La negación de la pandemia y las fake news matan

A pesar de que Estados Unidos es el país más golpeado por el coronavirus, su presidente sigue actuando en forma absolutamente irresponsable. Trump crea un relato ideológico no racional, con el cual pretende transformar la realidad con numerosas falsedades, incluso con desprecio por la ciencia y los científicos. El estallido de la pandemia puso en relieve la importancia de la seguridad alimentaria, sanitaria y la económica; y en la postpandemia la situación puede empeorar. Lo inesperado y grave de la crisis genera en la sociedad miedo e incertidumbre, y es un caldo de cultivo de teorías conspirativas, las que actualmente prosperan en particular en las redes sociales.
Por Ana Krochik Bircz *

¿Cuál es la respuesta más inteligente y equilibrada a la pandemia?
La posición de los negacionistas más destacados es la de Trump y Bolsonaro. Ambos enfrentan, en la actualidad, cuatro crisis superpuestas: la sanitaria, la económica, la social y la política. EE.UU. y Brasil priorizaron la economía y politizaron la pandemia. Subestimaron desde el comienzo la magnitud del peligro y la tragedia posible. Desarrollaron discursos que invierten la realidad con afirmaciones como “tenemos todo bajo control”, “que la enfermedad mate a los que tenga que matar“, «no es más que una gripe», «no podemos permitir que la cura sea peor que el problema mismo»; y culpan a los otros sin asumir la responsabilidad por la vida de los ciudadanos. El poder necesita resistencia, necesita enemigos a los que enfrentarse y vencer. Pero el otro es alguien de quien dependo y me conviene que tampoco se enferme, para que no me contagie.
¿Es caro salvar vidas? Afirma el economista hindú Amartya Sen, premio Nobel de economía, que “existen muertes que son evitables y detrás de eso hay siempre una razón económica”. La pandemia encontró un mundo débil, con muchos defectos e injusticias, donde la eficiencia puede ser frágil: toda la fuerza de una cadena depende de su eslabón más débil. El corona es un virus discriminador y la muerte no es democrática.
Descubrimos que son importantes por igual la seguridad alimentaria, la seguridad sanitaria y la económica. No solo la seguridad militar. Descubrimos que hay un vacío de poder global y no hay líderes en los que confiar. Las superpotencias se acusan en vez de trabajar en conjunto. Descubrimos que hay una falta de gobernanza criteriosa y eficiente en muchos países. Los líderes que no pueden liderar y están desorientados se negaron a seguir los consejos de sus asesores científicos. ¿El negacionismo es ignorancia, es capricho, es incapacidad, es irresponsabilidad?
La pandemia transfronteriza exige una respuesta internacional, coordinada desde una perspectiva ética de la economía. El conflicto a solucionar no es que los recursos o bienes sean escasos y las necesidades ilimitadas, como lo planteaba el economista Malthus a finales del siglo XVIII, preocupado por la superpoblación del planeta. Ya en la Cuarta Revolución Industrial, sabemos que el conflicto es otro, el de la escasez vs. el despilfarro y la concentración vs. la distribución racional de la riqueza, es decir, poder “subir a todos al barco”.
En la postpandemia la situación puede empeorar. El historiador israelí Yuval Harari explica que la actual crisis de coronavirus acelerará la apuesta a la automatización laboral. Los robots no se enferman ni contagian y no pagan cargas sociales. En el futuro, el incremento de la producción y del PBI no va a vincularse con el empleo. La amenaza para los trabajadores no será la de los bajos salarios, sino que ya no se los necesite.
Estados Unidos y Brasil son los dos países con mayor número de contagios y muertos en el mundo y también en Brasil el racismo mata. En un principio, el virus parecía atacar a todos sin distinción de raza o posición económica, pero afectó desproporcionadamente a las comunidades más vulnerables, a los afroamericanos y latinos en Estados Unidos y a los habitantes de las favelas en Brasil. Trump y Bolsonaro comparten, además del fracaso en la gestión de la pandemia, afinidades y valores ideológicos. Crearon un relato no racional de teorías conspirativas y fake news no compartidas por otros países. El neoliberalismo mostró su incapacidad para ser garante de la salud pública y el derecho a la vida.

