Polémica por el libro de Herman Kruk

Cuándo y qué recordar de la Shoá

“Oneg Shabat”, el archivo clandestino que Emmanuel Ringelblum dirigió en el gueto de Varsovia, no fue la única iniciativa de este tipo en los centros urbanos judíos de la Europa ocupada por el nazismo. En la mayoría de los grandes guetos existieron iniciativas de recopilación de documentos y registro de información sobre los acontecimientos, sin que cada equipo que se ocupaba de ese trabajo de archivo tuviese conocimiento de la existencia de otros equipos que actuaban guiados por ese mismo propósito en otras ciudades. El archivo del gueto de Vilna tenía una particularidad especial. Además de la reunión de la información acerca de los sucesos diarios, tomó a su cargo salvar el patrimonio de la cultura judía que Vilna (conocida también como “La Jerusalem de Lituania”) produjo y aglutinó a través de sus distintas instituciones, como el instituto de investigación y difusión de la cultura idish Yivo, la famosa biblioteca, el Centro de Difusión de la Haskalah, los institutos de estudios religiosos (yeshivahs) y las sinagogas. Herman Kruk, allí, tuvo un destacado rol testimonial.

Por Sergio Rotbart (Desde Israel)

Herman Kruk era la personalidad central en trono de la cual giraba el trabajo de recopilación del material y el registro de la crónica del gueto de Vilna. Como muchos judíos que actuaban en el marco de organizaciones políticas y sociales, luego de la ocupación alemana de gran parte de Polonia, Kruk había llegado a Vilna -cuando ésta estaba dominada por los soviéticos- como refugiado de la Varsovia ocupada por los nazis. En esta última ciudad inició su trayectoria como dirigente del movimiento socialista Bund y se destacó en el área de la política cultural en idish. El 24 de junio de 1941, poco tiempo después de la invasión alemana a Lituania, cuando los funcionarios del gobierno comunista y muchos judíos comenzaron a escapar de Vilna, Kruk decidió, tras un intento frustrado de pasar a territorio soviético, desistir en sus intenciones de encontrar refugio fuera del gueto y escribió en su diario: “Yo me quedo. Y si se trata de quedarse y ser víctima del fascismo, pues yo tomaré la lapicera y anotaré el cuaderno de notas de la ciudad (…) Mi cuaderno tiene que ver, tiene que escuchar y tiene que ser el espejo y la conciencia de la catástrofe y de los tiempos difíciles”.
La primera versión del diario de Herman Kruk fue publicada en idish en 1961 por el Yivo (“Instituto Científico Judío”) en Nueva York.(1) Entre esa primera edición y la actual, publicada por esa misma institución en conjunto con la Universidad de Yale, esta vez en inglés, hay una diferencia poco perceptible pero significativa.
En la primera versión en idish el diario queda truncado en forma extraña el 14 de julio de 1941, en vísperas de la decisión de la resistencia clandestina del gueto de Vilna de entregar a su comandante, Itzjak Wittenberg, a manos de la Gestapo, con la intención de neutralizar el ultimátum nazi de exterminar a todos los judíos del gueto si no entregan al líder de la resistencia. En la publicación de 1961 no hay ninguna explicación que arroje luz sobre la sorprendente interrupción de la crónica en este punto. Actualmente, a través de la aparición de la versión en inglés del diario, se desvanece sólo en parte el misterio de esa significativa omisión. De acuerdo a Benjamin Harshav, el director responsable de la edición inglesa, las páginas faltantes se perdieron o fueron destruidas, y quienes decidieron pasar por alto el caso Wittenberg temieron que la versión de Kruk le proporcionara a las autoridades soviéticas una excusa para acusar a los miembros de la resistencia pertenecientes a los movimientos sionistas de haber entregado a su comandante (comunista) a manos de los nazis. Es decir, quienes archivaron las páginas del diario de Kruk referidas al caso Wittenberg lo hicieron conscientes del carácter “problemático” de la información en él contenida al respecto. Dado que esas páginas aún están desaparecidas, sólo es posible conjeturar que ellas probarían que Wittenberg no aceptó entregarse a la Gestapo (como lo afirman las versiones de la mayoría de los protagonistas sobrevivientes, entre ellos Abba Kovner, Ruz´ka Korchak y Vitka Kempner, ex líderes de la resistencia que publicaron sus memorias en Israel), sino que sus compañeros de la comandancia de la FPO (Organización Unificada de Partisanos) llegaron a la conclusión de que Wittenberg debía entregarse como única alternativa para aplazar la amenaza de exterminio por parte de los nazis.

