Cansados del cansancio

En La sociedad del cansancio, el pensador surcoreano Chung Han sostiene que en la actualidad el cansancio y los trastornos neuronales nos esperan a la vuelta de la esquina. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley pero el tener que cumplirlos, la obligatoriedad que sentimos de realizarlos, se transforma en una nueva ley. Con referencias puntuales y aportes propios, el escritor Mario Hamburg Piekar desmenuza en este artículo los conceptos cardinales de la obra de Han que intentan explicar la manera en que la autoexigencia individual de los trabajadores los ha convertido a ellos mismos en sus amos explotadores.
Por Mario Hamburg Piekar

Chung Han es un prolífico pensador surcoreano, nacido en Seúl. Su gran habilidad radica en hurgar en nosotros, preguntarnos, provocarnos con afirmaciones concisas y directas. Su último libro, La sociedad del cansancio, se puede resumir en cinco afirmaciones que, como crueles estiletazos, inquieren sobre nuestra cotidianeidad.
Paso a detallarlas:
1) Las más insidiosas enfermedades actuales no son virales ni bacterianas, son neuronales.
2) Estamos siempre cansados, el cansancio radica en que ahora podemos todo y eso nos deja vacíos.
3) Ya no existe, o por lo menos no es preponderante, el jefe explotador. Ahora somos nosotros mismos los que nos explotamos. Somos amos y esclavos de nosotros mismos.
4) Se ha producido la muerte de la otredad, el sistema incorpora al enemigo y lo hace igual; convierte lo extraño en similar.
5) Todo provocado por un exceso de positividad (poder hacer).
Podríamos agregar una docena de títulos más pero vamos a desarrollar éstos a los que este autor, radicado desde hace varios años en Alemania, hace hincapié, obligándonos a reflexionar sobre nuestras vidas.
El libro comienza afirmando que toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, hay una época bacterial que toca a su fin con la invención del antibiótico. La época viral tuvo, gracias al paradigma inmunológico (vacunas, etc.), un control adecuado. Desde un punto de vista patológico, la actual es la época neuronal y sus enfermedades comunes son la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO), las que definen el panorama de comienzos de este siglo. El agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia de opciones y demandas de la industria, las empresas y los medios de comunicación nos saturan haciéndonos vivir en una necesidad incesante de poder. Y esto cansa. El agotamiento que sufre el sujeto de la Modernidad tardía o tardomoderno, Byung-Chul lo presenta como agotamiento del alma, que es tan fuerte que no queda fuerza para la vida comunitaria. Para el autor, es un cansancio a solas, que es más violento y peligroso porque no deja tiempo para pensar en los otros.
Cada vez hay menos sometimiento del tipo amo-esclavo en el que la lucha por el reconocimiento implicaba que el esclavo deseaba ser visto por el amo, y por eso se esforzaba buscando a ese otro-amo. La mirada gratificante que correspondiera al esfuerzo. Pero ahora uno es amo y esclavo de sí mismo. Uno se impone las tareas, las demandas excesivas, las metas inalcanzables. Entonces uno vive para el trabajo sin necesidad de que el amo se lo recuerde. La esperanza de ser reconocido se desvanece y en ocasiones ya no importa. Es como si hubiésemos introyectado al amo en cada uno de nosotros. Por eso, la gente va corriendo al gimnasio, come a la carrera, vuelve a la empresa y durante años pasa horas haciendo lo mismo todos los días. De la mano con lo anterior hay trastornos depresivos, ansiedad, trastornos de la personalidad (el sujeto no sabe ya qué quiere, para qué quiere algo, tiene problemas de identidad de todo tipo) y se padece el narcisismo en todas sus formas.
Un ejemplo de todo esto que nos ofrece Chung Han es la realización de multitareas. Categóricamente afirma que el hacer muchas cosas a la vez nos iguala a los animales. Dice: “El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diferentes actividades. De este modo, no se halla capacitado para una inmersión contemplativa: ni durante la ingestión de alimentos ni durante la cópula”. Ese animal deberá estar pendiente mientras come de que no lo ataquen, no le quiten su comida, no capturen sus crías, etc. Y agrega: “El proceso en el hombre tardomoderno tiene su esquema definido: primero, uno crea las obligaciones que impone a otros (fuerte expresión de poder poder); segundo, uno se impone a sí mismo obligaciones que nadie inventa (fuerte expresión de poder someterse para poder más); tercero, uno introyecta los deberes como deseos con tal de poder más (lo negativo deviene positivo)”. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse. Esta autorreferencialidad genera una libertad paradójica, que, a causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se convierte en violencia. Dado que todos se explotan, nadie soporta a nadie. Todos viven escindidos en un escenario de libertad obligada a la que se abandonan, por lo que odian su libertad que tanto defienden. Se quejan de lo que desean y nada los llena. Por eso tienen que rendir más, entablar un sistema de competencia cuya ferocidad destruye toda convivencia verdadera y se traduce en violencia.

