Reapertura de la necrópolis vinculada a la Zwi Migdal en Granadero Baigorria

Historia de rufianes y cementerios…

Conocido como el “Cementerio de los impuros”, recientemente reabrió sus puertas la necrópolis de la Unión Hebraica Paganini, donde yacen los restos de los rufianes y las madamas que se dedicaban a la trata de mujeres para la explotación sexual. Las lápidas de los “impuros”, la denominación que usó la comunidad para separar y aislar a estos proxenetas vinculados a la tristemente célebre Zwi Migdal, ayuda a no igualar a víctimas y victimarios. Mientras de estos últimos están presentes las placas de mármol con sus nombres y sus rostros, de las víctimas solo conocemos el vacío, el no lugar del reposo eterno.
Por Enrique Grinberg

A mediados del mes de octubre de 2019 reabrió sus puertas el Cementerio de la Unión Hebraica Paganini en Granadero Baigorria, provincia de Santa Fe, conocido también como el “Cementerio de los impuros”. Esta última referencia fue adoptada por la denominación que les dieron los propios judíos a los rufianes y las madamas que se dedicaban al negocio prostibulario y a la trata de mujeres. Muchos de ellos estuvieron nucleados en la organización conocida como “Varsovia” y más tarde renombrada como “Zwi Migdal”.
La comunidad judía organizada mantuvo al margen a estos personajes inescrupulosos y tenebrosos, a sus familias y empleados. La condena fue total, desde lo social, lo cultural y lo religioso. De hecho, el término que se ganaron de “impuros” regiría tanto para la vida como en la muerte. Esto implicaba la prohibición en el ingreso a templos e instituciones sociales, culturales y recreativas. Tampoco se les permitió ser enterrados en los cementerios comunitarios.
En virtud a esa categórica segregación tuvieron que crear sus propias instituciones para poder llevar a cabo los diversos rituales de la vida judía, entre otras cosas vinculadas al propio negocio de la prostitución, que también tuvo amparo en las sociedades que crearon. Debieron destinar fondos para poder garantizar los ritos funerarios, compraron terrenos y crearon sus propios cementerios.
En este sentido, habilitaron dos cementerios: el Cementerio de la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia de Barracas al Sud y Buenos Aires, emplazado desde su creación hasta la fecha en la localidad bonaerense de Avellaneda; y el de la Unión Hebraica Paganini en Granadero Baigorria, provincia de Santa Fe. Más allá de estos dos, especialmente administrados por las organizaciones propias, en el Cementerio Israelita de la Tablada, en la provincia de Buenos Aires, perteneciente a la AMIA, hay un sector amurallado en donde se encuentran sepultados varios rufianes y sus esposas. Algunos de ellos y sus mujeres también con el tiempo fueron enterrados en diversos sectores de esta misma necrópolis, existiendo registro de estas sepulturas.

A partir de 1930 la actividad de la prostitución fue perseguida en la ciudad de Rosario, y es en aquellos años que los rufianes rosarinos que sostenían el negocio decidieron trasladar su actividad al pueblo de Paganini, hoy conocido como Granadero Baigorria. Allí adquieren un terreno lindante al Cementerio Municipal que utilizarían como cementerio propio. El último entierro registrado en esta necrópolis data de 1971.
Con el tiempo, ya debilitada la organización mafiosa y habiendo cesado los entierros, los dueños del cementerio hicieron un acuerdo con la municipalidad local para que asuma el mantenimiento del mismo de manera perpetua. Este acuerdo fue rubricado a cambio de la donación al municipio por parte de los rufianes de 25 metros cuadrados de terreno en la parte posterior del cementerio y otros tres metros en la franja lateral, los cuales fueron utilizados para ampliar el camposanto local.
Recientemente, la municipalidad de Granadero Baigorria volvió a poner en valor el cementerio, desmalezó el área que ocupa el “Cementerio de los impuros” y realizó una limpieza general de todas las instalaciones y lápidas. El día que tuvo lugar la reapertura fue aprovechado para realizar una visita guiada con una perspectiva de género, de la cual participó una gran cantidad de público.
Esta reapertura se convirtió en un hecho más que simbólico para la memoria de nuestra comunidad y la memoria colectiva. Esta memoria incluye, sin lugar a dudas, el gesto que tuvo la comunidad y la determinación al excluir de su seno a este grupo de inescrupulosos que se dedicaban a sostener casas de tolerancia por medio de la exploración sexual y trata de mujeres.