“El haschish de mi vida”

La omisión del caso Wittenberg es sólo un ejemplo que refleja hasta qué punto el diario de Kruk contiene material explosivo con respecto a la vida en el gueto. Con su escritura realista, apegada a los hechos, sin ornamentaciones, y alejada completamente de la complacencia, describe los distintos aspectos de la existencia judía al borde de la destrucción. Kruk reproduce el testimonio de una niña de 11 años que logró escapar entre los cadáveres de las fosas colectivas del bosque de Ponar, a unos 10 kilómetros de Vilna, donde los nazis comenzaron las ejecuciones masivas de judíos. El testimonio es recogido el 4 de septiembre de 1941, dos meses y medio más tarde del inicio del exterminio en Ponar. Con el mismo estilo lacónico y preciso Kruk da cuenta de una orgía que tuvo lugar en las oficinas del Judenrat (el consejo directivo judío designado por las autoridades alemanas) la noche del 31 de diciembre de 1942. Allí jóvenes judías mantuvieron “buenas relaciones” con los alemanes, y una de ellas (Kruk destaca su nombre, porque “este detalle me parece importante resaltar”), ex empleada de una farmacia, trabajaba en ese momento en la policía judía, lo que le permitía pertenecer a una minoría que podía circular sin el brazalete con la estrella de David en el brazo.
Paralelamente al registro y la crónica de la vida en el gueto (“Mi crónica es el haschish de mi vida en el gueto -escribió-. Yo la llevo como una madre que lleva a su bebé. A medida que nos pasan cosas más difíciles, esta crónica es más valiosa”), Kruk estuvo involucrado en casi toda actividad cultural que tuvo lugar en él, a la sombra del exterminio. Su obra principal (y la sede de sus múltiples actividades) fue la biblioteca, que comenzó a funcionar el 8 de septiembre de 1941, dos días después de la instauración del gueto. Creada en el edificio donde funcionaba la sede del “Centro de Difusión de la Haskalah” por iniciativa del Judenrat, en la biblioteca fueron también erigidos el museo y el archivo oficial del gueto. Ningún otro lugar podía ser un centro neurálgico más apropiado para organizar la información requerida a fines de registrar la historia del gueto. Allí, al lugar de trabajo de Kruk, llegaban documentos oficiales del Judenrat (entre ellos órdenes y comunicados alemanes sobre la política de persecución antijudía) e información provista por un equipo de colaboradores desplazados en distintos lugares e involucrados en las distintas instancias políticas y públicas de la vida en el gueto (desde la actividad de la resistencia clandestina a las reuniones del Judenrat). El gueto fue construido bajo las órdenes de las autoridades alemanas en un radio de siete callejuelas estrechas, donde fueron comprimidos los 30.000 judíos que quedaron con vida tras la matanza de 40.000 en Ponar, entre estos últimos los 3.000 judíos que habitaron la zona destinada al gueto que fueron expulsados de sus viviendas antes de ser asesinados. Dos semanas después de la expulsión de los judíos de Vilna al gueto, ya estaban registrados en la biblioteca dirigida por Kruk 1.485 lectores, y los libros eran intercambiados a razón de 400 por día. Al cumplirse un año de su actividad, el número de abonados llegó a 4.700 entre el total de la población del gueto, que disminuyó a 17.000. A iniciativa de Kruk, la biblioteca festejó el préstamo del libro número 100.000.

“En el gueto hay de todo”