La coronacrisis de Donald Trump
Queda demostrado que la de Estados Unidos es una sociedad vulnerable a pesar de la opulencia. El país más afectado por la pandemia no siguió nunca una estrategia nacional coordinada y unificada de aislamiento social necesario. El discurso pandémico de Trump pasó por varias etapas a medida que su imagen fue cayendo.
En China, a mediados de diciembre, existía conciencia de que se extendía una misteriosa y extraña neumonía, y el 31 de diciembre informaron a la OMS. Sin embargo, el 1 de enero seguían llegando los vuelos desde Asia y sin haber tomado precauciones. Es verdad que no comunicaron adecuadamente y también es verdad que la administración de Trump estaba muy ocupada, enfocada en las posibilidades de destitución que se debatían en el Senado. Cuando empezó a empeorar, el Presidente argumentó que era un tema político para perjudicarlo justo en un año electoral y se enfureció con los “enemigos invisibles”.
Había evidencia desde mediados de enero de que se transmitía de humano a humano, pero el Trump opinó que era alarmista y que en poco tiempo con el calor del verano se iría. El 14 de enero se registraron casos en España y el 21 de enero, ante el primer caso en el país, aseguró que estaba todo “bajo control”. El 24 de enero cerraron Wuhan y empezó la cuarentena en China y esto sí se informó al mundo. A pesar de que los profesionales de la salud se preocuparon y le advirtieron, llegaban los estadounidenses evacuados desde Wuhan en aviones sin controles sanitarios ni restricciones. En este momento, ya se sabía que los muertos en China crecían exponencialmente. Preocupado por la baja en el mercado de valores, Trump demoró en actuar cinco o seis semanas fundamentales. En el país más rico en recursos del mundo, en el país de lo descartable, durante el pico de contagios y muertes faltaron y siguen faltando test, barbijos, ropas especiales, respiradores y demás productos esenciales.
Minimizaron el peligro con promesas, mentiras y exageraciones, enojados con la maldita enfermedad que hacía peligrar el crecimiento de la economía. No invirtieron a tiempo en ciencia y sus herramientas. El sistema de salud privatizado limita el acceso al mismo a millones de ciudadanos que no lo pueden pagar. No hay seguridad sanitaria y social apropiada. Habían desactivado la unidad antipandemia y también recortaron programas para combatir enfermedades infecciosas y zoonóticas. A principios de febrero, ya con nueve casos, se hizo necesario proveer los test para identificar y aislar a la gente infectada. Se supo también en esos días que se puede transmitir sin síntomas y los científicos aconsejaron medidas de aislamiento social. El 11 de marzo la OMS declaró que era una pandemia y comenzó en EE.UU. el encierro “a medias“, recién el 16 de marzo, mientras Alemania, en enero, ya testeaba a la población. Los distintos estados tuvieron que decidirlo por ellos mismos, enfrentando al Presidente, fundamentalmente los demócratas. Trump profundizó la grieta con las urgencias por la reapertura de la economía y con el argumento de que se intentaba limitar las libertades individuales.
Nunca existió una estrategia coherente y unificada para contener los estragos que ocasiona el COVID-19. Para comparar la magnitud de la tragedia America First en cantidad de muertos, para mediados de julio ya murieron más de 140.000 personas por COVID-19 en EE.UU.. En la guerra de Vietnam y luego de tantos años, fallecieron menos de 60.000 estadounidenses y en el ataque a las Torres el 11 de septiembre murieron menos de 3.000. Es una tragedia que se podía evitar.
