100 años después…

Sobre el olvido y el recuerdo de la Semana Trágica

¿Ha sido olvidada la Semana Trágica? ¿Acaso la memoria colectiva ha borrado esos hechos de su repertorio conmemorativo? El sociólogo y ensayista Christian Ferrer, en un ensayo publicado en 2006 en el libro Buenos Aires Idish, parece sugerirlo: “Asombra que una matanza de tal magnitud haya podido ser encajada por el sistema político sin más y disuelta misteriosamente de la memoria de los porteños, como si se hubiera tratado, apenas, de un mal sueño”. Preguntarse por las causas del “olvido” y del “recuerdo” de la Semana Trágica implica recorrer cien años de historia argentina.
Por Marcelo Dimentstein *

Ciertamente, la Semana Trágica ha sido una de las mayores matanzas “a cielo abierto” llevadas a cabo por fuerzas de seguridad y civiles en el transcurso del siglo pasado, solo comparable, si de número de víctimas fatales se trata, a la Patagonia Trágica de 1921, a los bombardeos de Plaza de Mayo en junio de 1955 y a la masacre de Ezeiza de 1973. Asimismo, los hechos antijudíos ocurridos en el contexto de la misma representan, como lo ha demostrado el historiador Daniel Lvovich, una de las primeras y más violentas expresiones de antisemitismo en la arena política argentina.
Vale señalar que la Semana Trágica causó un gran impacto y que su estela duró varios meses. Del lado judío, los actos en repudio a la violencia ejercida contra los judíos fueron inmediatos, junto a las solicitadas en los periódicos comunitarios. Una delegación del establishment comunitario, encabezada por el rabino Halphon, se entrevistó con el entonces presidente Hipólito Yrigoyen. El escritor y editor Samuel Glusberg recordaba en una entrevista realizada por Leonardo Senkman en 1984 que las ediciones de febrero, marzo y abril de 1919 de la revista cultural judía Vida Nuestra, en donde se le pedía a diversas personalidades de la cultura y de la política nacional que vertieran sus opiniones sobre las “responsabilidades judías” en la huelga de enero, fueron rápidamente agotadas y tuvieron que ser reeditadas varias veces.
Además, los hechos fueron rápidamente plasmados por la literatura. El mismo Samuel Glusberg (más tarde utilizó el pseudónimo de Enrique Espinoza) publicó en 1924 el cuento Mate Amargo que narraba los infortunios de un cuentenik que había llegado a la Argentina huyendo del pogrom de Kishinev en 1903 para terminar siendo asesinado en otro pogrom, el de la Semana Trágica, a manos de un grupo de niños bien que gritaba “¡Viva la Patria!”. A los pocos años, en marzo de 1926, se estrenó la obra de teatro Nadie la conoció nunca, escrita por Samuel Eichelbaum y que tematizaba la Semana Trágica. Al cumplirse una década de la Semana Trágica, Pedro (Pinie) Wald, militante socialista y redactor del periódico Di Presse, publicó en idish una novela-testimonio llamada Koschmar (Pesadilla), donde relataba pormenorizadamente la odisea que le había tocado vivir en esa semana al ser arrestado, torturado y acusado de ser el “presidente maximalista del Soviet en Buenos Aires”. La novela fue traducida al castellano sólo en forma tardía.