El diario de Kruk también da cuenta de la fundación del teatro del gueto, tres semanas después de la primera ola de exterminio perpetrada en Ponar, aunque el propio cronista se opuso a esa iniciativa en tales circunstancias (“No se hace teatro en el cementerio”, es la consigna que formuló Kruk). Su oposición no se transformó en motivo para rechazar la tarea de registrar y narrar las producciones del teatro con una objetividad y una honestidad intelectual sin cortapisas, que lo llevaron a alabar el nivel de los actores y de los músicos. En esas condiciones, que Kruk creía indignas para dedicarse a la actividad teatral, también había lugar para los espacios privilegiados, para la buena vida en los intersticios del infierno. Tal como lo hace Roman Polanski a través de la reconstrucción del gueto de Varsovia en su película “El pianista”, Kruk registra la existencia de un restaurant de lujo en el gueto de Vilna, en el que es posible comer carne de ganso y tomar Schnapps a un precio que oscila entre los 180 y los 240 rublos, exactamente como antes de la guerra, “como si nada hubiese pasado”. “En el gueto hay de todo” escribió Kruk resumiendo la crónica de un prostíbulo descubierto por la policía judía, en el cual trabajaban tres mujeres.
Ningún aspecto ni ningún ámbito de la vida cotidiana en el gueto le son ajenos a Kruk. Su crónica abarca las distintas facetas de la lucha por la supervivencia ante el proyecto de exterminio nazi, desde la creación y la vida cultural que intentan preservar la semblanza humana de las víctimas en el corazón de la destrucción que va avanzando, hasta las conductas abyectas de delación, traición y distintas formas de colaboracionismo con los victimarios. Entre estas últimas se encuentra la historia terrible de la participación de la policía judía en una acción de exterminio (akzia, en el lenguaje de los nazis) de 400 ancianos judíos en el gueto de Oszmiana, próximo a Vilna. Los policías judíos condujeron a los ancianos hasta el borde de las fosas de tiro, donde fueron asesinados por una célula de tiradores lituanos. Kruk no escamotea el “detalle” de que durante los tres días que duró la matanza, los policías judíos se codearon con sus pares lituanos, devoraron juntos un cordero asado y tomaron cerca de 100 botellas de licor fuerte provistas por la policía judía de Vilna. El jefe de esta última, Salek Dessler, volvió del akzia con los bolsillos llenos de oro y alhajas saqueadas a las víctimas.
A diferencia de la edición de 1961, donde la crónica se interrumpe en julio de 1943, la versión en inglés del diario de Herman Kruk contiene sus anotaciones efectuadas en el campo de trabajo en Klooga, en Estonia, al que fue deportado tras la eliminación del gueto de Vilna. Su última crónica es del 17 de septiembre de 1944, muy pocos días antes de la llegada al campo del Ejército Rojo.
Los tanques soviéticos llegaron cuando los prisioneros, entre ellos Kruk, ya habían sido asesinados. Antes de su muerte Kruk alcanzó a enterrar una copia de sus crónicas en presencia de seis testigos (una segunda copia fue escondida en la biblioteca del gueto y otra tercera logró ser contrabandeada extramuros por un cura amigo de Kruk) (2). Otro amigo de Kruk, sobreviviente de la matanza en la que éste fue asesinado junto con otros 2.400 judíos, volvió al lugar donde Kruk enterró su diario y logró rescatarlo. La suerte corrida por esta monumental obra testimonial desde 1944 hasta 1961, cuando fue publicada parcialmente por el Yivo de Nueva York, no está exenta de enigmas y discontinuidades que los historiadores aún no lograron resolver en su totalidad. El agujero negro más significativo de esta historia es la desaparición de la parte del diario en la que están incluidos el caso Wittenberg y el exterminio total del gueto. Si esos fragmentos no fueron encontrados y, por lo tanto, no pudieron haber sido incluidos en la nueva edición, ¿por qué ésta sí incluye las anotaciones realizadas por Kruk en el campo de Klooga hasta poco antes de su muerte, siendo que tampoco ellas están en la edición de 1961?

