El voto judío en las elecciones de EE.UU.

La sobreactuación de Donald Trump en favor de las políticas del gobierno de Benjamín Netanyahu no impactó a su favor en el voto judío norteamericano que, por el contrario, se redujo en comparación a los comicios de 2016. Aquí, algunas explicaciones posibles.
Por Moisés Salinas Fleitman *

Donald Trump es considerado por muchos en el establishment sionista como el presidente estadounidense más cercano a Israel. A final de cuentas, ninguna administración norteamericana se había embarcado en una agenda tan sesgada en favor de los intereses de un gobierno israelí. Trump, además de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y retirarse de los acuerdos nucleares con Irán, propuso un plan de “paz” para la región que era más similar a un acuerdo de divorcio en el que el juez y el marido eran grandes amigos, otorgando a Israel todo lo que podía soñar en un acuerdo final, y trabajó de manera incansable durante los últimos meses de su administración con países árabes para empujarlos a normalizar relaciones con Israel.
Sin embargo, todos estos debatibles logros, no lograron un objetivo fundamental para Trump: atraer el voto judío. En las elecciones de 2020, solo el 22% de los judíos apoyaron a Trump en las urnas, comparado con el 24% en las elecciones de 2016. O sea, todos estos “logros” diplomáticos de Trump lograron que el apoyo de la comunidad judía decreciera prácticamente un 10%.
Las razones de esta reducción son variadas y complejas, pero podemos resaltar dos en particular. Primero, Israel no es un tema de gran importancia para los judíos estadounidenses. En una encuesta realizada por el Comité Judío Americano (AJC) en 2019, solo el 38% de los judíos encuestados estuvieron definitivamente de acuerdo con la afirmación “Preocuparme por Israel es una parte muy importante de mi ser judío”, y un estudio de 2013 del centro Pew encontró que solo el 30% declaró estar muy apegado a Israel. En resumen, no era realista pensar que las políticas ostentosas en favor de Israel de la administración Trump tuvieran un efecto significativo en los patrones de voto de los judíos norteamericanos. De hecho, a pesar de que en agosto del año pasado Trump declaró sobre los votantes judíos que «si votas por un demócrata, estás siendo muy desleal con el pueblo judío y muy desleal con… Israel», sus políticas estaban probablemente diseñadas para incrementar su apoyo entre los evangélicos cristianos y no entre los judíos.
Segundo, los judíos en Estados Unidos tienden a tener valores muy liberales que chocan de frente con las políticas internas del presidente Trump. Un estudio de la firma Gallup encontró que en términos ideológicos, el 44% de los judíos estadounidenses se consideran así mismos liberales, un porcentaje mucho mayor que el 25% de la población en general, lo cual, según Gallup, “convierte a los judíos en el grupo religioso más liberal”. Por otro lado, solo el 20% de los judíos se identifican como conservadores, comparado con el 37% de la población en general.

Pro Bibi no significa pro Israel
En realidad, el problema fundamental de las políticas del presidente Trump Vis-a-vis Israel no es el tema de que estuvieran sesgadas en favor de Israel, sino que lo estaban en favor de la visión política de extrema derecha de la administración del Primer Ministro Benjamín Netanyahu y su partido Likud. Si bien en apariencia estas políticas benefician a Israel, a largo plazo son altamente perniciosas, no solo porque alejan la posibilidad de una paz justa y duradera entre israelíes y palestinos, sino porque rompieron el status quo bi-partisano existente desde la época de Henry Kissinger y Golda Meir.
Por más de 50 años, ambos partidos norteamericanos, demócratas y republicanos, habían acordado no cruzar líneas rojas que cambiaran este balance. Trump, al cruzarlas flagrantemente, volvió a Israel en un tema partidista que ahora está en juego y que ya es blanco del ala progresista demócrata. La mayoría de los judíos norteamericanos, inclusive esos que tienen una alta identificación con Israel, se dan cuenta de esto, y que Israel, como un niño que se atasca de golosinas, podrá estar muy satisfecho al corto plazo, pero que las consecuencias a más largo plazo pueden ser devastadoras.
Sin embargo, muchos israelíes, así como activistas del movimiento sionista alrededor del mundo, seducidos por los confites “trumpianos”, se rehúsan a ver esta realidad y prefieren deleitarse en el éxtasis del azúcar de Trump. El retorno al real-politik que implica la visión madura del presidente electo Joe Biden se presiente como un balde de agua helada a esos ilusos.
También en mi país, México, hay gente que se niega a reconocer la realidad que implica un retorno de la racionalidad política. Por razones en apariencia muy distintas, pero con un mismo trasfondo, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, aún se niega a reconocer el triunfo de Biden en las elecciones presidenciales. En este caso, esa posición está fundamentada en una política norteamericana que esencialmente doblegó a México en temas que le eran de suma importancia (migración, lucha contra los carteles de la droga) mientras que permitió a México amplia latitud en temas de democracia interna, medio ambiente y economía.
El común denominador de ambos casos es que el presidente Trump ha llevado una política exterior irreflexiva e irresponsable que sólo respondía a sus intereses personales (ni siquiera a esos de los Estados Unidos como nación), y que ello le ha generado algunos férreos aficionados, pero muchos más detractores que entienden las implicaciones de políticas populistas que pueden ser muy populares y satisfactorias al corto plazo (tanto en casa como afuera), pero dañinas a mediano y largo plazo.

* El autor es rector de la Universidad ORT México y representante de Meretz México ante la organización Sionista Mundial. Investigador y Doctor en Psicología Educativa, autor de numerosos libros y textos académicos.