Un nuevo tratamiento cinematográfico sobre los matices de la epopeya del traslado de etíopes a Israel

«Hermanos»

Netflix puso en pantalla “Operación Hermanos”, cuyo argumento está basado en la historia de la “Operación Moisés”, organizada por el gobierno israelí en 1984 con el objetivo de rescatar a la comunidad judía de Etiopia desde Sudán hacia Israel. Si bien no tiene la profundidad del mítico “Ser digno de ser”, film francés dirigido por Radu Mihaileanu, el nuevo abordaje del tema tiene el valor de relatar un hecho histórico basado en la vida del principal agente que planificó los primeros rescates, a la vez que los riesgos personales y colectivos que tuvo que afrontar.
Por Darío Brenman

Este nuevo film está dirigido por Gideon Raff y protagonizada por el actor Chris Evans (Capitán América), quien representa a Ari Levinson, el agente que planifica toda la acción, y Ben Kingsley (conocido entre otras películas por su extraordinaria actuación en Gandhi y como el contable judío Itzhak Stern en La lista de Schindler), que encarna a Ethan Levin como su superior en el Mossad, que lo respalda con reparos en esta arriesgada operación.

La película comienza a finales de la década del ’70, cuando se planifican diversas operaciones para repatriar judíos etíopes a Israel. Para eso fueron enviados diferentes agentes que -en momentos diferentes- llevaron por mar o por avión a miembros de esa comunidad.

Pero el film narra el protagonismo de Ari Levinson, uno de los personajes destacados en esta historia, que impuso su idealismo por sobre la burocracia israelí a fuerza de insistir con el tema del rescate. Es cierto que en el recorrido de este agente aparecen aciertos y errores que pusieron no solamente en riesgo las operaciones sino también vidas humanas.

A Levinson se lo muestra como un personaje solitario, que ha perdido a su familia, en función de seguir adelante con un proyecto humanitario en el que él creía. También como una persona polémica dentro del Mossad, por querer enfrascarse en un proyecto que no le interesaba a nadie en la agencia. Por eso, la figura de Ethan Levin como su directo superior  fue fundamental para que el proyecto sea aprobado a nivel gubernamental. La suerte de ambos estaba atada al éxito de la repatriación.

La película tiene escenas de hondo dramatismo que se pueden ver en los rostros de los africanos, su hacinamiento en campos de refugiados, el hambre la muerte y sus deseos de emigrar a Jerusalén.

Para que todo film funcione tiene que haber un antagonista, en este caso eran los servicios de inteligencia de Sudán, que todo el tiempo sospechaban de ese grupo de inteligencia israelí, el cual usaba como fachada un centro de buceo en el Mar Rojo para planificar sus operaciones.

La tensión que sostiene al largometraje en todo momento es ese conflicto entre unos y otros, en el cual se pone a los israelíes todo el tiempo al borde de la muerte y el encarcelamiento. También se muestra la fuerza del aliado de Israel, Estados Unidos, interviniendo ante la necesidad de Levinson y sus agentes. De hecho, la operación más importante se realizó con la ayuda de este país.

La escena final tiene un alto dramatismo porque está relacionada con la última operación que se hace en avión y donde la inteligencia de Sudán ya estaba informada que iba a suceder. En ese sentido, se utiliza a nivel guión otra fórmula infalible que es el poco tiempo entre el ascenso de los refugiados y la llegada de los camiones del Ejército.

La llegada a Israel es uno de los momentos más emotivos del film, evocando el anhelo de muchos judíos etíopes de pisar suelo israelí. La ayuda humanitaria de médicos y paramédicos, y los rostros felices y emocionados de Levinson y su entorno por la labor cumplida y el compromiso futuro de seguir adelante en los rescates de miembros de esa comunidad.

El origen de los Beta Israel tiene diferentes teorías. La tradición de la propia comunidad dice que son descendientes de la tribu de Dan, directamente llegados a Etiopía desde Egipto cuando fue el Éxodo. Otra referencia histórica los ubica como israelitas que se establecen en Etiopía cuando se destruyó el Primer Templo de Jerusalén por parte de Nabucodonosor en el año 586 a. C.; y la última relata que son descendientes de Menelik I, el hijo que nació de la relación entre el Rey Salomón y Makeda, la Reina de Saba. Cualquiera fuese su teoría, los judíos etíopes tuvieron y defendieron un reino judío independiente, situado en torno al Lago Tana, el Reino de Simen, desde el siglo cuarto hasta 1627, durante trece siglos.

 

De Etiopía a Israel

Cuando se crea en Estado de Israel hubo muchos sectores que se interesaron por la suerte de esta comunidad en continente africano. Durante los ’70, el Rabinato de Israel pronunció diferentes resoluciones que consideraban a los Beta Israel parte del pueblo del pueblo judío.

