Leonardo Senkman:

“No podemos seguir pensando estrategias de subsistencia”

“Si hasta hace muy poco tiempo, ser judío era considerado una cuestión onerosa, ahora pareciera que, para muchos, ser judío es compartir las crisis de las clases medias empobrecidas y en estado de penuria”. Con esta crudeza no falta de realismo, Leonardo Senkman -argentino y Director de la División de América latina, España y Portugal del Instituto de Judaísmo Contemporáneo Abraham Harman de la Universidad Hebrea de Jerusalem- expresa una visión crítica respecto a sus últimas observaciones de la comunidad judía de la Argentina y el país en general -“imposible de deslindar un destino del otro”-. Senkman está convencido que “en un momento de crisis como este, deberían ser los sectores de la izquierda kibutziana los que pensaran alternativas para “productivizar” a la gente pobre y ayudarla en su camino de emancipación aquí o en Israel”. “Lo peor que puede pasar -agrega Senkman- es tener la sensación de que la vida se acabó y no darnos cuenta de que podemos recomenzar acá o en cualquier otro lado”. Una entrevista para ser leída con atención, particularmente por la dirigencia de la comunidad por la originalidad y audacia de ideas que Senkman aporta en la búsqueda de soluciones a los problemas comunitarios.

Por Guillermo Lipis

¿Cómo ve año tras año, más allá de su contacto permanente con la Argentina, al país y la comunidad judía en particular?

Yo tengo una mirada de largo plazo por que soy historiador. Veo dos cosas: por un lado, es una sociedad que tuvo una gran expectativa cuando se dió la democratización. Diría que fue una tentativa de sacar a la Argentina a flote y pluralizar y democratizar la sociedad. La sociedad civil entra a formar parte de lo que se llama sociedades autónomas y democratizadas. Esa expectativa, cada vez que vuelvo, la veo cada vez más frustrada. Este es uno de los grandes temas de la historia intelectual y social del país: la frustración argentina. No es nuevo, pero creo que lo particular de esta frustración es que se dio en un momento histórico en que se depositó mucha confianza luego de la dictadura, en las posibilidades de la democracia. Y esta frustración fue doble para el caso de los judíos. Primero porque el legado de autoritarismo no sólo no desapareció, sino que se hizo sentir fuertemente en la transición democrática. Este es un tema que atañe a todos los argentinos, de todas las religiones, de todos los estratos. Pero en el caso de los judíos, los peores momentos de inseguridad y de antisemitismo surgieron con los atentados a la Embajada y a la AMIA que no sólo no se pudieron evitar, sino tampoco esclarecerlos.

¿En dónde cree que se nota más esa frustración?

En la decepción de la gente, en no querer más políticos, en no confiar más en el sistema representativo.
En el fondo, decir “que se vayan todos” es una manera de decir “terminemos de hacer política”. Este es una cuestión que no veo en Brasil ni en Chile, donde también hay crisis y problemas económicos serios. Pero esta manera de descalificar y desprestigiar a la política no la he visto en esos países.
Por cierto que el caso chileno es muy diferente del argentino; el sistema político chileno es el más europeo de los sistemas políticos latinoamericanos: hay una derecha “civilizada”, un partido conservador “civilizado”, un centro y una izquierda, además de los militares y de las construcciones que tuvo la transición democrática.
En Uruguay hay una confianza en el triunfo del Frente Amplio, y pareciera que Argentina, en cambio, está condenada a vivir, políticamente, en el populismo como si tuviera colgada una piedra de Sísifo que la arrastra.
Respecto a la comunidad judía, veo que se vive con una sensación de desintegración en el tejido social general que también se ve en el tejido comunitario. Por un lado hay una pobreza económica muy grande que ha tenido efectos devastadores en todos los niveles, y que provocó, por ejemplo, este movimiento de ayuda social formidable como las acciones emprendidas por el Joint, Tzedaká o AMIA. Pero por otro lado, noto que hay una desintegración de los lazos y del tejido solidario de la sociedad argentina y, por supuesto, también de la comunidad.
Yo no creo que el problema sea el achicamiento de la comunidad -por la crisis- sino que no se encuentran formas alternativas de afrontar la crisis más allá de la ayuda social. Es cierto que la ayuda social y la lucha contra la pobreza es fundamental, pero además de eso hay que darle otras opciones a la gente: opciones culturales, opciones ideológicas, opciones sociales, y veo que este último aspecto está casi clausurado. En eso también incluyo la crítica a las instituciones sionistas, a la Agencia Judía. Con esto quiero decir que no sólo hay que trabajar para la aliá (inmigración a Israel), en el sentido sionista de la palabra, sino también reforzar aquí la educación judía, los centros comunitarios, instalar el tema judío en la esfera pública, en los centros académicos. Pienso que esto debería ser objeto de revisión por parte de los organismos responsables de Israel y de la diáspora porque sólo hay toda una concepción de lo catastrófico.