La positividad y su exceso
En resumidas cuentas, queda claro que la supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. Al principio, la depresión consiste en un «cansancio del crear y del poder hacer». El lamento del individuo depresivo, «Nada es posible», solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que «Nada es imposible». No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada. Consecuencia tan común como indeseada al igual que la producida por la hiperactiva agudización de la actividad que no tardará en transformarse en una hiperpasividad. En lugar de llevar a la libertad con el exceso de positividad originan nuevas obligaciones. Es una ilusión pensar que cuanto más activo uno se vuelva, más libre se es. El ser humano en su conjunto se ha convertido en una «máquina de rendimiento», cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento. El dopaje (claro ejemplo el de un cirujano que se inyecta sustancias para estar más atento y resistir más horas en el quirófano) solo es una consecuencia de este desarrollo, en el que la vitalidad misma, un fenómeno altamente complejo, se reduce a la mera función y al rendimiento vitales.
Vamos a intentar explicar el punto clave de la teoría de este filósofo: La positividad y su exceso. La reacción inmunológica que predominó en el siglo pasado estaba marcada por la negatividad, se negaba lo otro, si era un extraño, lo mismo que un virus, lo negativo del otro hay que negarlo sino el organismo (individual, social, de cualquier tipo) perece. El objeto de la resistencia inmunológica es la extrañeza como tal. Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado a causa de su otredad. Pero ese paradigma inmunológico no es compatible con los requerimientos del actual capitalismo globalizado que propugna la disolución de fronteras para favorecer el consumo. Actualmente, debido a la desaparición de la otredad, lo que ataca al hombre no viene del exterior, sino de su interior. Da un ejemplo concreto: trabajar jornadas exhaustivas para cumplir con las autoexigencias que se imponen a sí mismos porque tienen la posibilidad de buscar su realización o vivir para consumir. Hemos entrado en la era de la positividad.
Nos dice el autor: “La positividad tiene que ver con la desaparición del otro. No hay enemigo, ni afuera, ni extraño. La muerte de la otredad significa que en la sociedad de lo idéntico el sistema incorpora al enemigo y lo hace igual; convierte al extraño en similar; y ese que está afuera como excluido (pobres, migrantes, enfermos, subordinados), es tolerado, admitido, aceptado como una carga a la que se puede neutralizar sin problemas porque o bien se asimila o bien es expulsado. El triunfo liberal, la globalización económica, el mundo virtual y los sistemas de intercambio matan las diferencias. En todo caso, el otro puede ser neutralizado, asimilado. Ya no es enemigo o extraño sino diferente. La positividad niega la dimensión del otro y su extrañeza, y al debilitar su capacidad de negar, uno se mantiene inmune. La positividad significa que no hay otro que me ponga en peligro, no hay otro que sea importante; no hay otro que deba ocuparme más allá de cierto nivel. Entonces las relaciones humanas devienen débiles. El olvido es fácil, la sexualidad es un goce efímero. Las amistades se hacen y deshacen fugazmente. Afirma: “El exceso de positividad significa el colapso del yo que se funde por un sobrecalentamiento que tiene su origen en la sobreabundancia de lo idéntico”.
Estamos en un exceso de positividad: «la obesidad de los sistemas del presente», de los sistemas de información, comunicación y producción. Y, sepámoslo, no hay reacción inmunitaria a lo obeso. La frase “Yes, we can” expresa precisamente el carácter de la actual positividad. Y, agrego, muchos en nuestra neurótica sociedad del rendimiento realizan, con nefastos resultados, la ecuación completa: el “yo puedo” lo transforman en un “yo quiero” y este es transformado en un “yo debo” que transforma cualquier deseo en una posibilidad y luego en un deber que se debe cumplir si o si a cualquier precio. El cansancio y los trastornos neuronales nos esperan a la vuelta de la esquina. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley pero el tener que cumplirlos, la obligatoriedad que sentimos de realizarlos se transforma en una nueva ley.