Una “anomalía pasajera”
Es cierto que, una vez mitigado el impacto, la Semana Trágica cayó en el olvido. Es posible que una de las razones por las cuales la Semana Trágica haya sido “olvidada” se deba a que desde un primer momento fue considerada por diversos actores de la época como una anomalía pasajera, una reacción exagerada producto sin dudas del miedo al comunismo (o “maximalismo” como se le llamaba en aquel entonces). Esa es la tesis del historiador Tulio Halperin Donghi, quien en su libro Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930) (2000), sostiene que para la opinión colectiva la Semana Trágica se trató más de un “desvarío momentáneo” que de un episodio que ponía de relieve “la persistencia de ciertas fallas crónicas en la sociedad y cultura argentinas”.
Tampoco desde el establishment de la comunidad judía, nucleados alrededor de la Congregación Israelita de la República Argentina (CIRA), se consideró a la violencia contra los judíos como un hecho que ponía de relieve un antisemitismo emergente en el seno de la sociedad argentina. Sin dejar de denunciar los abusos cometidos contra la población judía, aunque más preocupados porque la opinión pública no confunda “judíos” con “maximalistas”, la CIRA obtuvo, a los pocos días de terminados los sucesos, autorización para pegar un afiche en la ciudad firmado por “150.000 israelitas al pueblo de la Nación Argentina” donde aseguraba que “150.000 israelitas purgan los delitos de una minoría cuya nacionalidad no es excluyente y cuyo crimen infamante no ha podido gestarse en el seno de ninguna colectividad, sino en la negación de Dios, de la patria y de la ley”. Lo de la Semana Trágica había sido, para estos sectores, un hecho desafortunado: por culpa de algunos judíos “maximalistas” había pagado la comunidad entera. En una Argentina liberal, aun bajo el influjo del optimismo de los festejos del Centenario, no cabían hechos de esta naturaleza.
Por ello es que la memoria en torno a la Semana Trágica y a la violencia antijudía, llegó mucho más tarde y fue transmitida a lo largo del tiempo por diversos actores.

La perspectiva de anarquistas e historiadores… ¿Una insurrección clasista?
Uno de los grupos que más ha alimentado la memoria de la Semana Trágica fue el anarquismo. Así, para la historiografía militante anarquista, la Semana Trágica fue considerada, junto con el ajusticiamiento del jefe de policía Ramón L. Falcón en 1909 a manos del militante/mártir Simón Radowitzky, como un jalón imprescindible de su dilatada historia en el país, perteneciente a un mundo obrero que era consciente de sus reivindicaciones más primarias y que no dudaba en expresarlas a través de combates callejeros.
Las lecturas anarquistas presentaron una Semana Trágica de carácter insurreccional, al límite de la revolución, abortada merced a la brutal represión que se puso en marcha. Debido a ello, la llama de la memoria ha permanecido prendida en estos grupos, enlazando Semana Trágica, insurrección anarquista y represión estatal, y aún hoy militantes o simpatizantes de esta corriente conmemoran aquellos días. Las referencias al pogrom son mínimas y éste no deja de ser considerado como un epifenómeno de la represión anti-obrera.
Pero un verdadero brote en lo tocante a la memoria de la Semana Trágica tuvo lugar hacia fines de la década del ‘60 y principios de los ‘70, cuando un conjunto de trabajos realizados por historiadores profesionales hizo su aparición con muy pocos años de diferencia, dialogando y discutiendo unos con otros, transformando aquel evento casi en un campo de estudios especializado. Sin dudas, uno de los ejes principales del debate –y quizá una de las causas del “rescate” del tema- giraba en torno a si la Semana Trágica podía ser considerada una huelga “insurreccional”, tema no menor entre aquellos simpatizantes de izquierda que habían visto en los eventos del “Cordobazo” de mayo de 1969, el resurgimiento de una clase obrera autónoma, clasista, insurreccional y movilizada.
Encontrar en la Semana Trágica los antecedentes del “Cordobazo” –dos momentos de supuesto enfrentamiento abierto al capital-, sin tener que pagar el “peaje” del peronismo, significaba trazar una genealogía esperanzadora. La polémica entre el historiador de izquierda Julio Godio (1972) y David Rock (1971 y 1972) puede ser leída en esta clave. Mientras que para el primero el violento conflicto social desatado durante la Semana Trágica podría considerarse como el detonante de fuerzas revolucionarias presentes en la clase obrera, para el segundo se habría tratado de un accionar meramente defensivo del movimiento sindical, bastante alejado de cualquier insurrección que hubiese podido desestabilizar al sistema.

