La conjura contra América: una inquietante actualidad

Este año tuvo lugar el estreno de la miniserie de seis capítulos La conjura contra América (The Plot against America), cuya creación corre por cuenta de dos destacados en la materia, David Simon (The wire) y Ed Burns y toma como punto de partida al libro de Philip Roth, publicado en 2004. Su vigencia resulta estremecedora. (El presente artículo contiene spoilers sobre la serie de HBO La conjura contra América).
Por Natalia Weiss

Lo implacablemente imprevisto, que había dado un vuelco erróneo, era lo que en la escuela estudiábamos como “historia”, una historia inocua, donde todo lo inesperado en su época está registrado en la página como inevitable. El terror de lo imprevisto es lo que oculta la ciencia de la historia, que transforma el desastre en épica.
La conjura contra América. Philip Roth.

 

De la escritura literaria a la narrativa seriada
Sin duda, en el panorama audiovisual actual las series se ubican en un lugar de privilegio. Con una narrativa que recuerda a los folletines y las novelas por entregas, este formato no es ajeno a biopics de todo tipo ni a toda clase de relatos genéricos. En este caso, nos encontramos ante el pasaje de una obra literaria destacada de un autor americano central para pensar la literatura del S. XX. Esto, en primera medida, parece más que nada un gran desafío. Desafío que llegó a conocer y aceptar el escritor cuando se reunió con Simon para pensar este pasaje y hasta le dio algunos consejos antes de su muerte en 2018. En principio, quitarle el tinte autobiográfico manifestado explícitamente en el apellido que perdía aquí mayor sentido. Es así que nos encontramos con la familia Levin, y ya no Roth, aunque se conservan sus nombres y siguen siendo una familia judía americana del barrio de Weequahic, ubicado en Newark, Nueva Jersey, de donde Philip Roth es oriundo. Sobre este punto, queda claro lo que indicó el escritor, debía tratarse de una familia judía asimilada en un país que sentían como propio. En palabras de la novela: “El hecho de ser judíos no procedía del rabinato ni de la sinagoga ni de sus escasas prácticas religiosas formales. (….) El hecho de ser judíos no procedía de lo alto. (…) Tampoco el hecho de ser judíos era un contratiempo ni una desgracia ni un logro del que estar ‘orgulloso’. Eran aquello de lo que no podían librarse, de lo que de ninguna manera podrían pensar ni siquiera en librarse. El hecho de ser judíos procedía de ser ellos mismos, como sucedía con el hecho de ser americanos”.
Para contar la historia de esta familia americana, y de un devenir posible, el libro rompe la causalidad histórica y se vuelca a la ficción para reflexionar sobre la misma. En un mundo en el que los paradigmas se disuelven y los fantasmas del pasado amenazan con el retorno, los universos ficcionales distópicos y ucrónicos se presentan como alternativas fértiles a la hora de plasmar las inquietudes del presente (y el futuro). El primero en referirse a estas construcciones ucrónicas fue, en 1876, el filósofo Charles Renouvier, y se trata de producir cambios imaginarios en los hechos del pasado. De este modo, en este caso, un supuesto triunfo en las elecciones de 1940 del aviador, ingeniero e inventor Charles Lindbergh (Ben Cole), en el marco de la Segunda Guerra Mundial, se ofrece como el comienzo de dos años de terror y persecución en los EEUU. Se toma a este individuo vuelto héroe nacional al cruzar el océano en su avioneta, viaje en el que unió el continente americano con el europeo en un histórico vuelo de New York a París. Recibe por él 25.ooo usd como premio otorgado por Raymond Orteig, propietario de los hoteles Lafayette y Brevoort y un eufórico recibimiento en ambas capitales. Era también un antisemita convencido, un ferviente partidario de Adolf Hitler y el nazismo, y luego del dramático robo y asesinato de su bebé, que los colocó en las páginas policiales de la época, viajó por unos años a Europa junto a su familia. Visitó Alemania y su flota aérea en numerosas ocasiones, rodeándose de toda clase de personalidades del partido y recibió, por orden del propio Hitler, la Cruz de Servicio del Águila Alemana. Este lugar de aviador heroico también era conocido por Simon y lo distancia, según le advirtiera Roth, de los orígenes del presidente actual, Donald Trump. Es decir, se parte de una personalidad y anécdota reales, para desviarse hacia otros caminos.
