Opinión:

El derecho occidental ante el islamismo radical

El mundo occidental enfrenta hoy su mayor desafío desde el surgimiento del nazismo, con nuevas formas y también con alarmantes similitudes. Y con las mismas cuestiones existenciales a resolver: ¿el sistema democrático debe poner freno a las organizaciones que procuran destruirlo?; ¿la libertad de expresión es un derecho absoluto, o relativo?. Y de no ser absoluto, ¿cuáles son sus límites?.

Por Horacio Lutzky

Estos tópicos fueron arduamente debatidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, frente al horror generado por el conocimiento de la barbarie de los campos de concentración, las persecuciones, el exterminio sistemático burocráticamente organizado, la destrucción y los millones de muertos causados por una ideología racista y criminal. Discurso genocida que fue creciendo paso a paso, desde ámbitos sectarios y relativamente marginales, hasta convertirse en el credo de un movimiento político militar que llevó a cabo sus amenazas de tomar el poder y masacrar a las minorías, opositores y demás “degenerados” -los judíos los primeros de ellos-, seres inferiores que no merecían el derecho a la vida. Las falsas promesas de redención, de purificación y de revancha renovaron la fe de las masas oprimidas y empobrecidas, que se sintieron atraídas por el pujante nuevo movimiento, el que además les ofrecía una explicación directa y sencilla para entender el origen de sus males: el “poder judío”.
Por entonces, no existía impedimento legal alguno para la actuación de los propagandistas nazis, que editaban sus revistas y panfletos (como “El Ataque”) poniendo el eje en la caricaturización de los judíos como personajes despreciables, repulsivos y difusores de los peores males sociales, como la usura, la prostitución, la explotación capitalista (y al mismo tiempo la revolución comunista), etc. El hitlerismo rápidamente comprendió la importancia de la propaganda y su efecto en las masas, y la convirtió en política de Estado.
El politólogo Jean-Marie Domenach, en el libro “La Propaganda Política” (Editorial Eudeba, 1971), señalaba:
“La campaña antisemita de los nazis la realizaban simultáneamente los diarios, que informaban y polemizaban, las revistas que publicaban sesudos artículos sobre la noción de raza, y el cine, que producía películas como “El Judío Suss”. Cuando los nazis tuvieron en sus manos los medios para influir en toda la opinión europea, su técnica de orquestación alcanzó su máxima amplitud. En esa época todas las semanas aparecía en Das Reich un editorial del doctor Goebbels que inmediatamente era reproducido por los diarios y las radios alemanes, por los diarios del frente y por la prensa de todos los países ocupados, en idiomas y registros diferentes, con las correcciones que requerían las diversas mentalidades nacionales”.
En numerosos países del mundo islámico, desde hace muchos años el discurso antijudío es norma en diarios, revistas, televisión e incluso libros de texto, con imágenes frecuentemente tomadas del viejo repertorio nazi, donde los judíos son transformados en seres espantosos, o bien en insectos y alimañas. Generaciones enteras se han estado nutriendo de este veneno, suministrado desde el poder.
Norman Cohn, en el prefacio al libro “El Mito de la Conspiración Judía Mundial” (Alianza Editorial) apunta sobre el papel de este tipo de propaganda:
“Claro que los mitos no actúan en el vacío. El mito de la conspiración mundial judía hubiera seguido siendo monopolio de los derechistas rusos y de unos cuantos maniáticos de Europa occidental, y los Protocolos jamás habrían salido de la oscuridad, de no haber sido por la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa y lo que siguió a ambas. Y jamás se hubieran convertido en el credo de un gobierno poderoso y de un movimiento internacional de no haber sido por la Gran Depresión y la desorientación total que ésta produjo.
Pero, por otra parte, todos estos desastres juntos jamás hubieran podido producir un Auschwitz sin la ayuda de un mito cuyo objetivo era despertar todas las posibilidades paranoicas y destructivas del ser humano”.
La permanente e incansable prédica antisemita caló hondo en una sociedad avanzada como lo era la alemana. Cuánto más puede hacerlo en comunidades propensas al pensamiento mágico y estructuradas en base a esquemas de poder teocráticos, donde la palabra de los líderes religiosos es venerada y seguida fanáticamente.

