso también es parte de la problemática porque su perspectiva no se corresponde con la de la mayor parte de la población.

-A propósito de de esto último que mencionás sobre los conflictos políticos y religiosos en Israel alrededor de quiénes toman ciertas decisiones que impactan en la vida de los ciudadanos, me pregunto si las iniciativas que se realizan para resolver la problemática de las agunot en el marco de los tribunales rabínicos no tienen un límite, que es la normativa misma que manejan esos tribunales. Pienso en el caso de Tzviya Gorodetsky, una de las mujeres que más tiempo estuvo en condición de aguná en Israel. Estuvo luchando 26 años para que su esposo, Meir Gorodetsky, le conceda el guet, lo cual no consiguió pese a haber sido condenado a 19 años a prisión para presionarlo. ¿No hay un límite en la búsqueda de soluciones a través del marco de los tribunales rabínicos que impiden que muchas mujeres obtengan su derecho al divorcio? ¿No es necesario buscar soluciones civiles, por fuera de la normativa halájica?
-No creo. También en la ley civil hay un límite. Yo creo que podría no llegarse a estas situaciones. Si se aplicara la anulación retroactiva del matrimonio la situación sería distinta. Hay muchas más posibilidades de aplicar la norma de lo que se hace en la realidad. Hay mecanismos dentro de la propia normatividad para anular el matrimonio. Tiene más que ver con el inmovilismo, el temor a ser yo el que haga el cambio. Hacen falta jueces con pleitzes, como se dice en idish, con espaldas, que puedan asumir la responsabilidad de tomar decisiones importantes. Si en los tribunales rabínicos tuviéramos, en lugar de tener los jueces actuales, jueces pertenecientes a otras ramas de la ortodoxia, las cosas se verían diferente. En este sentido, me es importante decir que en la coalición femenina en defensa de las agunot, que se llama ICAR (International Coalition for Agunah Rights), está formada por organizaciones femeninas de distintas corrientes. Hay organizaciones seculares, como Naamat, la organización femenina de lo que era el partido obrero, hasta organizaciones religiosas. A su vez, yo creo que si hubiera un cambio importante en Israel influiría en la diáspora. Existe en algunas comunidades de la diáspora una suerte de imitación del estilo: muchos creen que si en Israel no se animan a tomar algunas decisiones, menos se van a animar ellos a avanzar. Los rabinatos comunitarios muchas veces sienten el peso de no ser criticados por el establishment rabiníco israelí.

-Quisiera preguntarte por los espacios de contención para las mujeres agunot en los marcos comunitarios. Pienso en el caso de Mendel Epstein, el rabino que lideró un grupo ultraortodoxo neoyorkino que realizaba actos de coerción (como torturas y secuestros) a hombres que les negaban el divorcio a sus parejas. Este grupo fue desbaratado por el FBI y muchos de ellos condenados a prisión. Más allá de lo novelesco del caso, dado que implica desde el FBI hasta pandillas de rabinos en Nueva York, me resulta interesante lo que plantea Judy Heicklin, perteneciente a la Jewish Orthodox Feminist Alliance, quien sostuvo que el caso demuestra que las agunot están sometidas tanto al abuso por parte de sus esposos como al de algunos líderes y rabinos que lejos de crear espacios de contención les exigen sobornos para resolverles el problema de una forma espuria. ¿Qué tipo de contención existe en los marcos comunitarios para las mujeres que están en situación de aguná?

-Este tema es sumamente relevante. El apoyo y la contención debería venir por parte de la comunidad. No hay que tener temor de avergonzar al delincuente. Por el contrario, hay que tener las agallas de apoyar a esa mujer. Existen varias organizaciones femeninas, como Yad Laishá, Tzedek Lenashim o Mavoi Satum, que se dedican a brindar asesoría legal a estas mujeres y a dar apoyo de tipo afectivo. Hay muchas mujeres que recién reciben el divorcio cuando estas organizaciones intervienen. Hay que tener en cuenta que gran parte del problema es el cansancio de estas mujeres. Cuando el sistema no se mueve, llega un momento que estas mujeres desisten. ¿Quién acompaña a estas mujeres? Eso es fundamental. A modo de ejemplo, ayer tuve un llamado telefónico de una mujer que hace siete años está esperando que su marido le dé el divorcio.
Sobre el ejemplo que citaste, más allá de lo novelesco, hay que tener en cuenta también que hay personas que lamentablemente recurren a la violencia. Llega un momento de tal saturación de la situación que parece la única salida. Esto hay que evitarlo y buscar resolverlo de otra manera.