La mirada judía
Privilegiar una perspectiva judía de la Semana Trágica, esto es, centrarse en explicar las causas y el carácter de la violencia antisemita, será tarea de historiadores y publicistas judíos, completando así el panorama de este impulso historiográfico y abriendo la posibilidad, por otro lado, para el rescate comunitario, en especial, por parte del sector progresista judío. En enero de 1969, las páginas de este mismo periódico ofrecían a sus lectores un extenso estudio histórico sobre la Semana Trágica, motivado por el 50 aniversario de los hechos. En 1971, el artículo de marras, cuyo autor era Nahum Solominsky –un activista sionista que años más tarde emigró a Israel-, fue publicado en un folleto, iniciando así una historiografía producida desde una neta perspectiva judía preocupada más por desentrañar las causas de la violencia antijudía que por explicar globalmente la represión a la huelga general originada en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena. La de Solominsky era una interpretación judeocéntrica; el objetivo de su texto consistía en dilucidar las causas de la persecución y matanza de judíos sucedida “sobre el trasfondo de una aguda crisis económica y social” en la medida en que permitía demostrar la existencia de una “cuestión judía” fuertemente enraizada en el país y cuyos antecedentes se remontarían aún más allá de la Semana Trágica, a los disturbios antijudíos ocurridos en mayo de 1910.
Sin dudas, una combinación de factores posibilitó esta ola revisionista y recordatoria por parte de un grupo de intelectuales judíos. En primer lugar, la cercanía de una “fecha redonda” en relación a la Semana Trágica, los 50 años, sirvió como excusa para un nuevo acercamiento a los hechos, hechos que fueron interpelados desde diversas preocupaciones en aquel entonces actuales, en especial, el creciente antisemitismo que se venía evidenciando desde fines de la década del ´50. Por primera vez, el antisemitismo de la Semana Trágica se ponía en consideración para reflexionar acerca de una “cuestión judía” en la Argentina. El surgimiento de agrupaciones de derecha nacionalista como Tacuara, Alianza Libertadora Nacionalista o Guardia Restauradora Nacionalista, el caso Sirota y el asesinato del militante de izquierda judío Raúl Alterman, ocurridos durante los años ´60, fueron la chispa para que la memoria histórica de cierto sector de la comunidad judía se trasladara en busca de una profundidad temporal para explicar el encono contra los judíos.
En enero de 1999, al cumplirse 80 años de la Semana Trágica, un nuevo impulso anamnético tuvo lugar en Buenos Aires. Esta vez, una serie de organismos judíos y no judíos de derechos humanos, convocaron a un acto conmemorativo del “primer pogrom argentino” en la esquina de Corrientes y Pasteur bajo la consigna “contra los genocidas impunes de ayer y de hoy”. Una vez más, la memoria histórica en torno a la Semana Trágica se vinculó directamente a reivindicaciones de máxima actualidad, como la falta de esclarecimiento en lo tocante a los responsables de la voladura de la AMIA, y por la difusión pública del Informe sobre desaparecidos judíos en la última dictadura militar que, elaborado por la asociación de familiares de desaparecidos judíos, establecía la sobre-representación que las personas de origen judío tuvieron entre las víctimas.
Como había sucedido 30 años atrás, en 1969, la memoria centrada en el pogrom de aquel enero, funcionó como antecedente del accionar antisemita cívico-militar. Y lo novedoso lo constituyó la pretensión de algunos actores de que esta memoria también estuviera ligada a un sector de la comunidad judía que había estado activamente envuelto en las luchas sociales del país. Como recuerda JM, un participante de aquel evento en una entrevista con este autor:
Esa era la idea fuerte del acto de 1999, que también ha habido [junto con la Semana Trágica] una tradición progresista que ha sido ocultada […] y que en aquellos años la mayoría de la colectividad judía se orientaba hacia las corrientes progresistas, no sionistas en gran parte, pero sionistas también.
La idea de que recordar el pogrom pudiese habilitar el “rescate” de una tradición progresista judía no era casual. No solamente en la mentalidad de los pogromistas estaba asociado el judaísmo con el “maximalismo” –hecho que los llevó a destruir e incendiar las sedes del Avangard y del Poalei Tsión-, sino que parte de ese discurso, como se ha visto, había sido introyectado –ni bien sucedidos los hechos de 1919- por miembros del establishment comunitario. Rescatar a la Semana Trágica significaba rescatar también a un mundo perdido, un universo de valores y prácticas que los actores denominaban judeo-progresista.

* Antropólogo social por la UBA. Actualmente dirige la unidad de investigación sobre judaísmo contemporáneo de la oficina europea del JOINT (JDC).