Gran Bretaña:

Terrorismo sin cuartel

Las escenas se repiten trágicamente. Nueva York, Bali, Arabia Saudita, Madrid, por citar sólo algunos de los escenarios en que ha golpeado el terrorismo, comparten la experiencia que este jueves 7 de julio le tocó vivir a Londres. La capital británica, considerada un blanco propicio para atentados del fundamentalismo islámico a más tardar desde la intervención militar en Irak, lamenta decenas de muertos y centenares de heridos, confirmando una vez más que no hay forma de garantizar seguridad absoluta a la ciudadanía.

Por Emilia Rojas Sasse

Al Qaeda y sus satélites

Mientras Estados Unidos, España, Alemania y muchos otros países redoblan sus medidas de resguardo, vuelven a unirse las voces del coro internacional para condenar los atentados y asegurar que el terrorismo será derrotado. Lo que nadie parece saber es cómo. ¿Qué ha sucedido desde que el presidente estadounidense, George W. Bush, le declaró una guerra sin cuartel la misma noche del fatídico 11 de septiembre del 2001? Mucho, en el mapa geoestratégico internacional. Y muy poco en lo que respecta a combatir un fenómeno que puede tener muchos rostros y está en condiciones de golpear a cualquiera como ahora a los británicos.
Al Qaeda sigue siendo un monstruo de siete cabezas, o muchas más, si se toma en cuenta que múltiples grupúsculos buscan refugio ideológico bajo su alero, sin necesidad de pertenecer a una estructura claramente definida. Paul Rogers, experto británico en materia de terrorismo, afirma que ‘Al Qaeda no es un grupo sólido y jerárquico sino, más bien, una red flexible’. En este cuadro cabría inscribir a la organización, hasta ahora desconocida, que se atribuyó los atentados de Londres este jueves. Independientemente de que se confirme la autenticidad de su comunicado, lo cierto es que el potencial de violencia de los sectores extremistas islámicos no se ha reducido. Por el contrario: el sentir anti-estadounidense y el respaldo para Al Qaeda parecen aumentar, en opinión de Rogers.

Batalla equivocada

En este contexto, la guerra contra Irak y sus secuelas no han hecho más que azuzar resentimientos en el mundo musulmán, alimentando el fanatismo de los extremistas. No porque el gobierno de Bush repita hasta el cansancio que el mundo se ha vuelto más seguro con el derrocamiento de Saddam Hussein deja de ser verdad que los vínculos del ex dictador de Bagdad con Al Qaeda eran tan inexistentes como sus armas de exterminio masivo. Irak, asolado actualmente por una guerra de guerrillas, se ha convertido en semillero del extremismo. También el caso de Guantánamo contribuyó a exacerbar odios, como volvió a recordar recientemente un informe de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa, que recomienda cerrar dicho campo de prisioneros y dictamina que lo que allí ocurre está fuera del marco del Derecho.
La guerra contra el terrorismo, que tras los atentados de Londres todos prometen seguir librando con más bríos que nunca, va de tumbo en tumbo. Occidente no ha ganado ninguna batalla efectiva, porque la de Bagdad no fue parte real de esta contienda, al margen de que la violencia no cesa entre el Tigris y el Eufrates. En cambio, parece estar perdiendo terreno en el plano ideológico, decisivo para enfrentar el terrorismo islámico. Y eso es lo más grave de constatar en esta jornada en que el mundo vuelve a verse sacudido por el terror que inundó esta vez a Londres.