Cinismo e hipocresía al reivindicar la memoria de un ciudadano árabe acusado de terrorista

Cuando el primer ministro del Estado de Israel degrada el valor de la memoria

Al disculparse por la muerte de Yakub Abu al-Kiyan, un docente beduino asesinado por la policía en 2017 durante la destrucción de la aldea de Umm al-Hiran, Bibi Netanyahu se ha apropiado de la memoria de un hombre inocente, con el único objetivo de convertirlo en un “muerto útil” en aras de sus propios intereses personales.
Por Leonardo Cohen *

Puedo decir que he dedicado más de la mitad de mi vida a la memoria. Se trata, en mi caso, de algo que con el tiempo descubrí como una vocación. Leo, estudio, escribo y enseño historia. De cierta forma, me he especializado en épocas, pueblos, religiones, y personajes que se encuentran a gran distancia de mi experiencia cotidiana, de mi historia familiar y de las culturas de las que formo parte. Concretamente, la mayoría de mis investigaciones se han dedicado al estudio de misioneros jesuitas y cristianos etíopes a lo largo de los siglos XVI y XVII. Es una época distante, una zona del mundo que he conocido a través de cortos viajes, y los personajes que me ocupan pertenecían a religiones distintas a las mías. Muy pocos de ellos hablaban mi lengua materna.
Reconozco después de muchos años de estudio y trabajo, que se trata de un gran privilegio: puedo dedicarme a tratar de reconstruir el pasado, y tratar de entender un mundo y las motivaciones de personas y sociedades, con las cuáles no estoy vinculado emocionalmente. No tengo ninguna necesidad de traer alguna lección o moraleja hacia el presente. Han pasado varios siglos desde entonces. El objetivo último debe ser comprender el pasado, y conservar la memoria de lo acontecido sin la necesidad de traducirlo en reivindicaciones de causas actuales.
Por supuesto que el asunto se torna más complejo cuando uno se ocupa de historia reciente, épocas que uno vivió, o que fueron vigentes para la generación de nuestros padres o abuelos. En estos casos se requiere de mayor esfuerzo para ocuparse de la memoria como objetivo en sí mismo, y no como herramienta para respaldar causas que conciernen al presente. En este sentido, me resultó sumamente impactante el libro El Judío Imaginario de Alain Finkielkraut, que leí hace más de 30 años. Encontré ahí referencias que fueron para mí sumamente iluminadoras. Como hijo de sobrevivientes del holocausto, Finkielkraut debate cuál debe ser el objetivo significativo y último de la memoria.
“Los partidarios de la memoria judía dicen: los muertos informan a los vivos, los ponen en guardia y les abren los ojos; los enemigos de la memoria judía dicen: estos muertos no sirven para nada, estorban, debilitan nuestra visión, ocultan nuestros problemas actuales… unos y otros solo conciben unos muertos útiles.
Yo mismo he pasado mi larga adolescencia utilizando a los muertos. Anexionándomelos sin ningún pudor. Apropiándome vorazmente de su destino. Pavoneándome de su agonía. Ahora sé que la memoria no consiste en subordinar el pasado a las exigencias del presente ni adornar la modernidad con los colores que la dramatizan. Si el futuro debe ser la medida y referencia de todas las cosas, la memoria es injustificable. Quien se dedica a reunir los materiales del recuerdo debe ponerse al servicio de los muertos, y no al revés. Pues sabe que éstos sólo le tienen a él en el mundo y que, si se separa de ellos, de la manera como han vivido y como han muerto, esos muertos judíos que estaban a su merced morirán del todo, y la modernidad, enamorada de sí misma, acaparada por las intrigas que la recorren cotidianamente, ni siquiera percibirá esta desaparición”.

