A 62 años del Levantamiento del Gueto de Varsovia:

Un grito de dignidad

En abril de 1999, se exhibieron en el Obelisco las fotos tomadas por un soldado nazi, en su día de licencia, del Gueto de Varsovia. Las mismas habían permanecidas ocultas, sin revelar durante más de cincuenta años. Las imágenes tenían una fuerza impresionante. Chicos sentados en las veredas con el hambre traducido en su rostro. Muertos esqueléticos tirados en las calles, víctimas de la inanición y del tifus. Carros que transportaban los restos de lo que habían sido seres humanos. Gigantescas tumbas colectivas en el momento que se descargan los cadáveres. Una nena de edad indefinida, con su rostro cruzado por el miedo y el dolor, teniendo en su falda un hermanito dormido o muerto. El horror y la barbarie nazi en su expresión más descarnada. Fotografiada por el opresor. Ahí en Varsovia. La capital de la Polonia invadida. Donde residía la mayor cantidad de judíos de toda Europa.

Por Hugo Presman

El gueto fue asentado el 16 de octubre de 1940, por lo que se les prohibió a los judíos establecerse fuera de una zona específica delimitada -primero- con alambres de púas, y luego por un muro de tres metros de alto y 18 kilómetros de largo. En el verano de 1941, en un pequeño espacio se hacinaban 500.000 personas. El objetivo era el exterminio por hambre o enfermedad. Pero como el procedimiento era lento para la eficiente maquinaria asesina, comenzaron las deportaciones hacia el campo de concentración de Treblinka.
6.000 personas diarias salen de Umschlag Platz, la estación ferroviaria situada en el propio gueto.
En diez días de agosto, marchan por las calles del terreno cercado, rumbo al tren de la muerte los niños de los jardines de infantes y de los orfelinatos. Al frente, acompañando a sus alumnos, va el celebre pedagogo Janusz Korczak.
Cuando el almanaque marca septiembre de 1942, sólo quedan en la capital polaca unos 36.000 judíos. Más de 260.000 fueron eliminadas en apenas siete semanas. El 20 de abril era el cumpleaños de Adolfo Hitler. El regalo prometido para la ocasión era la muerte de todos los sobrevivientes.
Un grupo de jóvenes, tal vez recordando a ‘La Pasionaria’ de la guerra civil española, que sostenía: “es mejor morir de pie que vivir de rodillas”, deciden armarse para vender cara su vida. Empieza el aprovisionamiento de armas y alimentos sorteando las vallas a través de las cloacas. Todo lo que se consigue es precario. Pero los 220 combatientes conducidos por un joven de 24 años llamado Mordejai Anilevich, estaban acorazados en la desesperación de lo vivido y en la esperanza de clavar una pizca de dignidad en un mundo asolado por la ignominia.
Ordenó que no se cumplieran las exigencias alemanas de salir fuera del gueto, y en el caso que los nazis realizaran un traslado, atacar a los medios de transporte en los cuales se conduciría a los judíos capturados. Previno que nadie se ofreciera voluntariamente a ser conducido a lugares de trabajo dado que el destino eran las cámaras de gas del campo de concentración de Treblinka.
El 19 de abril de 1943 se inicia la ofensiva final contra la heroica resistencia. Una batalla pérdida de antemano, pero que iba a dejar en claro que los judíos tenían el coraje y la decisión de realizar la primera rebelión ciudadana en la Europa ocupada.
La aceitada maquinaria bélica alemana se puso en marcha subestimando a los que habían llevado sin resistencia a los campos de concentración y exterminio que sembraron la vieja geografía con la hipócrita leyenda a su entrada: “el trabajo libera”.
Era el 19 de abril y los judíos del gueto celebraban la Pascua Judía (Pésaj) que recuerda la huida de Egipto escapando de la esclavitud. Ante la imprevista resistencia, los nazis recurrieron a la artillería, los tanques, aviones de bombardeo, ametralladoras y lanzallamas. Se inundaron las alcantarillas y se luchó refugio por refugio.
El 8 de mayo, después de 19 días de batalla, más que la resistencia de países como Bélgica, Yugoslavia o Grecia, los invasores llegaron a la calle Mila 18 donde estaba emplazada la comandancia general de la Resistencia.
Mordejai Anilevich y Ringel Blum, símbolos de la gesta, con los pocos amigos sobrevivientes, se suicidaron ante de entregarse a los asesinos de su pueblo.
Poco antes, Anilevich había escrito: “pude ver la defensa judía del gueto, en toda su gloria y su grandeza“.
El filosofo Michel Foucault ha dicho “El Levantamiento del Ghetto de Varsovia reivindica la dignidad humana. Varsovia siempre tendrá su gueto sublevado y sus cloacas pobladas de insurgentes”.
Paradojas de las miserias humanas. Hubo que descender a esas cloacas para forjar esta historia de coraje, porque la superficie estaba inundada por los detritus de la intolerancia, el racismo, el odio al diferente. En ese escenario, tan parecido al infierno tan temido, 220 seres humanos, honraron a la vida, con las armas en las manos, en nombre de los millones que no pudieron hacerlo, en un estruendoso grito de dignidad.