El valor de una decisión
Cabe destacar que ningún otro colectivo migratorio segregó y expulsó de sus entrañas a sus proxenetas. No vamos a encontrar ni instituciones, ni “cementerios de impuros” de ninguna otra fe o grupo étnico. No porque no existieran rufianes y madamas de otros orígenes, sino porque estas comunidades los toleraron y no los discriminaron, no los expulsaron de su núcleo y los aceptaron. Solo la comunidad judía y los judíos los erradicaron de sus entidades comunitarias.
Este es un motivo de orgullo y ejemplo del accionar de los dirigentes y de las instituciones de aquellos tiempos. Sin querer, estos cementerios, el de Avellaneda y el de Granadero Baigorria, se convirtieron en monumentos a la exclusión que logró la colectividad judía al segregarlos y expulsarlos sin ninguna duda ni culpa de su grupo.
Por otro lado, estas necrópolis son el testimonio fiel y tangible de que allí yacen restos de los victimarios, lo que da crédito a que existieron las víctimas. En reiteradas oportunidades, en nuestra tradición recordamos lo que hicieron los malvados para con nuestro pueblo en toda su historia y de allí que tomamos esos elementos para construir nuestra propia historia y memoria como víctimas. Para entender la dimensión del mal y del daño necesitamos saber y conocer acerca de los victimarios.
Los proxenetas enterrados con sus lápidas nos recuerdan también la ausencia de las sepulturas de las víctimas. Estas chicas polacas, que fueron engañadas, explotadas y esclavizadas no tienen un memorial, y es por eso que no podemos permitir que se borre o extinga su memoria, aunque no sepamos ni sus nombres ni conozcamos sus rostros.
Estos dos cementerios “de impuros” nos ayudan a no igualar víctimas y victimarios. De estos últimos están sus sepulturas, con las placas de mármol con sus nombres y sus rostros. De las víctimas solo conocemos el vacío, el no lugar del reposo eterno. Estos cementerios representan la injusticia e iniquidad entre víctima y victimario. Por eso, al recorrerlo debemos hacer notar y reflexionar en la presencia de las tumbas de los rufianes la ausencia de las sepulturas de las víctimas.
Sumado a esto, persiste el relato, el testimonio de una época en donde la mujer era tratada como un objeto, violada y violentada sin ningún derecho que la asistiera. Esto último en gran parte ocurre en el presente, más allá del trabajo social y educativo que se hace en relación a la igualdad de género. No podemos desconocer la desigualdad, la violencia a la mujer, el delito de la trata y los femicidios que aún se dan en nuestra sociedad, donde están en el tapete las cuestiones de género.

Testimonios y representaciones
Para poder hablar de estos fenómenos del pasado y tan actuales, de las víctimas, mujeres anónimas, podemos rescatar y narrar la lucha de la emblemática Raquel Liberman. En 1929, ella fue, quizás, una de las primeras víctimas que se alzó y denunció ante las autoridades el flagelo de la trata de mujeres y la explotación sexual. Por medio de su valiente acusación, Raquel, “la polaca”, hizo caer esta poderosa red de tratantes y explotadores sexuales de la Zwi Migdal.
Presuntamente ella está enterrada en el cementerio “de los impuros” en Avellaneda. Paradoja de la historia que ella esté y diga presente con su cuerpo y sepultura en medio de todos los rufianes, sus esposas y madamas. Su sepultura, su tumba aún sin identificar es el símbolo y emblema para visibilizar aquello que fue ignorado, invisibilizado y olvidado. Es un mensaje tan fuerte de una historia del pasado que tiene ecos muy resonantes en el presente.
A este proceso de reconstrucción histórica también le dan visibilidad y construyen memoria las investigaciones y los libros que se escribieron para abordar la temática. Podemos destacar La Polaca, de Myrtha Schalom; La Mancha de la Migdal, de Larry Levy; El infierno prometido: una prostituta de la Zwi Migdal, de Elsa Drucaroff; Tmeiin: Los judíos impuros, Historia de la Zwi Migdal, de José Luis Scarsi; y Clientes, rufianes y prostitutas: Las comunidades judías de Argentina e Israel frente a la trata de blancas, de Haim Avni; entre otros. A estas investigaciones se suman las producciones documentales como Impuros, de Florencia Mujica y Daniel Najenson; o la actual serie televisiva Argentina, tierra de amor y venganza, que masifica esta trágica historia y su potente mensaje contra la trata de mujeres y la explotación sexual.
Estos hechos y lugares históricos en donde aconteció esta nefasta historia deben formar parte de la memoria de nuestra comunidad. Y deben rescatar todo aquello que se hizo desde la institucionalidad y la dirigencia de antaño en relación a la exclusión de “los impuros”, como así también en los intentos de advertir e interceder frente a la trata en los barcos que arribaban al puerto con ayuda de organizaciones internacionales.
La comunidad no se quedó inmóvil ni callada frente a este flagelo, no solo los trató de “Tmeiim” (impuros), sino que además les vedó todo tipo de participación y afiliación comunitaria, se enfrentó a su maléfico poder y no acepto su indeseable dinero. Esto puede ser perfectamente interpretado como un “Herem”, un anatema, una excomulgación. Es por eso que es nuestra obligación contar esta historia por la memoria de las víctimas sumado al orgullo de una comunidad que no dio cabida a los malhechores y los expulsó de una vez y para siempre de una manera ejempla y única. No fue así con otras colectividades que hicieron la vista gorda con sus rufianes y aceptaron su dinero.
Ojalá pronto podamos visitar el “cementerio de los impuros” de Avellaneda y también pueda ser puesto en valor, que podamos recorrerlo con el espíritu de recuerdo y homenaje a nuestras hermanas víctimas, representadas en este lugar por la sepultura anónima de Raquel Liberman, renovando así el compromiso, actuando y educando en contra de la trata de personas y la explotación sexual.