Roma y el silencio de la empleada

El multipremiado film del mexicano Alfonso Cuarón generó reacciones polarizadas en el ámbito de la cinematografía. Algunas reseñas de críticos identificados con el espectro progresista objetaron la actitud pasiva del personaje de la empleada doméstica de origen amerindio, por considerarlo como una figura estereotipada y propia de sectores sin conciencia de clase. Sin embargo, Cleo, la “sirvienta” de Cuarón, resiste y se expresa desde el silencio.
Por Ines Dunstan

‘La voz de Cleo está ausente’. Ésta es una de las críticas de izquierda más frecuentes que le han hecho a Roma, la película de Alfonso Cuarón que fue galardonada con varios Oscars hace algunas semanas y que ha sido objeto de numerosas reseñas, tanto positivas como negativas. Me permito discrepar con esta lectura.
Hasta hace no mucho tiempo, las empleadas domésticas estaban completamente desamparadas por la ley; aisladas de sus comunidades de origen, hacían todo lo posible por volverse invisibles para no antagonizar a la patrona, de cuyos impulsos y humores dependían en forma total y absoluta para no quedar en la calle y la indigencia.
Roma refleja fielmente estas jerarquías y relaciones de poder entre mujeres: Cleo depende de la bondad de Sofía, su patrona, para todo. Teme ser despedida al revelar su embarazo -un motivo de despido común en Latinoamérica- pero, tal vez para sorpresa de los espectadores, Sofía es compasiva para con Cleo, aunque de tanto en tanto descarga sus problemas emocionales sobre ella, a sabiendas de su total indefensión legal, material y social.
Cuando Sofía lleva a Cleo al hospital para su primer control prenatal, Cleo camina tentativamente a su lado, como con temor; no tiene forma alguna de salvaguardar su intimidad o privacidad, ni voz ni voto sobre su propio cuerpo. El evento le permite a su patrona demostrar su caridad y bondad en forma pública, así como también su maternalismo sobre una ‘india’ imaginada como una niña en necesidad de protección, en consonancia con el antiguo mito.
Cleo no tiene siquiera los medios para comprarle una cuna a su bebé, y es por eso que unos meses más tarde, Teresa, la madre de Sofía, la lleva a una mueblería, en donde Cleo, una vez más, dice poco y nada. Cuando la violencia de la Masacre de Corpus Cristi irrumpe en la mueblería, Cleo, aterrada, rompe bolsa, y apenas si llega a tiempo al hospital. Mientras los enfermeros se la llevan a la sala de partos, el personal administrativo del hospital le pide a Teresa que llene un formulario con los detalles personales de la mujer que cría a sus nietos. Teresa, sin embargo, no tiene la más mínima idea siquiera sobre la fecha de cumpleaños de la ‘sirvienta’, que a pesar de ser ‘como de la familia’ es, en la práctica, una subordinada cuya vida personal importa poco y nada.
Cleo da a luz a un bebé muerto, rodeada únicamente de personal del hospital. Los médicos le permiten sostener a su hijita por unos segundos, y luego envuelven el cuerpito, incluyendo su rostro, en una escena tortuosa, filmada en algo que se asemeja al tiempo real. Cleo experimenta el desconsuelo y la soledad más absoluta. Llora, pero no dice nada.

Es solo hacia el final de la película, después de haberles salvado la vida a los hijos de la patrona que casi se ahogan en el mar, que Cleo finalmente habla y revela el secreto que la atormenta:
-‘Yo no la quería… yo no quería que naciera…’.
Aunque Cleo ama a los niños de su patrona al punto de haber arriesgado su propia vida por ellos, Cleo no deseaba al suyo propio.
Cuarón no especifica el motivo, y es posible conjeturar que Cleo no quería al bebé porque le recordaba al abandono de su novio. Pero otra conjetura, enraizada en la realidad más cruda, es también posible: Cleo no podía permitirse desear a un niño propio, a nivel absolutamente práctico y de supervivencia. Agotada cuidando a los niños de otra mujer, ¿cómo haría para también cuidar al suyo propio? Tal vez la patrona, en un arranque de furia por el tiempo y los esfuerzos consumidos en la crianza del bebé, la despediría. Su vida se tornaría aún más difícil; aún más esclava.
Cleo no podía darse el lujo de desear un bebé y de regocijarse ante la noticia de un embarazo y de lo que ello significa. Sin protección jurídica de ningún tipo, y siempre en riesgo de hundirse bruscamente en la miseria, un niño representa una carga y limitación muy real para una mujer sola y socialmente indefensa. En este sentido, la película hace dolorosamente evidente la disparidad entre su vida y la de su patrona. Aunque ambas han sido abandonadas por los padres de sus hijos, Sofía tiene techo propio, un título universitario que le permite volver a trabajar para solventar a su familia, y tres mujeres que se encargan de sus hijos en su ausencia. Cleo, sin embargo, no tiene ni para comprar una cuna. ¿Cómo y por qué habría de desear un hijo?

En las últimas escenas de la película, Cleo vuelve al patio en el que pasa gran parte de sus días, prisionera y atrapada como Borrás, el perro al que cuida y cuya mierda debe limpiar.
Críticos como Richard Brody han argumentado que la Cleo de Cuarón es un personaje patético sin conciencia de clase; una figura vacía; el estereotipo de la sirvienta estoica, callada y sin vida propia. En The New Yorker, Brody critica lo que él considera la vaguedad del mensaje social y político de la película. Este crítico norteamericano hubiese preferido una sirvienta con simpatías políticas, activamente involucrada en movimientos sociales.
Brody pierde de vista que la naturaleza misma del trabajo doméstico ha conspirado históricamente en contra de tal ideal. Aislada en un domicilio particular que usualmente está en una ciudad a miles de kilómetros de su lugar de nacimiento, la empleada doméstica ha tenido, históricamente, pocas oportunidades de socializar con otros empleados y adquirir conciencia de clase. Aunque los sociólogos e historiadores han tomado nota de las formas sutiles de resistencia que desde siempre han ejercido algunas empleadas domésticas, tales como quedarse con el vuelto, robar ropa, trabajar lentamente, o romper un plato a propósito, lo que cierne sobre ellas no es solo la amenaza del despido, sino también, la destitución total en una ciudad extraña y sin nadie a quien poder acudir. En el día a día de una empleada doméstica que ni siquiera estaba considerada como trabajadora por la ley, y que puede ser despedida de la noche a la mañana sin ningún recurso, callar es una necesidad para sobrevivir.
Por supuesto que han existido, a lo largo de la historia, sirvientas que lo han arriesgado todo para resistir el yugo colonial, y es en gran parte gracias a ellas que hoy vemos ciertos cambios, al menos a nivel legal. Pero no todos los miembros de comunidades marginalizadas se encuentran en condiciones sociales, materiales, emocionales o psicológicas para poder confrontarse con fuerzas y narrativas subyugantes establecidas hace centurias.
En este sentido, es también posible leer el silencio de Cleo, y su aparente aceptación de su realidad social, como evidencia de internalización de su opresión. La devaluación de su comunidad; la continua desposesión de sus tierras ancestrales; la vivencia constante de indignidades; el racismo y sexismo sufridos a diario; y la experiencia histórica de genocidio y esclavitud, pueden resultar en un trauma profundo, real y paralizante.

En su falta de resistencia, y en su silencio, entonces, la sirvienta de Cuarón resiste, y nos habla.