¿En dónde?

Una concepción que durante muchos años fue propia del pensamiento, de la concepción de la Agencia Judía y del sionismo, que sostiene que ésta es una comunidad que no tiene futuro, que vive en peligro por el antisemitismo, la asimilación, o por el terrorismo. Y esa concepción catastrófica y pesimista no siempre fue una concepción que haya podido hacer diagnósticos correctos. Se hablaba de “evacuación” de judíos de la Argentina. Esto tiene una historia de décadas en la Argentina. Uno de los momentos en que yo recuerdo que se hizo eso fue durante la dictadura militar, a principios de la dictadura militar, cuando Menajem Beguin, muy asustado por la situación de represión y de los desaparecidos, convocó en 1977 a una conferencia del liderazgo judío argentino (en Israel) para plantear el tema de la evacuación.

¿Quiénes participaron?

A mí me tocó investigar el tema en mi libro “El legado del autoritarismo en Argentina”. Allí hay un capítulo donde analizo este fenómeno con documentación de la misma Sojnut.
Uno de los líderes que estuvo en ese momento fue Marshall Meyer, que fue convocado a esa conferencia donde estuvo el presidente de la AMIA y de la DAIA. La reunión fue en Jerusalem.
Esta concepción de la “evacuación”, que es de un pensamiento catastrófico, del lado de Israel viene porque ellos tienen mucho miedo de que se repitan experiencias históricas que conocieron en otras diásporas.
El modelo era el modelo de los árabes, cuando tuvieron que evacuar a los judíos del norte de Africa, en Yemen.
Ahora creo que hay una nueva concepción consistente en ayudar a aquellos judíos que están sufriendo la crisis económica directamente.
Hoy ya no se habla de una evacuación sino de asistencia. La asistencia hoy es desde un ámbito educativo, y para que la gente tenga un elemento de sustentación básico, primario, con lo cual, paradójicamente, se vuelve al sistema de evacuación, porque se debe recurrir a la comunidad para sustentarse y la comunidad no tiene por qué sustentarme, entonces vuelvo a tener como única alternativa la aliá.
No hay un proyecto mediante el cual se pueda pensar ”bueno, no evacuamos”, no hay ningún grado de asistencia en lo que tiene que ver con decir “yo, persona judía, decido quedarme en Argentina, ¿qué clase de soporte me pueden brindar para sostenerme acá como comunidad?”.
Y cuando digo soporte pienso en otras cosas. Por ejemplo: ¿por qué no se hace un aporte para que aquella gente judía que no quiere irse de este país, que no quiere la aliá como alternativa, pueda acceder no sólo de a asistencia educativa, sino también a tecnología -me refiero a conocimiento- para instalar un kibutz, como alternativa económica. Pero esto, como aporte, no se entrega. Entonces, en definitiva, cualquier clase de aporte que se está entregando desde el establishment judío o israelí particularmente, termina apuntando a la evacuación, porque tarde o temprano te vas a terminar yendo.
Ahora hay que hacer justicia al hecho de que tanto la Sojnut como otras organizaciones han invertido mucho dinero e iniciativa en recursos humanos, sobre todo en el área de educación. Sería injusto no recordarlo. Ahora hay una pobreza muy grande en planteos alternativos que pueda tener el movimiento sionista -y lo digo como sionista- frente a las alternativas del sionismo norteamericano que plantea ciertas alternativas de continuidad aquí, en Argentina, y en otras diásporas, que me parecen que son más creativas e imaginativas que las alternativas que se ofrecen en el campo sionista. Esto también debería ser un tema de cambio. No pueden sólo las comunidades transformarse en agentes de conversión laboral de los judíos, o convertirse en sociedades de beneficencia. Acá se necesita pensar con perspectivas de futuro, no sólo en apagar el incendio.