Caldo de cultivo

Actualmente, como durante la gestación del nazismo, también existen en el mundo sociedades sumergidas en la pobreza y la postergación, con el agravante de un atraso de siglos en el campo de las ciencias, las artes y la tecnología, que las tornan especialmente receptivas a explicaciones elementales y exógenas de su situación, narraciones que sistemáticamente eluden la atención del oscurantismo religioso imperante y de los sistemas económicos de tribalismo feudal que las rigen. Se trata de propagandizar la unión para la lucha contra el enemigo externo, en un mecanismo conocido como “desplazamiento de la agresión”. Para la doctrina nazi, la discriminación y la instigación al exterminio eran un elemento central, inescindible de su avasallador mensaje. Y su simbología -la svástica en particular- continúa remitiendo clara y directamente a tales significados, corroborados trágicamente por la historia. Tras una larga y madura elaboración de normas internacionales cuyo inicio puede situarse en la Declaración Universal de los Derechos del Humanos consagrada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 y completada por numerosos convenios, la apología del crimen, la discriminación, la instigación a la muerte de otros seres humanos, componentes del ideario nazi (y no sólo de éste), son delito para la casi totalidad de los países occidentales. No importa cual pueda ser su presunta justificación política o seudoreligiosa.
Por ello, ciertas expresiones que instigan al racismo, a la persecución y la violencia o a cualquier atentado contra la vida humana, no son admisibles y no se encuentran protegidas por la libertad de expresión.
A nadie se le ocurriría en nombre del relativismo cultural, o del respecto de las religiones y creencias ajenas, derogar dichos principios. Sin embargo, es lo que en la práctica está ocurriendo ante la prédica de un movimiento político-religioso de extrema derecha que aumenta día a día su virulencia, y que exige la aplicación de sus normas fundamentalistas al mundo entero: el islamismo radical.

A modo de ejemplo

Para quien pudieran parecerle exageradas las vinculaciones señaladas entre la ideología nazi y el islamismo radical, una visita a la página de Internet “Radio Islam” (www.radioislam.org) puede resultarle ilustrativa. Posee versiones en numerosos idiomas, incluyendo el español. Se promocionan “Los Protocolos de los Sabios de Sion” y escritos de Hitler y sus lugartenientes. Y se dan cita los más conocidos activistas nazis, negacionistas del Holocausto (rubro preferido), revisionistas y antisemitas en general. La temática virulentamente antijudía es absolutamente excluyente, por encima de cualquier otra cuestión, y se encuentran textos de cuánto repugnante racista anda por el orbe esparciendo su odio, incluyendo al argentino Norberto Ceresole, el fascista que supo “asesorar” al mismísimo Hugo Chávez, ligado por años a la embajada de Irán y con “obras” donde explica las masacres de la Embajada de Israel y de la AMIA como “autoatentados” realizados por los judíos para apoderarse de la Argentina.
Un sitio como éste, dedicado a fomentar el odio y la discriminación, viola numerosas normas de derecho interno de los países occidentales y tratados suscriptos por los Estados miembros de las Naciones Unidas.
Sin embargo, tanto “Radio Islam” (originada en Suecia) como gran cantidad de publicaciones virtuales o en papel del mismo tono que circulan en países musulmanes -y en otros que no lo son- son moneda corriente desde hace años. Más aún: poderosos gobernantes y hombres de negocios financian o producen habitualmente tales contenidos, en regímenes donde la libertad de prensa no existe. Así por ejemplo, el propio ministro de defensa sirio Mustafá Tlass, en el año 2003, lanzó una nueva edición de su libro “La Matza de Zion”, donde sostiene la leyenda de la utilización por los judíos de sangre de gentiles para elaborar sus alimentos rituales de pascua. Con más énfasis y despliegue de recursos, las actividades de recreación neonazi que actualmente impulsa el régimen fundamentalista iraní forman parte de varios de sus programas oficiales, mientras su Presidente niega el Holocausto y propone borrar a Israel del mapa.
Las caricaturas antisemitas -que deforman, deshumanizan, y convierten en “ajusticiables” a personas de carne y hueso, no a profetas u otras divinidades- son también publicadas habitualmente en periódicos de muchos países árabes.
Todo ello habla claramente de antisemitismo, instigación a la discriminación y al crimen por odio racial o religioso. Prédica que produce efectos tales como el reciente asesinato llevado a cabo por una pandilla de jóvenes musulmanes en París contra el joven francés de 23 años Ilan Halimi, empleado en una empresa telefónica, a quien secuestraron, torturaron y mutilaron salvajemente durante varias semanas hasta abandonarlo agonizante, simplemente por ser judío, como si fuera una alimaña de la peor clase.
La sociedad francesa se conmovió frente al brutal crimen, cual pudorosa y virginal doncella. Pero, al igual que otros países europeos, desde hace años que viene disimulando la embestida musulmana, tratando de apaciguar a la turba fanática, y negando el componente antisemita de gran cantidad de crímenes y agresiones de todo tipo. Basta con recordar el escandaloso episodio de censura del informe sobre antisemitismo encargado por la Unión Europea hace algo más de un año atrás, donde las preclaras conclusiones del mismo fueron ocultadas y suprimidas por “inconvenientes”: se señalaba, con contundente profusión de datos y anticipando las noticias de estos días, el enorme peligro de las bandas islámicas que estaban creciendo en el Viejo Continente, con un durísimo componente racista e ideas nazis recicladas. El ignorado informe concluía entonces aconsejando la urgente adopción de medidas de prevención, incluyendo acciones educativas y de integración social y democrática. Lo ocurrido no debería sorprender a nadie.
Sin embargo, la clase política optó por silenciar sus conclusiones y por negar el explosivo componente antisemita de estos grupos. Hasta que, como ya sucedió en la historia, los agraviados dejaron de ser sólo los judíos para poner bajo ataque los modos de vida de la sociedad en su conjunto y el sistema político democrático.
El temor y los intereses políticos y económicos aún están jugando su partida suicida.

