Cuentos

Hilel Resnitzky.

(…) Gabriel no sabía cómo relacionar las cosas. El odio ideológico le impedía ver la realidad o ¿tal vez la realidad había engendrado la ideología? Sabía, por otras fuentes, acerca de una familia de emigrantes judíos que se habían convertido y transformado en estancieros. No conocía el vuelco ideológico que unía el enriquecimiento y el complot mundial de los judíos en contra de la humanidad toda.

– Alguna vez te voy a llevar a la calle Avellaneda para que veas la vieja casona de los Ezcurra Molinas. Por algún motivo Gabriel pensó en la casa de Flores, donde habían realizado el primer encuentro del grupo.

– Cuando tenía tres años, mi abuelito todavía vivía en esa casa. Aún conservo una foto con traje de marinero en el patio de la casa. Hace dos años mi abuelo se vio obligado a venderla. ¿Y a quién? ¿A los judíooooos?
Arturo prolongó la palabra hasta exprimir el máximo de su rencor.
– Una cooperativa judía compró la casa. Por monedas. Una junta de vendedores de seda son los propietarios de mi señorial casa.
– Si tu abuelo vivía allí, debe haber sido una casa vieja, afirmó Gabriel más que preguntó.
– No es eso lo importante. Es la casa de mi familia. Como todo este país, que está pasando a manos impuras, también la casa de mi familia. Pero no sabés el último capítulo. De vez en cuando, cuando voy para Flores, paso al lado de la casona para embriagarme de recuerdos. Por regla general en sábado o domingo. Hace como medio año vi mucho movimiento en la casa, muchachos y chicas… ¡Rusos! Me hice el estúpido y pregunté qué era. «Un movimiento juvenil judío» me contestó, sin vacilar, uno de los hijos de puta. ¡En la mansión de mi abuelo hay un club judío!
Gabriel entendió que era, ciertamente, la misma casa.
– Un poco más y se adueñarán de toda la Patagonia, así como se adueñaron de mi casa.
Cuando años más tarde se difundió la fábula antisemita de que los judíos pretenden adueñarse de la Cordillera de los Andes y de la Patagonia para crear allí un estado (Andinia), Gabriel se preguntó si Arturo Ezcurra Molinas no elucubró su desvarío en esa misma charla en el café de Pueyrredón y Santa Fe.
– Con tipos como ésos hay un solo camino, el de ellos. La ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Arturo se estaba entusiasmando cada vez más.
– No los voy a dejar vivir tranquilos en la casa de mi abuelo.
Los sentidos de Gabriel Suárez se agudizaron. De su padre, Jorge Suárez, había heredado una especie de sosiego interior, la facultad de contemplar con tranquilidad la turbulencia de la vida como un pescador aliado del río revuelto. Con todo, en el crescendo de Arturo, en la saga familiar mezclada con ideología nacionalista que se complicaba cada vez más, había ahora un elemento amenazador. Gabriel dejó de ser pescador: era una fiera que intentaba ubicar con su oído y olfato el lugar de origen del peligro.
– ¿Qué estás tramando?
– Ya lo verás. Volvamos a tu querido General Perón.
Gabriel recibió el cambio de tema con un cierto alivio. Era mejor volver a las discusiones respecto al presidente depuesto. Gabriel lo veía como líder de masas. Arturo, como enemigo de la Iglesia Católica.
El plan de Arturo tomó cuerpo en el siguiente encuentro, en el mismo café. Esta vez participó en la charla otro compañero, Mariano Mores Peralta. A diferencia de Arturo, que peinaba su bigote para asemejarse al monstruo nazi, Mariano prefería acentuar con su peinado cierto parecido al legendario Carlitos Gardel.
Mariano acompañaba a Gabriel en su simpatía por Perón. El tema salió del orden del día, cuando empezaron a planear el ataque a la casa en la calle Avellaneda. El plan era sencillo: irrumpir en la casa en la noche del sábado al domingo. Hacer destrozos, pero sin dejar rastros, más que un graffiti antisemita.