¿Cuando se refiere a esto, se refiere a los planes de asistencia por un lado y a los planes de inmigración por otro?

Falta en el medio una propuesta para la oxigenación de toda la cultura. La cultura judía no es un lujo, la educación judía no es un lujo, la inversión en libros judíos no es un lujo, aún en los momentos de crisis. Precisamente en los momentos de crisis es donde estas dimensiones de la existencia judía deberían reforzarse, deberían jerarquizarse. ¿Cómo? ¿De qué modo? Esta es otra forma de encarar el tema, no sólo con un ticket canasta para ir al supermercado, sino también un ticket canasta para cumplir con la educación judía. Y esto me parece muy importante y habría que pensarlo. No alcanza una estrategia de subsistencia.

¿Por qué cree que la dirigencia no aborda ese tema?

Hay una larga historia de achacarle a la dirigencia las falencias de todo lo que pasa en la comunidad.
También pasa lo mismo con la sociedad civil argentina, que le echa toda la culpa a los políticos o al Estado. Pero tampoco veo que de los intelectuales, desde los centros barriales o desde los comunitarios, surjan propuestas alternativas. ¿Por qué pedir solamente a los dirigentes que tengan imaginación y alternativas? Tampoco surgen estas propuestas desde los profesionales judíos, los intelectuales judíos, la gente que puede pensar el tema.
Veo como un símbolo muy crítico el hecho de que la gente que piensa o que puede reflexionar sobre lo que está pasando dentro de la comunidad, se haya alejado de la participación activa en los marcos organizados y directivos de la comunidad, y se haya replegado sobre sí misma y sus propios negocios. Este es un momento en que se necesita, más que nunca, la participación de todos. Hay una gran orfandad en la actual dirigencia de estas comunidades, porque cuando quieren consultar y tomar medidas institucionales importantes, los propios ex líderes les quitan apoyo por indiferencia.
Al mismo tiempo compruebo que, a diferencia de otras épocas de la comunidad, no hubo en estos grupos propuestas alternativas que pudieran cuestionar ese liderazgo o que plantearan alternativas a esas prácticas comunitarias. Es un momento en el que el liderazgo debería asumirse desde el tejido civil, no desde las cúpulas comunitarias.
En el interior del país, curiosamente, me he encontrado con gente que se llama Pérez, Rodríguez o Jiménez, gente que nadie en la comunidad sabía que eran judíos y que aparecen solicitando ayuda porque no tienen posibilidades económicas. A raíz de la crisis económica y el hambre descubren que tienen un ancestro judío, un abuelo hace dos o tres generaciones, y esto me parece un fenómeno nuevo, al menos no estudiado, y por otro lado una posibilidad de entender que existen círculos muy marginales de judíos, de gente que se identifica con lo judío en momentos de crisis que van mucho más allá del círculo central de la comunidad. Es una manera de tomar contacto con el otro judío.
Si hasta hace muy poco tiempo, ser judío era considerado una cuestión onerosa, ahora pareciera que, para muchos, ser judío es compartir las crisis de las clases medias empobrecidas o en estado de penuria. Entonces la forma de abordar la crisis de pobreza podría, en un sentido económico, sugerir estrategias de trabajo a otros niveles: al nivel de la conciencia judía, de qué significa ser judío pobre en la Argentina. Quiero decir que, antes, el judío tenía ciertos ritos, ciertos rituales, ciertos circuitos por donde circulaba y que eran de clase media alta para arriba. Ahora, al empobrecerse, habría que recuperar esa “calle judía” y aquel “judaísmo popular”, ese judaísmo que era de los abuelos obreros, inmigrantes, artesanos, algunos campesinos. La diferencia es que estos nuevos judíos y no judíos pobres, son pobres económicamente y en el plano cultural y espiritual.