Obama criticó la gestión de Trump de la pandemia como “Un desastre caótico total”; y el gobernador de Nueva York, Cuomo, lo llamó “imprudente, irresponsable, cruel y grosero”. El actual Presidente representa a una élite en decadencia. Crea un relato ideológico no racional, coherente con su vida ostentosa dedicada a la riqueza por la riqueza misma. Se comporta como un show business declarándose “héroe de la pandemia» y transformó la realidad con falsedades: “Lo estamos haciendo muy bien». Autoelogios y exageraciones para justificar el manejo inepto y despiadado de la crisis sanitaria con desprecio por la ciencia y los científicos.
El poder necesita resistencia, necesita enemigos a los que enfrentarse y vencer. Politizaron y polarizaron la tragedia acentuando la grieta demócratas-republicanos. No tiene autoridad moral para liderar; y dejar a la OMS desfinanciada en estas circunstancias lo demuestra. Rechazó las advertencias de los profesionales y se resistió a declarar la cuarentena a tiempo a pesar de las consecuencias y de las insistencias. Fue una serie increíble de pretextos y mentiras para justificar lo injustificable.
Los casos de COVID-19 aumentaron en junio en la mayoría de los estados, con récord de nuevos casos diarios y dificultades de insumos médicos como en los primeros días. Anthony Fauci, epidemiólogo y asesor principal del gobierno, advirtió que “existe riesgo real de que la reapertura indiscriminada provoque rebrotes incontrolables”. Los especialistas aconsejaron siempre medidas de precaución, barbijo y distancia social pero no se comunicó a la población eficientemente. Es el país más golpeado por lejos, pero Trump sigue creyendo que su responsabilidad solo es la de un empresario inmobiliario, que solo gana cuando gana dinero.

Las teorías conspirativas y el discurso del odio
Asistimos al crecimiento y perfeccionamiento de fórmulas de comunicación manipuladoras fundamentales en la construcción de ideas políticas. Las redes sociales y los otros medios tienen ideología, escriben personas, pero debería ser explícito, que no se oculte y confunda con la “única verdad”.
“Una fake news se viraliza en una comunidad virtual cuyos valores y creencias previas se confirman con ese contenido”(1). Los WhatsApp se difunden a través de una cantidad de grupos expansores con la idea de que tienen cierta intimidad. Pero de ellos derivan a otros y se forman redes de sociabilización que avanzan y van construyendo opinión. Es verdad que las redes sociales democratizan las comunicaciones, pero, en general, estamos conectados con los que piensan igual que nosotros e imaginamos que somos mayoría. Creemos en las fuentes dentro de nuestras propias burbujas y se amplifica la idea de que la nuestra es la “verdad”. Como lo expresó Baruch Spinoza, “No es el deseo de la verdad, es verdad porque lo deseo”.
Los algoritmos nos conocen y nos pueden manipular. Saben cómo pensamos por nuestra actividad en las redes: lecturas, respuestas, likes. Se reciben las noticias de los que están alineados con nosotros y por eso les creemos. Pero en general hay intereses que fomentan una intensa polarización, en este caso, entre demócratas y republicanos. La tecnología y las redes permiten a los activistas del siglo XXI sumarse a movimientos espontáneos y sin líderes, en los que todos pueden tener voz con un espíritu igualitario y democrático donde las opiniones importan. El riesgo es que no se asumen responsabilidades y pueden dañar con discursos agresivos y de odio. Cuanto más sensacional, más divisivo y emocionalmente fuerte es el mensaje, más rápido circula y se viraliza. Pero, en general, hay intereses que fomentan una intensa polarización —en este caso, entre demócratas y republicanos— para capitalizar políticamente la opinión pública.