El sábado siguiente llegaron, en el coche de Anuro, a una esquina próxima al ken, para seguir de cerca las actividades de los chicos judíos. Tomaron nota de la hora en que el último de los muchachos dejó el lugar. Fijaron la hora cero para el próximo sábado en las dos y media de la madrugada.
Con ese conocimiento en su poder llegó Gabriel a Juan -¿o tal vez a Pablo?- y a través de él a Akiba. Se resolvió organizarles un comité de recepción. Alguno de los muchachos tenía un revólver. Akiba prohibió el uso de armas de fuego y de cuchillos.
– Mejor que schirat hamakhela es schir hamakel, lo cual significa: mejor que el canto del coro será la canción de los palos-. Tuvo que explicar el juego de palabras.
El sábado a media noche se reunieron diez de los muchachos mayores en la panadería frente al ken, un lugar que se especializaba en pan árabe, como llamaban a las pitas, en sambusek y otro tipo de facturas orientales. El dueño era un judío damasquino creyente, observante del sábado. Pero su hijo, Abraham Nehmad, lo convenció de que los deje reunirse, a condición de que no profanen el sábado en su casa. Los muchachos se reunieron en la habitación trasera para esperar los próximos acontecimientos.
A las dos y veinte de la madrugada llegaron los tres jovencitos a la casa de la calle Avellaneda. En el frente, un tapial pequeño, de unos cincuenta centímetros, sostenía una verja de hierro. La puerta de entrada también era de hierro. De acuerdo a lo planeado, bajaron del auto unos tarros de pintura y pinceles para escribir consignas antisemitas y palos para ocasionar los destrozos planeados.
La oscuridad era casi absoluta.
Gabriel entrelazó sus manos, creando así una especie de peldaño para posibilitar a Arturo y Mariano el cruce de la verja. En ese momento salieron los muchachos de la panadería de enfrente. Ejemplares de Mundo Israelita llenos de monedas pesadas se habían transformado en sus manos en una suerte de garrotes. Salieron todos, con los diarios, con palos en las manos, hacia los forajidos que estaban asaltando la casa. La sorpresa fue completa. Arturo fue el primero en recuperarse (era cadete en la escuela de oficiales). Desde la altura de su posición sacó el revólver. Abraham Nehmad, recién egresado de un curso de defensa personal, lo bajó con un golpe de palo. Gabriel no hizo ninguna demostración de valor: con todas sus fuerzas corrió hacia el este, de acuerdo a lo convenido, hasta llegar a la calle Nazca. Arturo y Mariano se quedaron solos y recibieron una tunda, tratando infructuosamente de hacerles frente.
Las instrucciones de Akiba eran precisas: solamente amedrentar. Luego de unos minutos los muchachos del grupo tomaron la pintura y la volcaron sobre el coche de Arturo.
– No vuelvan. Si vuelven, tenemos más de lo mismo, fueron las palabras de despedida de Abraham Nehmad.
El grupo de autodefensa salió corriendo, de acuerdo a lo convenido, en dirección a la calle Argerich donde previamente habían estacionado los coches.
Apaleados y doloridos Anuro y Mariano volvían en un coche que había sido pintado en una forma original.
Pasaron al lado del café de Nazca donde Gabriel había buscado refugio y lo vieron a través de la ventana.
– Subámoslo al coche, propuso Mariano. Los judíos todavía lo pueden descubrir.
– ¿Cómo lo van a descubrir? ¿No te fijaste que se fueron para el oeste? ¿O pensás que van a dar una vuelta de triunfo por el barrio? Y aparte, ¡qué reviente! ¿Qué? ¿Es una mujercita? ¿No puede recibir unos golpes? ¿Dónde tiene los huevos? ¿Están de vacaciones?
Mientras hablaba, el ruido del acelerador hizo que a sus palabras se las llevara el viento, lejos del café. Después se dirigió al norte, a sus casas en el barrio Belgrano.
Gabriel se escapó de ellos. Con Arturo no había problemas porque él mismo había resuelto cortar relaciones con quien se había revelado como indigno de la revolución nacional. En cambio Mariano intentaba renovar el contacto y a Gabriel le resultaba difícil encontrar nuevos pretextos.