¿Cómo visualiza el futuro?

Creo que esta crisis se va sortear con una gran polarización en la que va a haber muchos más pobres y mucha más gente que se va ir de la Argentina. A nivel político veo que el peronismo va a volver, creo que este país está condenado a ser populista, mientras que nuestros vecinos chilenos, brasileros y uruguayos han zafado del populismo hace mucho tiempo. Creo que puede influir en los resultados electorales el giro hacia la izquierda en Brasil -e inminente en Uruguay-.
Pero también creo que existe una chance histórica de que cierta fracción del peronismo se “socialdemocratice” en el sentido de un partido socialdemócrata, escindiéndose de la corriente tradicional de sesgo populista neoliberal que adquirió con el menemismo.

Me parece interesante cómo “navega” entre lo nacional y lo comunitario, en algunos casos casi sin hablar de una cosa o de la otra, como si todo confluiría en algún punto. ¿Tiene la sensación de que en lo comunitario hay un fiel reflejo de lo nacional también en el plano político?

Yo escuché mucho de ese “camaleonismo comunitario” que va adoptando las posturas, los gestos y la manera de hablar y de pensar del liderazgo nacional. Pero en la comunidad judía hay otras variables porque, por ejemplo, es objeto de interés en los organismos judíos internacionales. Israel ha sido muy solidaria y también los organismos judíos norteamericanos han aportado dinero y recursos. Entonces acá habría que tomar en cuenta el factor internacional. Mientras que Argentina pareciera que está aislada del Mundo y del favor internacional, la comunidad judía parece más resguardada, más apoyada y cuenta, además, con posibilidad de asistencia.

Pero la mayor parte de esa asistencia no pasa a través de la dirigencia local. ¿Qué pasa en el vínculo de esas organizaciones americanas con cierto grado de poder y el establishment dirigencial?