Como la situación de esta comunidad en Etiopía era desesperante, el Ejército israelí decidió realizar dos operaciones de rescate con el objetivo de sacar a la mayoría de los “falayas” y llevarlos a Israel. La primera se realizó en los años ’80 conjuntamente con la CIA, cuando se transportaron a miles de judíos etíopes de Sudán a Israel. La misma fue conocida como Operación Moisés. En 1991, se rescataron a 14.324 judíos etíopes, previo pago de 26 millones de dólares al gobierno de Mengistu. En total, los israelíes rescataron a 22.000 judíos etíopes. Actualmente son unos 135.000 los judíos etíopes o descendientes que viven en Israel.

Su integración a la sociedad israelí no estuvo exenta de conflictos como muestra el film de Radu Mihăileanu “Vete y Vive”, conocida también como “Ser digno de Ser” (2005), donde los judíos etíopes se enfrentaron una y otra vez a las acusaciones de que no eran judíos y la resistencia a admitirlos como tales por parte de las autoridades religiosas.

Durante los últimos tiempos hubo situaciones complejas que ha tenido como protagonista a esta comunidad. En 2009, las escuelas religiosas de Lamerhav, Daat Mevinim y Darkei Noam en la ciudad de Petah Tikvah, prohibieron el acceso a sus miembros. Hubo amenazas tanto del ministro de Educación y de varios rabinos de renombre. Aún así estas escuelas no los aceptaron. El debate sobre el racismo explotó en todo el país.

En 2010 detonó el escándalo del Depo Provera, un anticonceptivo que obligaron a tomar a las mujeres judías etíopes sin su consentimiento informado y que podían dejarlas estériles. Esto suponía un control encubierto de natalidad de los Beta Israel por parte de las autoridades.

En mayo de 2015, aparece la detención del soldado Damas Pakada, miembro de la comunidad Beta Israel, que fue agredido por dos policías en la ciudad de Holón. A partir de violentas manifestaciones, Pakada fue recibido por el primer ministro, Benjamín Netanyahu, quien se comprometió a tomar medidas contra el racismo y la discriminación contra los judíos etíopes. Inclusive el presidente del Estado, Reuben Rivlin, admitió que no se hizo lo suficiente para luchar contra los prejuicios.

Otros de los temas que explotaron significativamente en Israel no fue por los judíos etíopes, sino por sus primos hermanos, los ‘falash mura’. Según estadísticas del gobierno israelí, en 2015 había en Etiopía 9.000 ‘falash mura’. Los mismos son descendientes de judíos etíopes que se convirtieron al cristianismo en las misiones en África en los siglos XIX y XX, lideradas por el pastor anglicano Henry Aaron Stern -un judío alemán que se convirtió al cristianismo en el año 1840-. El gobierno se propuso traer a todos ellos a Israel antes de 2020.

En 2017 el objetivo de las misiones israelíes era traer a 1.300 personas para finales de ese año. De los 8.000 ‘falash mura’, el 80% tiene familiares de primer grado viviendo en Israel y llevan más de 20 años esperando para emigrar.

‘Falash mura’ es un término que en el idioma agaw (etíope) significa “el que cambió de fe”. Lo cierto es que los ‘falash mura’ no se vieron a sí mismos como judíos hasta que no comenzaron a inmigrar a Israel, y los israelíes no supieron de ellos hasta la Operación Salomón. En consecuencia, no los incluyeron en sus vuelos a Israel porque no eran judíos con el agravante que los Beta Israel no los veían como parte de su comunidad. Las autoridades israelíes pensaron que los ‘falash mura’, por su interés en salir de Etiopía, reivindicaban su pasado judío, y que, si los aceptaban, muchos más etíopes reivindicarían esos mismos orígenes para emigrar a Israel.

Luego de la Operación Salomón, la North American Conferencie on Ethiopian Jewry se consustanció con su situación y comenzó a ayudarlos y a asistirlos para que aprendieran judaísmo, y a partir de esta iniciativa la actitud de las autoridades israelíes cambió.

El 10 de julio pasado, Nueva Sión publicó una nota denominada: “¿Cómo se dice “gatillo fácil” en hebreo?” escrita por el periodista Ricardo Schkolnik. El analista político, especialista en asuntos internacionales, da cuenta del último hecho perpetrado en el barrio Kiryat Haim, una de las localidades industriales que rodean la ciudad de Haifa, donde un joven de 18 años, llamado Solomon Tekah, fue asesinado a tiros por un oficial de Policía, por el hecho de ser negro. Ante esta situación se realizaron marchas de protesta donde se sumaron miles de israelíes de todas las etnias y religiones, organizados o no, que rechazaron “las actitudes racistas y brutales ejercidas por las fuerzas del orden. Como no podía ser de otra manera, también se difundió la versión –en las redes sociales- que las protestas estaban organizadas y dirigidas por árabes, palestinos y judíos izquierdistas con el fin de desestabilizar al actual Gobierno de transición” sostiene el autor del artículo.