Para Eretz, el grupo de autodefensa, el suceso fue un vuelco. No era un juego de niños sino una acción, una acción efectiva. Akiba los reunió para sacar conclusiones. Los dejó hablar. Abraham Nehmad repasó el planeamiento y la ejecución
– Estuvo bien. Pero tuvimos suerte. Llegaron solos y no pidieron refuerzos… Naturalmente sabíamos de sus planes. En un caso futuro prepararía otra patrulla, en otra casa o en la misma, que esté alerta e intervenga en caso que sea necesario.
Pablo estaba entusiasmado:
– Les demostramos que no conocen a los judíos.
Eduardo prefirió referirse al trasfondo social:
– Fíjense en los nombres: Arturo Ezcurra Molinas, Mariano Mores Peralta. Dos apellidos. La aristocracia vacuna, la oligarquía nacionalista. No por casualidad son tan antisemitas como antiperonistas. Están dispuestos a usar la violencia y sólo conocen el idioma de la fuerza.
Gabriel hizo sus reservas.
– No son lo mismo, aunque ambos tengan doble apellido, El hecho es que Mariano es peronista y los dos le discutimos a Arturo todo el tiempo. Tampoco sé si quería realmente hacer algo, o lo arrastraron. No escuché de su boca ninguna observación personal de corte antisemita. Nunca agregó insultos a los nombres judíos.
Akiba resolvió aprovechar el éxito. No hizo falta mucho esfuerzo para convencer a Pablo, Eduardo, Cacho y Gabriel -el comité ejecutivo de Eretz- de que ese mismo año deberían cursar el primer seminario de invierno del grupo. Cacho se encargó de conseguir el lugar y Gabriel de inscribir a los chicos. Akiba y Pablo se ocuparon del programa. Akiba reclutó instructores de su movimiento. Querían aprovechar las vacaciones de invierno del secundario.
Cacho buscó un lugar adecuado, y la elección resultó ser bastante divertida. Llegó con Gabriel, Pablo y Akiba a un recreo en el Delta del Paraná. En días normales, el recreo servía de casa de citas. Parejas ocasionales solían acudir, principalmente el fin de semana, para disfrutar del sosiego, el paisaje y principalmente de la discreción. El cielo raso bajo y los escasos muebles daban un mudo pero elocuente testimonio de las funciones habituales del lugar. El dueño de casa se alegró con esta oportunidad que le llegaba en la estación muerta y estuvo dispuesto a dar vacaciones a sus empleados. Pablo se mostró conforme aún antes de cerrar el trato.
– Nosotros nos vamos a ocupar de todo. Y dejaremos cada cosa en su lugar. En la resolución de tomar a su cargo todos los trabajos, había una intención de mantener el secreto y, por otra parte, educar.
– Los educandos harán todo. Desde la limpieza de las habitaciones hasta la cocina del arroz. ¿No es cierto padre?
Cacho, Pablo y Gabriel se cuidaban de dirigirse a Akiba en esa forma. También ese día Akiba vestía un ropaje que se adecuaba al título: un traje azul oscuro, camisa blanca con cuello abierto sobre un pulóver cerrado. Algo parecido a un cura protestante o a un jesuita. Tenía una calvicie en el occipucio, como la de los curas. Quienes sabían de su identidad judaica la veían como un hecho. Pero a quienes lo miraban sin munirse previamente del conocimiento, la identificación era difícil: ojos verdes, cejas espesas que se juntaban, cabello negro y lacio, nariz recta. Si se hubiera presentado con un apellido vasco -como Aramburu- habrían aceptado ese linaje. En su cédula de identidad estaba escrito Fremd. José Akiba Fremd. De modo que no tenía otro remedio que presentarse como Fremd, aunque intercalando vocales en algo que sonaba casi como Fernández. Habría sido necesario un conocimiento intenso de la vida comunitaria para saber que en las instituciones judías militaba un tal Nahum Fremd, hermano de Akiba. El contrato de alquiler del recreo «La Chiquita» fue firmado por José A. Fremd y Gabriel Suárez (¿hemos ya mencionado su piel aceitunada?).