Así como es necesario diferenciar las instituciones intermedias de las centrales, y estas de las internacionales, es necesario estudiar también cuáles son los nuevos judíos que aparecen, lo que en algunos estudios sociológicos se denomina “formas de identificación residual”. Hay un estudio que se llama “Judíos residuales”: residuos de viejas instituciones que se fusionan con otras, forman también formas de identificación judía residual. Y hay que trabajar también esta fracción de judíos, y no lo digo peyorativamente. Lo digo en el sentido de que son residuos que quedan de otra historia que no se integró o se desintegró -porque la gran metáfora que tengo del país es la desintegración, un tejido que se desintegra, un país que se está desintegrando de lo que era en su cultura original. Tengo la imagen de una comunidad que se desintegra, no que se deshace, sino que se descompone en fragmentos-.
En ese movimiento de desintegración y de reconstitución, o reconformación, hay muchas instituciones residuales, pero también judíos residuales. Hay que trabajar con estos residuos. A mí me parece que esta idea de lo residual debe ser analizada y diagnosticada y localizada. Hay que saber dónde están estos judíos, no hay que buscarlos únicamente en los lugares que pensábamos siempre que estaban; y esa es una tarea que no la puede hacer sólo el liderazgo comunitario. Dicho esto, la idea de democratizar las instituciones comunitarias, en este proceso de reconformación, es una exigencia de la hora.
Ahora más que nunca deben ser democratizadas todas las instituciones centrales. Lo que pasa es que a veces uno quiere democratizarlas y no hay socios, no hay participación. En este momento de crisis se debe pensar en otro concepto o en otra categoría de gregarismo.
El gregarismo comunitario es el deseo de estar con judíos, en un marco judío, que pueden ser “countries” pero también en casas de familias, en sinagogas, en centros culturales, etc. El concepto de gregarismo judío se debe repensar porque hay una desintegración al mismo tiempo que una reconstitución. Y en ese proceso, ese gregarismo debe ser redescubierto y trabajado por el liderazgo, pero también por las instituciones de base, barriales, zonales, el interior, así como por las instituciones sionistas. Estoy hablando de instituciones como Nueva Sión, Tzavta, Meretz, gente que está vinculada a la izquierda sionista, instituciones que tienen un doble rol: por un lado, hacer escuchar una voz muy distinta de la que llega desde los representantes oficiales de Israel, y por otro lado opinar de lo que está pasando acá, en la comunidad, con un pensamiento que no sea simplemente “¿cuántos olim (inmigrantes) puedo llevar a Israel?” .
Siempre se decía que el movimiento sionista era el movimiento de liberación nacional del pueblo judío, que está compuesto por diversos estratos sociales, y que el movimiento sionista-socialista era el que debía velar siempre por los intereses de las clases más pobres para poder ayudarlos en su “liberación nacional”. Yo creo que la crisis que ha afectado al movimiento kibutziano, entre otras cosas, le ha impedido al sionismo-socialista pensar formas para armar kibutzim con gente pobre de Israel dentro de la línea verde. En ese sentido, la izquierda israelí ha decepcionado. Por lo menos me ha decepcionado a mí, como sionista argentino, que planteo que en un momento de crisis como este, deberían ser los sectores de la izquierda kibutziana los que pensaran alternativas para “productivizar” a la gente pobre y ayudarla en su camino de emancipación. Digo “ayudar en su camino de emancipación” y no “hacer beneficencia”. Esta es la mejor forma de ayuda productiva, y además judía, con lo mejor de la tradición humanista y socialista, que puede hacer Israel. Y ese planteo sólo lo puede hacer un sector muy reducido y que está muy vapuleado en Israel, que es el sector kibutziano, con todos los problemas que sé que existen, y con todos los problemas que sé que están sufriendo.
Se debería plantear algo muy necesario: mucha gente no puede hacer aliá porque, por ejemplo, tienen propiedades que no pueden vender. Pero gente de Israel vinculada a estos sectores progresistas deberían ayudar a crear empresas de fideicomisos. Es un riesgo, pero esa es la manera completa de ayudar a muchísima gente que podría hacer Alía a cambio de que le ayuden a no tener que quemar los bienes, escasos, que adquirieron a lo largo de toda una vida. Este tipo de propuesta, si no la puede hacer la Agencia Judía como institución oficial, a lo mejor la podrían hacer ciertos sectores vinculados al movimiento kibutziano. Y me anticipo a decir que no creo que sea un pensamiento utópico sino una posibilidad real en la medida que alguien decida salir de los esquemas asistenciales o las leyes del mercado.

Cuando habla de emancipación, me queda claro el concepto respecto de Israel, pero puede ser también un cambio de mecanismo de reflexión dentro de la comunidad judía de la Argentina: trocar este sistema de beneficencia por otro de emancipación. ¿Cree viable esta concepción en la comunidad judía de la Argentina?

También lo pienso en una época en que la crisis es mundial, en que la globalización ha hecho estragos -no solamente por políticas neoliberales extremas- y que ha desubicado y desterrado a millones de personas. En un momento de crisis como este, un planteo así puede ayudar a ubicarse en este nuevo mundo globalizado que requiere empezar de vuelta a vivir como seres que tienen posibilidades de trabajo, de vida y asimilar cultura. Lo peor que puede pasar -y esto es lo que yo veo aquí- es un sentimiento de que, si yo me fundí con mi negocio, o si no tengo más trabajo como profesional, mi vida se acabó.
No, no se acabó la vida. La vida puede empezar, de nuevo en otras partes. Por supuesto que a mí, como sionista, me gustaría que fuera en Israel, y dentro de Israel, en los sectores que considero todavía las reservas humanas y sociales, un potencial que el estatismo aún no ha traicionado. Hay gente que todavía cree en la posibilidad de la equidad, de vivir un judaísmo y un sionismo en paz con los palestinos, que creen todavía en la posibilidad del socialismo judío, y cree que necesita hacerlo con judíos que viven en la diáspora. Y esa posibilidad no hay que negarla. Esta es una de las tareas pendientes de la izquierda sionista aquí en Argentina.