Religión y totalitarismo como programa político

Otro sitio WEB de difusión del Islam, www.senderoislam.net, está especialmente diseñado para público de habla hispana y se encarga de adoctrinar sobre la aplicación de los preceptos coránicos sobre toda la sociedad. Como para que no queden dudas sobre su concepción, en un párrafo que en el original destaca en negrita transcribe:

“Subt.: “Una tradición del Profeta (BPDyC) provechosa

Entonces Allah hará huir a los judíos, y no habrá nada de lo creado por Allah Exaltado donde un judío se oculte, sea una piedra, o un árbol, o un muro, o un animal, excepto [el árbol llamado] al-garqadah, porque es un árbol de ellos, sin que cada cosa exclame: ‘¡Siervo de Allah, musulmán!, ¡he aquí un judío, ven a matarlo!’”.

En este mismo artículo explican que:
“Otros enemigos del Profeta (BPDyC), a sus espaldas, eran los judíos, una gran minoría en Medina, que complotaba contra el Islam desde poco tiempo después de la llegada de los musulmanes. Fueron peores aún que los idólatras, por su posición interna en Medina y su poder económico, y aparte de enemigos de hecho, eran calumniadores avalados por una falsa autoridad intelectual, que forjaban argumentos falaces contra la Revelación y el Profeta (BPDyC). Fueron traidores al pacto con el Profeta (BPDyC), que como gobernante de Medina había asegurado a los judíos todas las libertades.
http://www.senderoislam.net/pri_guerra criminal.htm – _ftn1#_ftn1 Uno de los principales motivos de la enemistad judía contra el Profeta (BPDyC) fue que éste comenzó a aplicar la equidad en los tratos comerciales, ordenando no oprimir al extraño, ni oprimirse ellos entre sí, lo cual sublevó a los judíos. Entonces éstos se aliaron en secreto con los idólatras, y en la batalla del Foso, que marca el comienzo de la derrota final de los enemigos del Islam, los judíos participaron activamente, preparándose a atacar por la retaguardia, lo cual agravaba su traición.

Asimismo, la necesidad de combatir para imponer el Corán es reiteradamente planteada:
“Por último, la autorización de combatir del Sagrado Corán no se debe entender exclusivamente para la defensa, pues esto último es universal y natural, y parte de las leyes de la Creación, sino que debe entenderse como poder atacar cuando ello sea necesario…”
Dentro de esta justificación del combate ofensivo para imponer la ley de Allah, en este artículo titulado “La Guerra Criminal y el Combate por la causa de Allah”, también explican:
“Frecuentemente en la historia ha existido una potencia agresora, que a través de las armas quiso imponerse sobre los pueblos desposeídos. En este momento son los Estados Unidos, una sucursal de Israel, que va montando todo un sistema de dominio para la destrucción de la humanidad, por medio de la producción de armas, la falsa religión o falsa ideología, el dominio psicológico de los pueblos, y el yugo de la usura internacional. Por eso, siendo el Islam la doctrina final para el Fin de los Tiempos, el Sagrado Corán remarca el combate por la Causa de Allah, pues en esta parte de la historia se agudizarían los conflictos bélicos, y la perniciosidad de las armas, culminando en el siglo veinte con un poder atroz capaz de eliminar toda vida sobre la tierra. Y como Allah prevé la maldad de Sus siervos y la extensa corrupción de los malignos, en el Sagrado Corán encontramos entonces algunos temas bien esclarecidos para la humanidad, ya que es un mensaje para toda ella, sin exclusiones de ningún tipo: Y sin duda que hemos expuesto para la humanidad en este Sagrado Corán todo ejemplo (17:89)”.
Otro artículo del mismo sitio se titula -emulando al libro del ideólogo de los primeros agitadores racistas de fines del Siglo XIX, el inglés Oswald Spengler- “Crisis y Decadencia de Occidente”. Allí señalan la putrefacción de la conducta occidental, analizando diversos ejemplos sociales y culturales, y no casualmente critican “la falta de una verdadera conducción por parte de un gran líder o de una élite”, del orden espiritual.