De la disciplina al rendimiento
La sociedad disciplinaria (de la que nos habla Foucalt) que predominó hasta hace unas décadas, era una sociedad en que todavía regía el no. Su negatividad generaba locos y criminales. La sociedad del cansancio, que Chung Han llama también la sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados. Volviendo al ejemplo del inmigrante, éste no es hoy en día ningún otro inmunológico, ningún extraño en sentido empático, del que se derive un peligro real, o de quien se tenga miedo. Los inmigrantes o refugiados se consideran como una carga antes que como una amenaza. Y agrego aquí una contemporánea de violencia, más sutil que la de la agresión: es la violencia de la disuasión, de la pacificación, de la neutralización, del control, la violencia suave del exterminio. Es la violencia de lo politicamente correcto. Violencia terapéutica, genética, comunicacional: violencia del consenso, de no agredir con la palabra pero introyectando broncas y odios.
Finalmente vamos a ir a un punto donde este autor toma aportes de uno de los maravillosos tópicos que aporta nuestro judaísmo: el Shabath. Nuestro cansancio actual, nuestro agotamiento, es un cansancio de potencia positiva, incapacita para hacer algo. Pero el cansancio que necesitamos, el cansancio que buscamos es diferente. Es el cansancio que permite al hombre un sosiego especial, un no-hacer sosegado. No consiste en un estado en que se agoten todos los sentidos. Nos dice el autor: “el cansancio que inspira es un cansancio de la potencia negativa, esto es, del «no-hacer». El Sabbath, que originariamente significa finalizar con, es un día del «no-hacer», un día libre de todo para-que; de todo cuidado. Se trata de un entre-tiempo. Dios, después de la creación, declaró el séptimo día sagrado. Sagrado no es, por tanto, el día del para que, sino el del «no-hacer», un día en el que se hace posible el uso de lo inutilizable”.
El entre-tiempo es un tiempo sin trabajo, un tiempo de juego. Chul Han se apoya en el escritor Peter Handke que describe este entretiempo como un tiempo de paz y que es diametralmente diferente del cansancio que agota, ese cansancio que muchas veces sentimos en la actualidad y que bien define como un cansancio que separa, donde estamos tan agotados mental y físicamente que nos alejamos de nuestros seres más cercanos para embotar nuestros extenuados sentidos en un celular u otros medios tecnológicos. El filósofo nos induce a una pedagogía del mirar, la que podemos hallar en lo que llama “estado contemplativo” una invitación a desacelerar la vida, aprender a mirar para buscar el momento de reflexión y no sólo personalmente, sino también mirar al otro. Y agrega el fundamental «don de la escucha» que se basa justamente en la capacidad de una profunda y contemplativa atención, a la cual al ego hiperactivo ya no tiene acceso. Durante el estado contemplativo, se sale en cierto modo de sí mismo y se sumerge en las cosas. Solo mediante el aburrimiento y la no multitareas llegaremos al estado contemplativo. La pérdida de la capacidad contemplativa, que, y no en último término, está vinculada a la absolutización de la vida activa, es corresponsable de la histeria y el nerviosismo de la moderna sociedad activa.
Para finalizar, y después de varias lecturas, necesarias para un texto corto pero complicado en su riqueza y en su léxico, podemos realizar algunas críticas. La primera de ellas es que no todo el mundo vive actualmente en la sociedad del rendimiento, hay vastas geografías todavía viviendo en una sociedad disciplinaria y donde el paradigma inmunológico es el decisivo en sus vidas.
Otra crítica radica en lo siguiente: para pertenecer a la sociedad del cansancio se debe poseer una estructura de la personalidad donde se sienta la libertad, la obligatoriedad y sobre todo la capacidad de autorrealización. No todo el mundo cabe en el saco de la Modernidad tardía. No todos los integrantes de nuestras sociedades, aún en las occidentales, son parte de la sociedad de rendimiento. Y para terminar, la critica que más suele recibir este filósofo, que es la de ensalzar la pasividad como respuesta a esta nueva cárcel que el capitalismo globalizado ha impuesto a nuestras vidas mediante sus formas digitales y un hedonismo asfixiante, introduciéndonos en un estado de resignación, sumergidos en nuestro cansancio del cansancio.