Narrativas que pintan pestes y epidemias en la historia

Las enfermedades extendidas han generado una vasta producción de poéticas y relatos propios. El estado de malestar y las alternativas de salida que suponen epidemias y pandemias inspiraron textos tan desgarradores como esperanzadores. Aquí, una recopilación de fragmentos literarios de distintos tiempos y geografías, sobre la viruela, el sida, otras pestes reales y hasta patologías imaginadas.
Por Laura Haimovichi

Aunque el COVID-19 es la primera enfermedad planetaria, es decir pandémica, hubo en la historia otras patologías (virus y bacterias) que amenazaron y atacaron la salud humana. Bacterias como la peste negra, el cólera y el tifus; virus como el HIV, el Covid-19, el sarampión, la viruela y la polio. Todos atacaron de tal modo a la humanidad que, al decir de George Bernard Shaw, «dejaron marcas aún más fuertes que cualquier gobierno».
Aparecieron y se expandieron en distintos momentos y en diferentes geografías, cambiaron paradigmas sociales y médicos, perjudicaron a los más vulnerables, pero hubo poderosos que no se salvaron. Todas y cada una generó en su tiempo y a posteriori toda una literatura documental y de ficción más que interesante para comprender sus efectos.
“La epidemia acarreó en la ciudad una mayor inmoralidad. Ningún temor de los dioses ni ley humana los detenía; de una parte juzgaban que daba lo mismo honrar o no honrar a los dioses, dado que veían que todo el mundo moría igualmente, y, en cuanto a sus disculpas, nadie esperaba vivir hasta el momento de celebrarse el juicio y recibir su merecido; pendía sobre sus cabezas una condena mucho más grave que ya había sido pronunciada, y antes de que les cayera encima era natural que disfrutaran un poco de a vida”. Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides, sobre la plaga de Atenas que afectó a la ciudad-estado en el año 430 a.C. y por la que murió Pericles.
“Incluso aquellos que con anterioridad disfrutaban entregándose a acciones viles y perversas, desterraron de su vida diaria todo delito para practicar escrupulosamente la piedad”. Historias de las guerras persas, de Procopio de Cesárea, sobre la plaga de Justiniano que padeció durante dos siglos el Imperio Bizantino, entre los años 540 y 750.

“La moda de las pelucas”
“Me pregunto qué pasará con la moda de las pelucas cuando acabe la plaga, pues nadie se atrevería a comprar pelo por miedo a la infección, por si se lo han cortado a gente muerta por la plaga”. Diarios de Samuel Pepys, sobre la peste bubónica que azotó a Londres entre 1664 y 1665 durante la guerra con Holanda.
«Los muros han contraído una lepra incurable. Los rostros han perdido para siempre su belleza oscura, su perfil perfecto. Europa le ha arañado para siempre el rostro a este Nuevo Mundo». Las dos orillas, Carlos Fuentes, sobre la viruela que mató a unos tres millones de aztecas y fue traída por los españoles a fines del siglo XV, durante la conquista de América.
«El espectáculo que ofrecía la ciudad era desesperanzador, frágiles ataúdes se amontonaban en las veredas a la espera de alguno de los carros de recolección de difuntos que circulaban por las calles. En pocos días el precio de los féretros se triplicó. Aquellos que no podían adquirir uno envolvían a sus muertos en sábanas, mantas o ponchos y los abandonaban en las esquinas. A causa de la precipitación y el miedo se enterraban personas vivas. En el sur, una muchedumbre vindicativa incendiaba conventillos y orfelinatos señalados como focos de infección. No había autoridad alguna. Los pocos médicos que quedaban no daban abasto para asistir a la población. Algunos creían hallarse en el final de los tiempos, a las puertas del juicio. En algún momento, lo confieso, llegué a pensar lo mismo». Las esferas invisibles, de Diego Muzzio, sobre la fiebre amarilla en Buenos Aires.
«La gente sabía que se trataba de una enfermedad sumamente contagiosa y que la mera proximidad física a los ya infectados podía hacer que se trasmitiese a quienes estaban sanos… Así pues, los privilegiados favorecidos por la suerte desaparecían de la ciudad durante el verano, mientras que los demás nos quedábamos allí haciendo exactamente lo que no debíamos pues se sospechaba que el ‘esfuerzo excesivo’ era otra posible causa de la polio. Repetíamos un turno de lanzamiento de pelota tras otro y jugábamos un partido de softbol tras otro en el ardiente asfalto del patio del colegio”. Némesis, de Philip Roth, sobre la poliomielitis de los años ‘40 en el siglo pasado.
«Jabón no había. Que se acabó. También se acabó. Todo en esta vida se acaba y ahora el que se estaba acabando era él, sin que ni Dios ni nadie pudieran evitarlo… Hay que creer en algo, aunque sea en la fuerza de gravedad. Sin fe no se puede vivir». El desbarrancadero, Fernando Vallejo, sobre el HIV.

“Detalles”
“A veces no hay tiempo para confirmar el desastre que tu hijo mate a un pato, que lo aniquile de la manera en que lo haya aniquilado podría no ser algo tan terrible. Acá en el campo esas cosas pasan y supongo que en capital pasarán cosas peores… perder la casa sería lo peor; pero después hay cosas peores y uno daría la casa y la vida por volver a ese momento, soltar la rienda de este maldito animal. Es difícil si no sé exactamente qué es lo que busco. Se trata de algo en el cuerpo pero es casi imperceptible, hay que estar atento. Por eso son tan importantes los detalles, sí, por eso. El agua me devolvió algo del alma al cuerpo y es verdad por un momento consideré que mis miedos podían ser una locura”. Distancia de rescate, de Samantha Schwelblin, sobre las pestes que provocan los agrotóxicos.
La enfermedad de nuestro tiempo es, en buena medida, la soledad. Y su cura el impulso a no considerarse tan diferente a los otros sino, por el contrario, gozar de la parte común de una marea humana que en lugar de la soledad bracea hacia una extensa grupalidad soleada. Bracea conjuntamente, gracias a las comunicaciones transparentes, hacia una misma natación vital. Nadadores solitarios en el áspero océano salado de antes pero dulces nadadores con su nombre de pila y sus enfermedades pilares bajo el cielo de un despejado cielo común”. Columna del Diario El País, Vicente Verdú, 2 de julio de 2011.
«Un día me tomé el subte y un señor mayor tuvo el descaro de toser cerca de mí. Lo que en cualquier otra ocasión no hubiera significado nada, en ese momento se tornó macabro. El anciano acatarrado se convirtió en un terrorista viral. El pasaje entero lo señaló con los ojos, en claro repudio. ¿Cómo se atrevía a salir con la peste encima? ¡Peste! ¡Un portador de la peste! Me alejé de inmediato mientras lo aborrecía con mis pensamientos. En eso me había convertido la terrible saturación de información alarmista sobre la nueva cepa de gripe. Los tosedores y los resfriados eran los leprosos del siglo XXI, al menos en esos días de psicosis.» Efecto mutante, Franco Vaccarini, sobre la gripe A, aunque el autor inventó para su narración una gripe P, que provenía de los pájaros.