Por último, anuncian su receta: “Nuestra opinión es que en el occidente actual la única solución es una doctrina unitaria que devuelva la unidad al hombre y a la sociedad, que los reeduque espiritualmente de acuerdo a las condiciones propias de la época. Una doctrina adecuada a este tiempo, para todas las razas y culturas, para todos los hombres, como lo es el Islam, doctrina sagrada, revelada, que dicta un modo de vida. Es obligación de cada uno de nosotros en occidente buscar esa doctrina de unidad, y proclamar el Islam como la solución verdadera y total, tanto de occidente como de la humanidad”.

De modo que para el islamismo radical, el Islam y la ley coránica deben regir sobre toda la humanidad, siendo su imposición un deber sagrado. Este tipo de concepción fundamentalista explica la pretensión, hábilmente manipulada con manifestaciones violentas, de prohibir a toda la humanidad dibujar la figura de Mahoma, reclamando sancionar su violación hasta con la muerte. Tal como ocurre con la renovada condena a Salman Rashdie, por sus “Versos Satánicos”, con promesa de recompensa para el homicida incluida. Se trata de aplicar una norma estrictamente religiosa y de vigencia obligatoria para los fieles de esa confesión, a todos los demás, y en países completamente alejados de su área de influencia, poblados de “infieles y cruzados”.

Subyace además una concepción largamente proclamada donde es lícito el llamado “martirio” “en nombre de”. Matar e inmolarse, por cuanto el valor religioso es mucho más importante que la vida misma. El fanatismo religioso permite promocionar como deseable el destino de suicidas -o bombas caminantes- incluso para los niños, siendo adoctrinados con tal propósito en escuelas y hasta en sitios de Internet, como el recientemente adjudicado a Hamas. Demás está decir que tales prácticas criminales violan Convenciones Internacionales de los derechos de los niños y de derechos humanos en general, no obstante lo cual no han sido motivo de interpelación internacional.

Preceptos religiosos y normas confesionales pasan así a ser más sagrados que el derecho a la vida, orden que cuestiona los fundamentos básicos compartidos por la cultura occidental, los que deben ser levantados por todas las naciones civilizadas con más vigor que nunca.
Estos derechos fundamentales suelen ser olvidados, y son frecuentemente violados por la única superpotencia del mundo, los Estados Unidos. Frente a este panorama, la clase política de numerosos países y el progresismo en general, se limitan a demostrar su repudio al repudiable Bush. Y a impugnar su autoridad para hablar de libertad y derechos humanos. Pero éste no es un problema sólo -ni principalmente- de los Estados Unidos, y sería una equivocación trágica para el mundo entero dejar su resolución en sus manos

Aplicar la ley
Frente a lo expuesto, se impone urgentemente terminar con las ambigüedades frente a las manifestaciones de instigación al terrorismo y las prédicas de los profetas del odio. Existen convenciones internacionales de derechos humanos, tratados y normas internas que sancionan tales conductas sin diferenciar según el carácter presuntamente “religioso” de sus perpetradores. Sin necesidad de abrir una polémica al estilo Bertrand Rusell sobre si las religiones han hecho bien al mundo, existen numerosos ejemplos más o menos recientes de movimientos sectarios, de prédica iluminada y violenta, que tras arrastrar a cientos y miles de adeptos en pos del paraíso, terminaron envueltos en crímenes, suicidios y tragedia. Bajo la manta religiosa pueden esconderse concepciones criminales de acción política. La del islamismo radical enfrenta al mundo a su más grave desafío. Y no es “apaciguando” a los fanáticos como se impide su multiplicación, sino aplicando la ley para impedir su prédica violenta y sus tareas de adoctrinamiento y de captación para el terrorismo.