Cuando sentimos miedo e incertidumbre y falta de control sobre las situaciones, las teorías e ideas conspirativas prosperan y las redes sociales se convierten en una fuente de noticias falsas que alimentan creencias, en este caso destinadas a minimizar la gravedad del COVID-19, prometiendo curas milagrosas y peligrosas para evitar el confinamiento social. Trump en muchas oportunidades insistió con sus teorías pseudocientíficas a pesar de no ser un científico, recomendó cloroquina, antiinflamatorios, hidroxicloroquina, inyectar desinfectantes, sol, luz y calor. Provocó irresponsablemente desinformación y desconfianza en la ciencia con la intención de que no perjudiquen la economía.
¿Por qué son creíbles los negacionistas? Es más fácil atraer gente a la extrema derecha movilizando el resentimiento con la lógica de amigo-enemigo que prometiendo mejoras: “se creó en un laboratorio chino”, “hacer a los EE.UU. grande otra vez”, “construiremos un muro impenetrable para detener al “virus chino comunista”. El presidente Trump intenta desviar la atención y las críticas sobre su irresponsable gestión de la pandemia con teorías conspirativas xenófobas; quizás los filántropos como Bill Gates, Warren Buffet y Soros también sean peligrosos porque son unos de los mayores donantes en este trágico momento. Se propone odiar a alguien para generar culpables.
Hay una larga historia en relación con culpar a las minorías durante o después de las crisis, bien lo sabemos los judíos. La propaganda de la Alemania nazi asociaba a los judíos que vivían en las zonas más pobres de las ciudades con enfermedades para la población en general y hablaban metafóricamente de los judíos como una enfermedad que había infectado a Europa.
El presidente Trump es hoy el protagonista de una polémica confrontación con las redes sociales. Twitter, YouTube y, finalmente, Facebook, presionados por la sociedad y sus anunciantes, prometieron que van a combatir la desinformación, los contenidos falsos, la glorificación de la violencia y el racismo. Twitter, la plataforma preferida de Trump, donde tiene más de 81 millones de seguidores, comenzó a etiquetar algunos de los tweets del Presidente con advertencias de que pueden no ser verdaderos o de que son violentos.
Fue muy importante en la decisión el boicot de las multinacionales más importantes al dejar de invertir publicidad por considerar que la cultura del odio monopoliza el debate en las redes. Más de 160 empresas se sumaron a la protesta, entre ellas Unilever, Coca Cola, Honda, The North Face, Starbucks y otras. En relación con las elecciones de noviembre de 2020, se comprometieron a evidenciar como peligrosos los mensajes que desinforman y desincentivan el voto con contenidos tóxicos. Recordemos que en Estados Unidos no es obligatorio votar. El Presidente reaccionó acusando a Twitter de entrometerse en las futuras elecciones, de censura y sesgo político.
Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, la segunda plataforma de anuncios en el mundo, en un principio se resistió a las presiones. Defendió la libertad de expresión y no permitió limitar ciertos contenidos en sus redes sociales, incluso la información falsa de los políticos argumentando que “el público debería poder decidir qué creer”. Pero, luego de sufrir una huelga virtual de sus propios empleados y el abandono de los más importantes anunciantes, Facebook e Instagram comunicaron que permiten que los usuarios de Estados Unidos bloqueen anuncios políticos en sus cuentas. Y también decidió facilitar herramientas para que los votantes se puedan informar sobre cómo votar, prohibiendo mentiras al respecto.
También se eliminaron videos y mensajes que incitan a la violencia contra los manifestantes que luchan por la justicia racial en Estados Unidos, y se incluyen advertencias en otros: “Cuando comienza el saqueo comienza el tiroteo”. Facebook eliminó anuncios de Trump por incluir un símbolo usado en la Alemania nazi, el material publicado mostraba un triángulo rojo invertido con un texto en contra del Antifa, un movimiento de izquierda antifascista que se opone al racismo, y al que el Presidente intentó culpar por los disturbios. La respuesta de Trump ante las protestas reclamando justicia racial fue encender más la llama. No pudo ejercer el liderazgo necesario con un discurso empático y compasivo.