El seminario de invierno tuvo un éxito impresionante. Los muchachos aprendieron de todo. Akiba se permitió recordar lo que aprendió en el ejercito. Los muchachos se tiraron en el Omega, caminaron por las cuerdas y debajo de ellas. Cuando el tiempo no les permitía ejercitarse se reunían en el comedor para escuchar disertaciones. Akiba sabía mucho y estaba dispuesto a compartirlo. De vez en cuando aparecía Ionatan y cambiaba un poco el elenco. También los muchachos disertaron: Cacho, Pablo, Abraham Nehmad, Gabriel. Camino a la Argentina, Akiba había comprado una Kodak Retinete, y la aprovechaba para documentar cada evento. Actividades generales y fotos personales: Pablo levantando un palo en la lección de Kapap, una suerte de lucha cuerpo a cuerpo con palos, Cacho caminando por la soga, Gabriel bajando en el Omega y Diana, una belleza rubia protegiéndose la cabeza con un palo ante el ataque de Eduardo.
De cuando en cuando la lancha que prestaba servicio entre las islas del Tigre se detenía y alguna persona bajaba preguntando por la posibilidad de alquilar alguna pieza, y para cuándo. Cacho o algún otro le explicaba que por ahora eso era imposible porque estaban realizando un seminario bíblico, hecho parcialmente cierto ya que Ionatan disertaba sobre la Biblia. El cliente, desengañado, regresaba en la siguiente lancha.
Por la noche cantaban canciones de Eretz Israel. Claro que ‘Af al pi jen’, que se había transformado en una especie de himno, pero también la canción del ‘Palmaj’. Akiba intentaba enseñar las palabras exactas pero no siempre lo lograba. Los muchachos cantaban también el folklore argentino, identificándose con su tierra natal, en una simbiosis que los acompañaría hasta después de su aliá: «Nació esta zamba en la tarde»… Akiba intentó traducir la canción al hebreo: ‘Nolad hazner baerev samuj lschat haschkia, kaasher baja haiareaj…’ No todo era solamente folklore, también había canciones con intenso contenido social: la inocente canción del arriero que conduce el ganado pero «las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas». Y luego «No sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa, yo y tú, tú y yo». La voz de Eduardo era agradable y dulce y entonaba con gusto las tonadas revolucionarias, cuyas letras conocía muy bien.
Akiba los acompañaba en todas las canciones. Las de Israel y las de la patria actual. Las canciones de la revolución nacional judía y las de la revolución social. No veía ninguna contradicción. El y muchos de los nacidos en Argentina eran judíos y sionistas, vinculados a ese país que les había dado asilo nocturno en tiempos lúgubres.
Era un seminario mixto. Aunque tenía carácter de adiestramiento, asistieron muchas chicas, algunas bastante lindas. De modo que el tema de la revolución sionista no era el único tema. Muchas parejas nacieron entre el Omega y la canción del Palmaj. Algunas duraderas.
Con todo y en forma un cierto misteriosa, sin haber pronunciado una sola palabra de algún discurso evangelizador, los muchachos se convirtieron en sionistas y empezaron a hablar de aliá. (…)

El final

De ‘Puentes de Papel’, por Hilel Resnitzky.

Hace años que sirve en la unidad de conferencistas del ejército. Sí, con todo, hay en alguna unidad militar un oficial de educación que intenta programar una charla entre las películas y los espectáculos, hay una lista de conferencistas, entre ellos muchos famosos, de entre los cuales puede sacar un conejo con conocimientos y audacia intelectual.
Cuando consiguió el doctorado con su tesis: «Las ‘gacelas’: la belleza de Ismael en las tiendas de Iaacov» pidió ser trasladado de su unidad de reserva -morteros pesados- a la de los conferencistas. Le concedieron el pedido porque su edad lo acercaba al momento en que, de todas formas, debería abandonar la unidad de paracaidistas. Desde entonces, sirve allí en los períodos de asueto universitario. Y disfruta. Tiene una serie de conferencias, en variedad de temas y con niveles aceptables.