La ucronía obliga entonces a un ejercicio de creación y expectación más complejo que el de un mundo absolutamente de fantasía y exige por parte de ambas instancias (como señaló Simon respecto a su trabajo de investigación previo a la realización) conocimiento sobre las sucesos y protagonistas reales para no despistarse. En base a ellos, se construyen historias alternativas que, como se ha dicho, no surgen de la nada y conducen a un juego en principio imposible, basado en consigna del “qué hubiera pasado si…”. Se parte del mundo real y de un gran número de personalidades históricas, que se refuerzan en la novela mediante un apéndice final con biografías y documentación al respecto. Es así como el escritor, a partir de haber leído sobre la posibilidad de que Lindbergh fuera pensado como candidato a presidente republicano, lo plantea como una realidad y cambia el curso de las cosas.

La trama de la conjura
En este desarrollo surge, desde las primeras líneas de la obra literaria, el punto de vista de un Roth adulto en diálogo con una mirada infantil sobre de la pérdida de la inocencia y de reparo de su mundo feliz. “El temor gobierna estas memorias, un temor perpetuo. Por supuesto, no hay infancia sin terrores, pero me pregunto si no habría sido un niño menos asustado de no haber tenido a Lindbergh por presidente o de no haber sido vástago de judíos.” En la serie, es necesario construir esta experiencia infantil en el devenir de los acontecimientos, marcando un crescendo dramático en presente y desde distintas perspectivas, en algunos casos opuestas. Es el caso de la madre de Philip (Azhy Robertson), en una gran actuación de Zoe Kazan, nieta del fundamental y controvertido director Elia Kazan y su hermana Evelyn (Winona Ryder). Ambas hermanas se alejan cada vez más y su construcción de personaje difiere notoriamente: en el caso de Bess, es la primera que percibe lo que sucede y que puede mostrarse a la altura de las circunstancias, adquiriendo una gran fortaleza para proteger a su familia. Evelyn, en cambio, pasa de ser una mujer preocupada por encontrar una relación en serio a una ambiciosa partícipe del nuevo régimen. Lo mismo ocurre con el padre Herman (Morgan Spector) y su sobrino Alvin (Anthony Bovle), que asumen dos formas opuestas de actuar frente al aterrador panorama.
Herman se niega a partir a Canadá, como lo hacen muchas familias cercanas e insiste en hacerlo Bess, al afirmar que es necesario quedarse para no perder los derechos como ciudadanos de ese país.
Mientras, apoya con todas sus fuerzas, como sus vecinos, al enfático periodista Walter Winchell (Billy Carter) en su tribuna radial dominical y posteriormente en su nominación como candidato presidencial.
Por su parte, Alvin, parte a Canadá para ponerle literalmente el cuerpo al combate y vuelve luego de haber perdido una pierna. Hasta se da de este modo entre los pequeños hermanos, Philip y Sandy (Caleb Malis), que se rebela a los miedos familiares ante los ojos de su atemorizado hermano menor, y a ser lo que despectivamente denomina, influenciado por su tía, “un judío de gueto”. Dicha expresión surge de la construcción de una impactante distancia entre el sufrimiento que están pasando los judíos europeos durante la guerra, y la posición de los de este lado del mundo. Esto se vehiculiza también en la propuesta del nuevo gobierno de llevar a cabo programas de integración de los judíos americanos a los modos de vida de la América profunda.