Donald Trump llegó a la presidencia con una retórica racista, xenófoba y en alianza electoral con gran parte de los evangélicos blancos. El gesto simbólico posando frente a la iglesia y mostrando la Biblia a la cámara buscó una cobertura “divina“, espiritual, para el autoritarismo y la prepotencia. Son los mismos recursos que utilizaron la autoproclamada Presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez y el Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, asesorados los tres por el ideólogo de la ultraderecha norteamericana Steve Bannon. Donald Trump intentó que la religión asumiera un rol de orden moral para definir qué es lo que está bien y qué es lo que está mal en la política.

Economía y elecciones
¿Cómo llega un señor poco capacitado intelectualmente para la función, con comportamientos grotescos y declaraciones autoritarias, a ser presidente de la primera potencia del mundo?
El coronacrisis en EE.UU. determinó un revés para las ambiciones electorales de Donald Trump, que se manejaban en un contexto de crecimiento económico excepcional, que alcanzó su punto máximo en febrero y aseguraba su reelección previamente a la pandemia. El discurso de la economía fue el eje de su campaña anterior y no tiene otra apuesta. Las elecciones presidenciales del 3 de noviembre tal vez encuentren al país inmerso en una crisis de gobernabilidad, consecuencia no solo de la incorrecta gestión de la pandemia. Se suman la crisis económica, la mayor recesión en décadas desde la Gran Depresión de 1929, la crisis social por la injusticia racial sistémica y estructural, y la crisis política, incluso dentro del partido Republicano.
La principal apuesta que puede hacer la administración de Trump es a la economía con un discurso pro recuperación del empleo. Necesita que sea rápido y de fácil percepción, en forma de V. La economía real es la que está en crisis, ¿cómo encararán el gobierno y la Reserva Federal la distribución de la ayuda económica y financiera? Trump promete: “Si lo hice una vez, puedo hacerlo dos veces”.
Con buen criterio anunciaron la extensión del programa de subsidios a las Pymes hasta agosto dentro de un importante plan de estímulo de miles de millones de dólares. Los inversores no apoyan las guerras comerciales de Trump, pero sí su agenda pronegocios, con sus recortes de impuestos corporativos y retrocesos en las regulaciones financieras que impulsaron importantes ganancias a costa de una política fiscal regresiva. Si ganan los demócratas, seguramente aumentarán los impuestos a las empresas y a los ricos; es decir, impuestos progresivos. Y también se puede esperar mayor regulación financiera. Durante la crisis de las hipotecas de 2008, producto de la falta de regulación y control financiero, la Reserva Federal apoyó y salvó a los bancos y al sistema financiero en general, pero no a todos los ciudadanos que perdieron, y mucho, con la burbuja inmobiliaria.
La respuesta del electorado dependerá de que el día de las elecciones los votantes sientan que la economía, el mayor activo político de Trump, vuelve a ser próspera y el “voto bolsillo” no se convierta en una debilidad en su campaña actual.
El COVID-19 hizo visibles las inequidades económicas estructurales, pero también las exacerbó en el encuentro de pobreza y contagio: los pobres tienen más posibilidades de contagiarse, contagiar y morir. Las poblaciones afroamericanas y latinamericanas sufren mayores porcentajes de víctimas. Si bien la tasa de desempleo bajó en junio, no se refleja en el desempleo de las minorías. El 40% de los hogares con bajos recursos experimentó pérdidas de trabajo y quedó endeudado. Es posible asegurar que la recuperación incluso será desigual debido a las precondiciones o determinantes sociales de la salud. También la distribución del ingreso es un tema de salud.
La posición política ante la pandemia se simboliza en una “grieta de los barbijos” entre demócratas y republicanos con consecuencias muy graves. Para los seguidores de Trump, no usar barbijo es identificarse con los republicanos.