En las disertaciones universitarias hay posibilidades de evaluar la aceptación. Están las encuestas entre los alumnos -algo así como un concurso de belleza doctoral- en las cuales llega a un meritorio puesto, un poco más abajo que el promedio. ¿A quién le puede interesar «La prosodia de la poesía hebrea en la época del Iluminismo»? ¿Quién, genuinamente, deseada profundizar en «La teoría de los ornamentos poéticos de Mosche Ibn Ezra»? Algún criterio respecto del éxito son las pruebas. Un examen atento de las mismas le demuestra que, por lo menos, para una parte de sus alumnos no fue un sueño. Sus enunciados -que trató de hacer claros y precisos- le vuelven con exactitud, casi sin mutilaciones. Espera que aprendan la poesía hebraica española con ojos un poco más atentos a su belleza.
En el ejército las cosas son menos claras. Pero los oficiales de educación lo alientan:
– Considerando el público ante el cual expone, tiene bastante éxito.
Se ocupaba de lo que podría llamarse ‘Hamlet para las masas’ o, mejor aún, ‘Agnon para los pobres de espíritu’. Porque el acento está en la literatura hebrea. Desde su adolescencia, cultiva el entusiasmo por la lectura en voz alta de dramas clásicos. Lo hace casi con destreza profesional.
La literatura es el plato fuerte, pero tiene también aperitivos -la última hoja del diario- y postres. Por ejemplo, ‘Los mensajes eróticos actuales de la poesía hebrea en España’.
Como dijimos, los oficiales de educación siempre lo alientan.
Hoy llegó a la charla un poco abatido. Los soldados delante de él le parecían filas de segura estolidez. A éstos ni siquiera ‘La casada infiel’ de García Lorca los sacaría de su indiferencia manifiesta. La sinestesia encantadora de «Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos» no lograría traspasar con su belleza la grosería embebida en grasa.
Por regla general, intenta encontrar en el público un par de ojos a quien dirigirse. Un soldado despierto, una muchacha fresca. Mantener un vínculo a través de los ojos. Esta vez -por obra del Diablo- no encuentra ni un rostro ni unos ojos como ésos; en cambio, enfrente está sentado este soldado que es la encarnación de la estupidez: cara redonda (¿es la redondez de la cara, desde el punto de vista científico, un síntoma innegable de estupidez?). Ojos pardos. Pero lo que determina es la expresión, la mirada. La expresión «mirada de gofio» le resulta adecuada. La sonrisa, la sonrisa satisfecha y segura de sí misma. Sonrisa de galleta. ¿De dónde les viene a los campeones de la superficialidad esa seguridad que los transforma en normas, en jalones, en súper modelos?
La charla se desenvuelve sobre charcos de incomprensión. Hay quienes ignoran que en España hubo una guerra civil.
En forma desacostumbrada, mira y vuelve a mirar su reloj pulsera. Aparece un sargento. Debe ser uno de los del equipo del sargento mayor. Una suposición que le resulta adecuada porque el sargento revisa a los asistentes como quien busca candidatos para el blanqueado de árboles. El sargento, como para justificarse, afirma:
– ¿Qué tal, muchachos? ¿No es cierto que el tema es de lo más interesante? El cara de galleta lo apoya con entusiasmo.
– La charla sobre hierbas medicinales fue muuuuucho más interesante.
Un rumor de aprobación se levanta entre las filas.
Sale de la sala de conferencias, preparando in mente la carta en la cual pedirá ser trasladado a la defensa regional. Al lado del cercado de seguridad no estará exento de peligros. Siente la estupidez que lo rodea. ¿Puede acaso sumergirse una nación entera?

Hilel Aviv fue el nombre con el que Julio Resnizky registró a su cuarto hijo. Hilel Resnizky vivió su primera infancia en Galarza, Entre Ríos, luego su familia se trasladó a Santa Fe, y en 1946 a la Capital federal.
Hizó aliá en 1956 y se integró al kibutz Neot Mordejai donde reside hasta la actualidad y donde fue coordinador general en dos oportunidades.
Su primer libro de relatos fue: Peregrinación entre patrias.