Estos se llevan a cabo en particular a través del personaje tal vez más perturbador de todo el relato, el rabino Lionel Bengelsdorf y su apoyo a la doctrina aquí vuelta política de gobierno: “America First” y el “Comité de absorción americano” que queda bajo su tutela. El personaje encuentra su mejor versión en la actuación de John Turturro, su acento sureño y su calma al hablar sin casi abrir los labios. En boca de Alvin, su acompañamiento a un gobierno que tendrá entre sus ministros al empresario antisemita Henry Ford (Ed Moran) y como vicepresidente a Wheeler, permite tornar “kosher” a Lindbergh, es decir, susceptible de ser votado por el resto de la población. Tanto él como Evelyn, con quien contraerá matrimonio y será su principal ayudante en las oficinas. Ella se encargará de enviar a Sandy a Kentucky para el intercambio en cuestión y e intentará también el traslado de toda la familia a esas tierras.
Resulta crucial la conversación sobre estos temas entre Bengelsdorf y Herman, en una cena en casa de los Levin, en la que el primero intenta convencerlo de la enorme diferencia entre Hitler en Alemania y Lindbergh en EEUU. Éste último, asegura, se manifiesta interesado en hacerlos parte de la vida nacional y esa sería la razón por la cual llevaría a cabo dichos programas. Es entonces cuando, frente a la pregunta del rabino sobre si había logrado disipar sus dudas al respecto, el padre de Philip responde: “No, no. En modo alguno. (..) Escuchar a una persona como tú hablar de esa manera… Francamente, me alarma todavía más.” Desde la mirada de Philip, mientras que su padre había elegido la resistencia, su tía Evelyn (y sin duda la figura del entregador encarnada por Bengelsdorf), la colaboración.
Que en este tramo Philip pierda su amada colección de estampillas, o se la entregue culposo a su vecino Seldon (Jacob Laval) en la serie, mientras debe partir con su madre por haber querido él intercambiarlos por el destino de su familia, y Sandy decida romper finalmente sus dibujos de su héroe aviador, revela hasta qué punto no existe ya espacio para sublimación alguna.

Los ecos en el presente
La aceleración de la acción que se da en la serie en los últimos capítulos, responde a una organización afín a la estructura literaria propuesta. La espera de dicho clímax, y el paulatino extrañamiento es, como se sabe, mucho más aprovechable para la construcción dramática que la precipitada catarsis del final. En este sentido, el viaje familiar a Washington, precisamente cuna de los valores republicanos, da lugar a la corporización de lo siniestro en donde cada detalle se vuelve amenazante. Sobre todo, los detalles. Como cuando son insultados por hablar en voz alta en contra de “Lindy”, o expulsados de su habitación de hotel mientras les dicen que no cobrarán un jabón faltante. Lleno de indignación, el padre de la familia no se irá, aún frente a las suplicas de Bess, hasta que llegue la policía. La normalización de la situación se da en una frase por parte de un oficial de la misma: “Deberías escuchar a tu esposa, Levin.”
En un mundo en el que los significantes son vaciados, en el que Lindbergh repite mecánicamente que lo que se debate es la paz que él garantiza o entrar en la guerra, los ataques de grupos fascistas frente la inacción de la policía, el ataque a judíos y a sus comercios, una cena con von Ribbentrop en la Casa Blanca, Ministro de Relaciones Exteriores del Tercer Reich o el asesinato de la madre del pequeño vecino Seldon tanto como el de Winchell vuelto candidato opositor, parecen tornarse situaciones que carecen de importancia. En ese contexto, los agentes del FBI de Hoover acechan, como también algún agente contrario que se lleva a Alvin a una operación de espionaje de la que no queda claro si termina teniendo relación directa con la confusa desaparición de la avioneta del presidente al mando. Pero antes de ello, frente a la expectativa frente a su discurso de condena de estos hechos, él mismo declara en forma escueta: “Nuestro país está en paz. Nuestra gente trabaja. Nuestros hijos van a la escuela. He volado hasta aquí para recordarles eso. Ahora me vuelvo a Washington para hacer que las cosas sigan así.”. Esto antes de abordar, aparentemente por última vez, el avión que aparece detrás suyo en todas sus apariciones, el Spirit of Saint Louis, cuyo nombre, que fue el verdadero, conduce a pensar en aquel trasatlántico alemán, el MS Saint Louis, que intentó refugiar a 900 judíos alemanes y que rechazó recibir EEUU, entre otros países americanos, condenándolos al exterminio.
