Una novela de Carolina Esses

Un buen judío

Entre la tradición identitaria y la banalización de lo judío como mero acto fugaz o de consumo, los personajes de esta historia están situados en una Buenos Aires reconocible y contemporánea. Son personas que piensan y viven el judaísmo de manera diversa y constituyen subjetividades, mientras intentan romper con cualquier hegemonía que los ahogue.
Por Laura Haimovichi

Elías Faur no estuvo en el casamiento de Anita y Hernán, su hijo menor. Justo ese día en que todo discurría de manera celebratoria, entre el buffet, las rosas blancas del altar, los niños que correteaban alegres y el vestido color té de la novia, a este patriarca del Once se le ocurrió descompensarse y terminar internado en una clínica. Lo que parece que apenas va a ser un mal trago que derivará en una anécdota más de aquel día, perdida entre la mirada de las fotos de la boda, se complica inesperadamente y Elías, hundido en una especie de agujero negro, entra en coma. Elías, entonces, está dormido en una cama y monitoreado las veinticuatro horas, conectado a dos, tres máquinas, la cabeza rodeada de hielo.
Así, las vidas del flamante y joven matrimonio, la de Natalia -la hija judía ortodoxa que dejó de ver a su padre-, y la de Martín, el primogénito, que es financista e idolatra a un gurú que predica las ventajas del frío extremo, quedan en una especie de limbo. Los más jóvenes Faur deben convertirse en cuidadores de su progenitor fragilizado, en la delicada y delgada línea que separa la vida de la muerte.
Este es el punto de partida, la puerta de entrada, de la pequeña primera y preciosa novela de Carolina Esses, Un buen judío. Se trata de una historia polifónica que transcurre en una Buenos Aires reconocible, durante un invierno de temperatura polar, en la que la vida más o menos ordenada de cada personaje evidencia su precariedad, pero de pronto todo se desacomoda y las certezas se derrumban. Serán cuarenta días, como los años de Moisés en el desierto, en los que la circunstancia dolorosa del padre reabre antiguas heridas en las afectividades biológicas y electivas y pone en cuestión la vida. Pero además de la historia familiar, los noventa han dejado su huella en Elías, uno de esos prósperos comerciantes que se fundieron con la importación de aquellos años de pizza, champán y desguace.
Elías, además, se ha separado de su esposa judía, madre de sus hijos mayores y se ha casado nuevamente con una mujer católica, la madre de Hernán. El benjamín se ha enamorado a su vez de una goy pragmática de familia patricia, a quien nadie le advirtió que al unirse al joven se casaba con alguien de la comunidad, aunque sin comunidad. Por efecto de las circunstancias, Hernán, de madre católica, busca su origen para construirse en medio del desmoronamiento que le provoca la situación de su padre. Su flamante mujer se ha quedado sin luna de miel pero asiste con frecuencia al sanatorio, se ve repentinamente rodeada por señores con kipá y sufre ataques de pánico. Exestudiante de Antropología, Natalia (la del medio) se alejó de Elías y de su familia no observante para abrazar una militancia fervorosa en pro del cumplimiento de los preceptos hebraicos. Ahora regresa al seno paterno y tanto cuestiones intelectuales como eróticas la movilizarán a su pesar. Por su parte, Martín, con valores antagónicos a los de su padre, vive en un mundo de socios y negocios, no se despega del celular y debe esforzarse por permanecer cerca del padre enfermo, a quien culpa por la debacle económica familiar.
Novela de personajes, también están allí Solomón Naím, un viejo amigo de Elías, fanático del Estado de Israel, que trabaja denodadamente en pos de financiar al Ejército; y González, el jefe de terapia que, desde su rol semidivino –a los médicos se les adjudica el poder de revivir a los muertos-, busca tener una relación más humana con la familia del padeciente.
Durante el letargo, la mente de Elías queda en blanco y su cuerpo en suspenso porque “está atravesando un desierto de nieve”, al decir del poeta Wallace Stevens. En tanto, su entorno está sujetado a la espera de la reacción de ese cuerpo en estado de hibernación. Sin embargo, cada uno tiene la posibilidad de una epifanía. Entre la tradición identitaria y la banalización de lo judío como mero acto de consumo, los personajes de Un buen judío piensan y viven el judaísmo cada uno a su manera y constituyen subjetividades, rompiendo con cualquier hegemonía asfixiante. El suyo es, como diría el historiador Pablo Hupert, un judaísmo líquido.
Esses, periodista y escritora, nació en Buenos Aires en 1974. Publicó los libros de poemas Duelo (Ediciones en danza, 2006), Temporada de invierno (Bajo la luna, 2009) y Versiones del paraíso (Ediciones del Dock, 2016). Licenciada en Letras, es ella misma hija de una católica y un judío sefaradí y fue educada en la fe católica aunque recuerda que los viernes de su infancia eran días de reunión con primos y tíos, celebraciones profanas pero con ecos de shabat. A partir de la imagen de la nieve, disparada por el azar y por la reverberancia de una visita con su padre al Cerro Catedral y por la nevada porteña de 2007, esta novela (Ediciones Bajo la luna), se fue convirtiendo en un punto de partida y un deseo a ser desplegado.