Acuerdo Netanyahu-Gantz para formar gobierno

La tercera fue la vencida. Hasta la próxima…

El principal aprendizaje de esta nueva realidad es que para cambiar el rumbo del país, no alcanza con enfocarse en las flaquezas del oponente a destronar. Es necesario definir una alternativa real y no tan solo personal. Una propuesta clara y coherente, que explique al electorado cuál será el nuevo camino a transitar y en qué difiere del actual.
Por Mario Schejtman

La 20ma Knesset se dispersó en noviembre de 2018. En el casi año y medio que transcurrió desde entonces, pareciera ser que no hubo cambios significativos en la realidad política israelí. De acuerdo a los reportes periodísticos, un nuevo gobierno será establecido, tal vez antes de Pesaj. Esto pondrá punto final al mayor período de parálisis institucional desde la creación del Estado de Israel. El nuevo intento de renovar sin proponer un cambio paradigmático volvió a fracasar, tal como ha sucedido desde que en 2005 Haim Ramón convenciera a Ariel Sharon y a Shimon Peres de la inevitabilidad de un “Bing bang” que redefina el escenario partidario.
Durante varias décadas, el parlamentarismo israelí tenía rasgos estables: una docena de partidos lograban representación y se dividían en dos “campamentos naturales” – el “nacional” y el de “la paz”. Si bien ambos campamentos tenían una lógica interna clara, cada partido gozaba de suficiente espacio de maniobra para sumarse a una coalición junto con miembros del campamento opuesto. Así, por ejemplo, Shas fue parte de la coalición liderada por Rabin a principios de los ‘90 y Avoda se sumó a gobiernos del Likud en distintas oportunidades.
Desde su entrada a la vida política a mediados de la última década del siglo XX, Netanyahu ha venido implementando una estrategia simple y efectiva. Esta estrategia se basa en deslegitimizar a todos aquellos que no le otorguen lealtad incondicional.
El culto a su personalidad transformó a sus oponentes, que se convirtieron en detractores personales. Tal es así que la mayoría de escaños en las tres elecciones de este año fueron al “campamento anti-Bibi” a pesar de no tener nada más que eso en común. Ahí conviven los remanentes del “campamento por la paz” y los ciudadanos árabes-israelíes junto a líderes de la derecha nacionalista: Lieberman y su partido; y dentro de “Azul y Blanco”, Hauser y Hendel (los redactores de la Ley de Estado-Nación) por nombrar a los más llamativos. Esta falta de común denominador fue suficiente para cooperar en acciones concretas contra el “bloque” oficialista, como ser la composición de comisiones parlamentarias temporarias o la imposición de un voto para nominar a un nuevo presidente de la Knesset. Sin embargo, era claro que no alcanzaría para definir acciones positivas y traducir la mayoría lograda en un programa de gobierno.

Del “campamento” al “bloque”
Pero no solo los críticos fueron afectados por el culto personal. Quienes apoyan a Netanyahu también debieron adaptar su conducta. La obediencia ciega y total es demandada, y recibida, no solo dentro del Likud, sino también en los demás partidos que quieren mantenerse en la coalición gubernamental junto al “rey Bibi”. Durante 2019, el concepto “campamento nacional” dejó de representar a la derecha. En su lugar, surgió un nuevo término: el “bloque”. Para los adherentes, es el “bloque de la lealtad”. Para los oponentes, es el “bloque de la inmunidad”. De este lado del Parlamento, los resultados muestran un debilitamiento constante de los partidos adherentes junto a un fortalecimiento claro del Likud. El control personal del líder transforma la fragilidad de sus socios en una dependencia clara, que se fue reforzando con la firma de constantes “declaraciones de lealtad”.
El aumento del porcentaje de acceso a la Knesset, generó una situación peculiar en la que la gran mayoría de partidos debieron unirse en “frentes técnicos” para asegurarse su lugar en la nueva Knesset. Ocho listas recibieron escaños en la 23ra Knesset, representando 19 partidos políticos distintos. A diferencia de las dos rondas electorales de 2019, apareció por fin el eslabón débil del nuevo mapa político. La cohesión del “bloque” junto con el manejo de la crisis del coronavirus, lograron generar un desgaste en la confianza de Gantz (y de muchos de sus seguidores) de mantener el objetivo de ser alternativa de gobierno. La pandemia les ofreció la excusa perfecta para renunciar a su razón de ser y desmantelar no solo a la alianza Azul y Blanco sino a todo el campamento “anti-Bibi”.
El principal aprendizaje de esta nueva realidad es que para cambiar el gobierno, no alcanza con enfocarse en las flaquezas del oponente a destronar. Tres veces seguidas el campamento “anti-Bibi” logró recibir el apoyo de una mayoría absoluta de escaños. Tres veces seguidas esa mayoría absoluta no fue suficiente. Y como dice la voz popular, “la tercera es la vencida”. Salvo una sorpresa monumental en los próximos días, Netanyahu tomará juramento a un nuevo gobierno bajo su liderazgo y con la participación de integrantes de cuatro partidos del campamento que juraron y perjuraron no volver a cooperar con él (2 de los 4 que formaban a Azul y Blanco junto a 2 de los 3 de la lista Avoda-Gesher-Meretz).
Para cambiar el rumbo del país, es necesario definir una alternativa real y no tan solo personal. Una propuesta clara y coherente, que explique al electorado cuál será el nuevo camino a transitar y en qué difiere del actual. Hasta que la oposición no se atreva a dejar atrás viejos paradigmas ya desgastados, no podrá generar una visión que entusiasme y a la vez se pueda considerar implementable. Azul y Blanco fue un nuevo intento de promover cambios cosméticos. Dentro del actual sistema, este tipo de oferta es fútil. Llegó el momento de diseñar nuevas definiciones en todas las áreas importantes del país.