La quema del auto y de la madre de Seldon en él, como verán en el camino, conduce a que Herman y Sandy se dirijan a rescatarlo, lo que permite que la serie pueda tener su segmento de road movie en el que el peligro invade el territorio, con la reaparición de fantasmas del pasado bajo la forma de partidarios del Ku Klux Klan. Será el recuentro entre padre e hijo, que se mueven armados por la pistola que le diera el nuevo vecino italiano, a partir de la deslocalización de los habitantes anteriores, que al venir de la Italia Mussoliniana es por tanto sensible a este estado de cosas. Mientras el peligro acecha, la pérdida del rastro del avión precipita la ley marcial y la detención de figuras históricas como Roosevelt, de La Guardia y el rabino, entre otros acusados de complot judío, una conjura contra América. Las teorías sobre lo que sucede se amontonan ¿se trata-como aseguran Evelyn y el rabino- de un complot nazi en el que el presidente fue una marioneta política?
Los hermanos Albin y Herman, como se ha dicho, representaciones de distintas posiciones, terminarán en una pelea a golpes que el escritor define como “una batalla campal”, en la que Herman no puede soportar la pérdida de todo interés en lo que está pasando por parte de su hermano, que se ha vuelto un gánster. Mientras, éste último le reprocha no haber hecho todo este tiempo nada más que hablar.
Simon y Burns saben que el libro de Philip Roth está hoy más vigente que nunca. La libertad a la hora de transponer el final, apunta en esa dirección. A diferencia del tour de force o Deus ex machina del argumento fuente, aquí no se deja de inquietar. Evelyn no termina, como en el primero, en la casa de la familia luego de haber sido expulsada de la misma por la hermana al grito de que le pida asilo a Von Ribbentrop. En la serie, la despedida final se da en ese momento, después de un doloroso abrazo en el que Bess le dice que va a quererla siempre pero nunca podrá perdonarla. No existe reconciliación posible. Las personas queridas asumen también responsabilidad en el acontecer porque, como reflexiona Philip en algún momento pensando en su tía: “la vanidad desvergonzada de los necios sin remedio puede determinar totalmente el destino de los demás.”
Luego de las declaraciones del actual presidente de EEUU en nuestro mundo real, en las que pone en duda la aceptación de los resultados en las próximas elecciones, y los recientes sucesos de violencia policial sobre los afroamericanos, tampoco pueden aquietarse las aguas políticas. Por el contrario, en la producción televisiva las urnas están siendo robadas y quemadas mientras en la banda de sonido se oye a Frank Sinatra (cualquier similitud con Joker …). La inestabilidad política continúa, y cualquier cosa puede seguir ocurriendo. En concreto, en esta actualización, y en nosotros mismos, no ha vuelto la calma. No es posible hablar de un paréntesis ni de un tramo de excepción que va de 1940 a 1942 con la posterior vuelta al orden. Y en la radio encendida de la casa de los Levin, se escucha que los resultados que van llegando a la sala de cómputos son contradictorios…
Podemos apreciar así una finalidad destacada de la ucronía como forma ficcional. No sólo se trata de proponer otras posibilidades mediante los cambios en lo sucedido en el pasado, sino manifestar también que las mismas están, de un modo u otro, siempre latentes, como parece indicarlo el título del último capítulo del relato literario: “Miedo perpetuo”. Al hacerlo, se logra una distancia y perspectiva con nuestro propio presente, como también con su otredad y la forma que esta le otorgue al perseguido de turno de la historia.