Las políticas de la memoria

Según la versión de Abba Kovner, comandante de la resistencia en Vilna luego del asesinato de Itzjak Wittenberg, dos personas (“dos poetas”) rescataron el diario del lugar en el que estaba archivado y lo trasladaron a lugares donde estaría destinado a ser publicado. “Uno de ellos (Abraham Sutzkever) -señaló Kovner- llevó 380 capítulos del diario a Nueva York, y el otro ( se refiere al propio Kovner) trajo el resto a Israel (Nota del autor: el original está guardado en Moreshet -el centro de documentación sobre la época de la Shoá de Hashomer Hatzair)”. El ex combatiente de Vilna, que escribió ésta revelación en 1964, agregó que entre esas dos partes se armó el libro publicado en 1961 por el Yivo, dieciséis años después de que el original fuera descubierto (“dañado e incompleto”). Pero aclaró: “El libro contiene 600 páginas de crónica, que se interrumpe el 14 de julio de 1943. Ahora llegó a nuestras manos la continuación” (3) ¿Cuál fue el curso que siguió esa continuación? Una parte fue publicada en forma de artículo en el segundo número de Yalkut Moreshet, la publicación del arriba citado centro de documentación (del que Kovner fue uno de los fundadores). En esa misma edición de 1964 Kovner escribió la introducción al fragmento del diario de Kruk allí incluido, a la que pertenece su explicación aquí mencionada. Pero tampoco allí está la crónica del gueto interrumpida en 1943, sino las anotaciones de Kruk durante su reclusión en el campo de Klooga. La historiadora israelí Dina Porat, autora de la biografía de Kovner, aclaró que ese material fue copiado en 1962 por el ex combatiente en el Archivo Central de Vilna (4). Abba Kovner concluyó la nota introductoria a la parte del diario que él mismo trajo de Vilna a Israel, donde fue impresa en hebreo, con una frase que hasta el día de hoy no despeja la nube de ambigüedades e incertidumbres que envuelve al diario de Herman Kruk: “Muchas de las páginas que anotó la mano de Herman Kruk no han sido encontradas y el cuadro no es completo. Y tal vez han sido encontradas y no vinieron. Es posible que un día encuentren redención. Y, tal vez, no es bueno que todo sea redimido, pues al redimirse podría convertirse en polvo…”. (5)
El dramaturgo y escritor israelí Yoshua Sobol se inspiró en el diario de Kruk (su versión en idish, de 1961) para escribir algunas de sus obras de teatro, entre ellas Adam (“Hombre”, sobre el caso Wittenberg) y Gueto (centrada en el grupo de teatro que actuó en el gueto de Vilna a la sombra del terror nazi). “Este documento -confiesa Sobol- tuvo un impacto sobre mi vida más grande que cualquier otro libro que haya leído hasta el momento; destruyó y volvió a configurar la historia de la existencia judía al borde de la aniquilación”. Entre las creaciones dramáticas que se hicieron en el mundo y en Israel sobre el caso Wittenberg, “Adam” fue la que mayor impacto produjo en la sociedad israelí, a juzgar por la polémica pública que despertó, en la que jugaron un papel protagónico las reacciones airadas y de indignación de los ex combatientes de los guetos. En la obra Sobol presenta a Itzjak Wittenberg como un hombre corriente, controlado por la resistencia comunista que actuaba fuera del gueto, y cuyo sacrificio nada tiene de heroico. Los combatientes judíos aparecen como personas débiles, preocupados por su propio pellejo. Yakov Gens, el titular del Judenrat, es en cambio alguien seguro de sí mismo, que sabe cómo defender sus intereses. En un reportaje que concedió a principios de 1986, Abba Kovner atacó la obra “Adam” con inusitada virulencia, asegurando que era “un escupitajo” no sólo contra la lucha de los combatientes y su comandante que se sacrificaron en pos del gueto, contra una comunidad que supo mantener una vida pública y cultural en condiciones infrahumanas, sino también contra el sionismo, el Estado de Israel, su imagen y su futuro. Kovner atacó lo que él llamó “sobolismo”: “la ambición de autodestrucción, la codicia de la destrucción de la autoestima” (6). El contexto de la polémica, en el que la obra de Sobol se situaba con un alto y explícito nivel de autoconciencia, era la guerra de El Líbano (en el momento en que Adam fue escrita) y el inicio de la primera Intifada (cuando la obra siguió siendo representada, luego de la muerte de Kovner).
La actual edición en inglés del diario de Kruk le brindó a Yoshua Sobol la oportunidad de darle una vuelta más de tuerca a la polémica. En su comentario de las crónicas de Kruk recientemente publicado en el suplemento literario del diario Haaretz, Sobol afirma que “hasta hoy ninguna institución israelí creyó conveniente publicar este documento singular en hebreo”. Y pregunta: “¿Cuál es la causa de ésta desidia? ¿Tal vez tiene que ver con el hecho de que Kruk era bundista, y no tiene redentor en el establishment cultural-político israelí? ?Tal vez es porque el diario destruye todo lo que está considerado políticamente correcto en Israel con respecto a la narrativa de la Shoá? ¿O quizá es otro descuido que emana de la negligencia y el abandono que caracterizan a la cultura israelí?”. (7)
Tal como lo formula el historiador Carlo Ginzburg, “la memoria y la destrucción de la memoria son elementos recurrentes en la historia”. Y agrega un paralelo etimológico sobre el que llamó la atención el lingüista Emile Benveniste: entre las palabras en latín que significan testigo (testis), se encuentra sobreviviente (superstes) (8). Aún cuando el testigo no está entre los vivos, su testimonio sigue siendo objeto de interacción en el presente y generando rayos de luz que iluminan el pasado con colores desconocidos u olvidados.

Notas:
1. Herman Kruk, Togbuch fun Vilner Getto, YiddisherWissenschaftlecher Institut (YIVO), New York, 1961.
2. Itzjak Arad, “El archivo clandestino del gueto de Vilna”, en Israel Gutman (editor), De la recolección a los hitos históricos. Los archivos judíos de la epoca de la guerra y la Shoá (hebreo), Jerusalem, 1997, p.156.
3. “Del legado de Herman Kruk” (hebreo), Yalkut Moreshet No. 2, Abril de 1964, Tel-Aviv, p.47.
4. Dina Porat, Más allá de lo material. La vida de Abba Kovner (hebreo), Tel-Aviv, 2000, p. 317.
5. “Del legado…”, ibid., p.48.
6. Citado por Porat, op. cit., p. 154.
7. Haaretz, Suplemento Libros n° 538, 18.6.2003.
8. Carlo Ginzburg, “Just One Witness”, in Saul Friedlander (ed.), Probing the Limits of Representation. Nazism and the “Final Solution”, Cambridge-London, 1992, p. 96.