Vigencia del uso de la memoria
Sin duda, las reflexiones de Finkielkraut, vigentes hasta el día de hoy, nos obligan a tomar distancia de nuestra experiencia propia y dedicar la memoria única y exclusivamente para recordar el pasado y a aquellos que han desaparecido. A la luz de toda esta concepción, que he asimilado como propia, es que me han asombrado, y causado un malestar emocional especialmente significativo, las declaraciones del primer ministro israelí, durante la semana pasada, disculpándose y lamentando la muerte de un ciudadano israelí, Yakub Abu al-Kiyan, que sin ninguna justificación había sido acusado de terrorista por las autoridades desde el 2017, incluyendo Netanyahu mismo.
Yakub Abu al-Kiyan, un subdirector y maestro de escuela beduino, fue asesinado a tiros durante la destrucción de la aldea de Umm al-Hiran. Un oficial de policía que se encontraba entre el gran contingente de tropas desplegadas para destruir la aldea el 18 de enero de 2017, disparó contra el automóvil de al-Kiyan mientras conducía a una velocidad de solo 10 kilómetros por hora. El automóvil se desvió de su curso después de que Abu al-Kiyan recibió un disparo y atropelló al oficial de policía Erez Levy, quien murió en el lugar. Los equipos médicos declararon muerto al policía y permanecieron en el lugar mientras Abu al-Kiyan se desangraba a unos 10 metros de distancia, durante largos minutos, sin recibir atención médica.
Hay toda una lista de detalles sobre las fallas de ese día, comenzando con los disparos contra Abu al-Kiyan hasta el hecho de dejarlo morir en el lugar. Se asumió erróneamente que había intentado llevar a cabo un ataque terrorista con su automóvil, y la policía y el ministro de Seguridad Pública, Guilad Erdan, describieron la muerte de Levy como un atentado. La semana pasada, dos años después de que el exfiscal del Estado Shai Nitzan ordenara el cierre de la investigación contra los policías involucrados en el caso, se esperaba que la familia de Abu al-Kiyan solicite al Tribunal Superior de Justicia una investigación y juicio a la policía y los oficiales involucrados.
Como mencioné anteriormente, el primer ministro tachó en su momento a Yakub Abu al-Kiyan de terrorista. Ahora su actitud ha cambiado. Aceptó que un ciudadano inocente fue asesinado por la policía. Por supuesto que este reparo podría ser considerado como loable, y sobre todo si se hiciera con la intención de respetar y honrar su memoria. Sin embargo, Binyamín Netanyahu ha dado algunos pasos más allá de este objetivo. Ha determinado que Yakub Abu al- Kiyan, un ciudadano israelí inocente fue asesinado y acusado de ser terrorista, y a su vez agrega: “…ello es indignante, al igual que lo son los cargos que le han inventado al primer ministro. Después de que se publicó esta sacudidora información, se puso en evidencia algo insostenible. Hay aquí politización de las investigaciones policiales, investigaciones contaminadas desde sus inicios. Lo que todos hemos visto es algo absolutamente inconcebible. Por ello me disculpo frente a la familia al-Kiyan, en mi nombre, ya que un ciudadano inocente ha muerto. Dijeron que era terrorista y ayer quedó claro que no lo era. A partir de ayer se hizo evidente que las autoridades de la fiscalía y de la policía lo convirtieron en terrorista, para protegerse a sí mismos, y para atacarme a mí”.

Muerto útil
Difícil llegar más bajo. El primer ministro israelí, sin ninguna vergüenza, se ha apropiado del asesinato y la memoria de un hombre inocente, con el único objetivo de convertirlo en un “muerto útil”. Y más degradante aún: no lo ha convertido en un muerto útil en aras de una causa que implique justicia social, derechos o equidad, como ocurre en el caso planteado por Alain Finkielkraut. No, este no es el caso. Su apropiación de ese muerto y su memoria es en aras de sus propios, exclusivos y egoístas intereses personales. Netanyahu ha sido acusado por la corte y el aparato judicial de Israel de soborno y corrupción, y, aun así, se mantiene como primer ministro a pesar de que él mismo demandó que Ehud Olmert, su predecesor, renunciara por menos que eso. Así que Yakub Abu al –Kiyan cumple su función como muerto útil para deslegitimar a la policía y al aparato judicial que ha puesto en duda la “conducta honesta y recta” del primer ministro.
La memoria de un ciudadano asesinado no tiene, por tanto, valor en sí misma. Eso es lo que en otros términos ha dicho el primer ministro israelí. Los recuerdos y la experiencia vivida por aquel hombre y su familia, sólo tienen valor en términos de funcionalidad. “¿Para qué me sirve?”, dirá Netanyahu: “Pues para obtener ventajas y demostrar que la policía y el aparato judicial se equivocan e incluso actúan con maldad. Por tanto, no confíen en las acusaciones que hay contra mí. Abu al-Kiyan y yo somos las víctimas».
Bajeza y frivolidad. El primer ministro israelí ha mostrado desde hace varios años su menosprecio hacia los ciudadanos árabes del país. Es memorable su anuncio en los medios de comunicación el día de las elecciones del año 2015: “Los árabes fluyen en grandes caravanas hacia las urnas, con autobuses y apoyo de la ultra-izquierda.” De igual manera, en las elecciones de 2019 y 2020, se dedicó a deslegitimizar a la Lista Árabe. A través de incitar al público contra la “peligrosa minoría del país”, el primer ministro ha conseguido algunas bancas más en el Parlamento. La incitación contra los árabes fue útil, y ahora reivindicar la justicia y la memoria del ciudadano árabe beduino le es útil también.
Las declaraciones de Netanyahu en este asunto ponen en evidencia la personalidad del hombre que está al frente del Estado de Israel. En mi opinión no se trata de un detalle marginal, sino de una de las fuerzas centrales que motivan sus acciones y sus decisiones. El árabe beduino no es una persona cuya vida y memoria tengan un valor, o más bien, sí la tienen, pero sólo en función de las necesidades inmediatas del primer ministro, sean estas ganar las elecciones o evadir las acusaciones que ha dirigido hacia él la fiscalía. Un país como Israel merecería otro liderazgo, y en este mismo contexto, me parece importante recalcar que es también importante, que las comunidades judías de la diáspora tengan consciencia de la manera “utilitaria” en la que Netanyahu hace uso de la memoria.

 Nacido en Ciudad de México , es Dr. en Historia por la Universidad de Haifa y actualmente es Titular de la Cátedra de Historia de Etiopia en la Universidad Ben Gurion del Neguev.