La reapertura de la economía en mayo debió frenarse por el rebrote del virus en importantes zonas del país. Según los expertos, existía la posibilidad de que el rebrote de julio se evitara con las medidas adecuadas de prevención. Pero no sucedió así y hoy el foco está principalmente en los estados republicanos que están alineados con Trump y negaron la necesidad del uso del barbijo, cuidados especiales y distanciamiento social. Nunca fue obligatorio y tampoco existieron directivas unificadas en el país ni orientación acerca de las precauciones necesarias. La recuperación parece peligrosa y altamente dependiente de la salud pública y del éxito en frenar el virus. Los casos de contagio de coronavirus están aumentando en los estados que reabrieron demasiado pronto.
Las posibilidades para los demócratas van a depender de la capacidad de motivar a los jóvenes, más progresistas, ambientalistas y proinclusión, y a los afroamericanos. Deben conseguir que un mayor número de población vaya a ejercer su derecho al voto sin obstáculos burocráticos. En el caso de Trump, se estima que perdió votantes entre las mujeres y los ciudadanos no blancos.
En los años ‘80 y ‘90, el sistema productivo internacional comenzó a trasladarse hacia los países asiáticos, generando la “deslocalización” y reestructuración de las empresas intensivas en mano de obra, provocando una pérdida importante en los países desarrollados por la desindustrialización. Se trasladaron compañías de servicios de telecomunicaciones, industriales e incluso centros de investigación. Los motores de la globalización no son los Estados, son las empresas trasnacionales que tuvieron en los últimos 30 años un crecimiento notable.
Las consecuencias en los países desarrollados como Estados Unidos se sintieron con gravedad en la pérdida de empleos. Estos cambios impactaron en los países centrales provocando el abaratamiento del costo laboral con gran perjuicio para los trabajadores. La pandemia encontró a China en su oportunidad de liderazgo global, con un crecimiento a tasas chinas durante 29 años ininterrumpidos hasta el 2019.
Desde Estados Unidos, por el “efecto Trump”, comenzó una agresiva política proteccionista en el mundo que paradójicamente dejó a China como abanderada del libre comercio y la globalización. La promesa de su primera campaña electoral fue su eslogan “Make America great again”, prometiendo que protegería a su industria. Argumentó que China creció con la ayuda de las empresas de los países occidentales, que deberían volver a invertir en sus países de origen. Para la próxima campaña electoral, quería intentar con el eslogan “Mantener a Estados Unidos grande”, pero por la coyuntura está probando otros, como por ejemplo, “Lo mejor está por venir”. Los efectos disruptivos de la globalización sobre millones de trabajadores de las economías avanzadas fueron ignorados durante mucho tiempo. En esta realidad podemos encontrar el éxito electoral de Trump en la campaña a presidente en el 2016 tratando de desacoplar la economía de Estados Unidos de la economía china para no contribuir a su crecimiento.
¿Cuál es la futura distribución del poder en la política internacional?
El centro de la escena lo ocupa el vínculo de Washington y Beijing. Esto fue antes ya del COVID-19, lo está siendo durante y lo será también en la pospandemia. Comparten la disputa por el liderazgo tecnológico e industrial y comercial, y son los que cuentan con recursos para impulsar proyectos internacionales como la nueva Ruta de la Seda china. Estamos ante una nueva bipolaridad, que puede pasar de la guerra comercial a una nueva Guerra Fría. La diferencia más importante con la anterior es la absoluta interdependencia alcanzada en la relación chino-estadounidense. Es en esta situación donde Donald Trump se propuso realizar cambios económicos complejos y riesgosos. La crisis del COVID-19 deja en evidencia un mundo desordenado y caótico, que refleja un inaudito grado de incertidumbre, con líderes que no están a la altura y no supieron liderar, pero donde es posible identificar dos polos de poder concretos y muy vinculados.

1. Fake news, trolls y otros encantos: Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales, de Ernesto Calvo y Natalia Aruguete, ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2020.

* Lic. en Economía (UBA). Doctoranda en Ética y Economía de la UNLAM, con tesis sobre el Proyecto Neoliberal en Brasil en proceso.