-Tomando como disparador la figura de la mujer aguná pero saliendo un poco de tema, me interesaría si podemos pensar el vínculo con el pensamiento rabínico. La mujer aguná es una mujer que está anclada, trabada en una situación que no puede controlar y tiene disminuida su capacidad de agencia. ¿Es esta imagen un reflejo de la mirada del pensamiento rabínico sobre la mujer?
-El origen de la figura de la mujer aguná tiene que ver con cómo es visto el matrimonio en la perspectiva toránica. No creo que refleje toda una actitud hacia el sujeto mujer. Sí creo que tiene que ver con una normatividad que pasó menos transformaciones por las que podría haber pasado. Hay otras áreas dentro de la halajá que se adaptaron a su tiempo mucho más rápidamente que esta cuestión. En la ciencia, por ejemplo, estamos muy avanzados en cuestiones de normatividad judía. Sin embargo, en el tema de las mujeres agunot hay mucho temor, que tiene que más con el temor de perder el poder que con la visión de la mujer. Si pudiéramos estar frente a tribunales rabínicos diferentes, que no dejan de tener una conformación rabínica ni dejan de ser parte de la tradición rabínica ancestral, podríamos estar viendo hoy una situación completamente distinta.

-En tu libro, Judaísmo en femenino, sostenés que la entrada de la mujer al conocimiento permite a la mujer entrar al debate, la creación filosófica y halájica, llegar a posiciones de liderazgo y que las mujeres se desarrollen como educadoras. ¿Cuál es la receptividad de este enfoque en las comunidades judías de distintos lugares del mundo?
-Yo nunca hice un trabajo de campo para estudiar la receptividad de estos enfoques. Creo que la receptividad es muy interesante. Hay dos clases de reacción con las que yo me he encontrado: por un lado, hay un abrazo de aquellos que ven positivamente la existencia de este mensaje; por otro lado, hay silencio. No hay rechazo, no me encontré con situaciones de rechazo frontal. Sí me encontré con personas y rabinos ortodoxos que dicen que el enfoque es muy bueno pero no se animan a decirlo en voz alta. Hay mucho temor de identificarse con algo que puede sonar demasiado feminista.
Hay muchas personas que, cuando se encuentran con este mensaje, encuentran una respuesta para sí mismas. Digo “sí mismas” porque por lo general son mujeres las que están en la búsqueda de esos espacios.

-Un aspecto interesante que se da en América Latina es que la problemática de género y diversidad sexual atraviesa a distintos sectores sociales, partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil. En este sentido, más allá de las particularidades existentes en los feminismos, es un tema que convoca a sectores que parecen irreconciliables. ¿Ocurre lo mismo en el judaísmo? ¿La problemática de la mujer permite diálogos en sectores que entienden al judaísmo desde perspectivas distintas?
-Creo que sí en varios sentidos. La mujer puede ser puente entre las distintas corrientes. Hay mayor respeto a la diversidad y esto tiene que ver con que la mujer no está en el establishment. Por ejemplo, yo tengo un grupo de estudio donde participan mujeres de todas las tendencias. Hay seculares, ortodoxas, conservadoras, reformistas, latinas, europeas, jóvenes, viejas, blancas y negras… Difícilmente un encuentro así se daría en un marco institucional formal. Y hay que ir generando esos espacios de convivencia y las mujeres podemos hacer un aporte muy interesante si nos permitimos jugar nuestro juego. Si entramos en el juego institucional clásico vamos a repetir lo que pasa. Las mujeres podemos crear espacios diferentes.