Belindia:

Dos países en uno

No es necesario que lo diga el INDEC. Conviviendo en el inclemente territorio de la realidad, coexisten por lo menos dos países. Aunque la Capital Federal es el lugar de mayor ingreso per cápita del país, tienden a crearse ghettos que exteriorizan la separación social (zonas residenciales, barrios cerrados, villas, casas ocupadas, barrio norte, el sur de la Capital) hay zonas donde el encuentro de los dos mundos se torna inevitable. Los espacios públicos, las esquinas de las ciudades, donde los limpiavidrios y artistas improvisados se acercan a las ventanillas de los automóviles, los subtes con chicos y grandes pidiendo unas monedas, son puntos de encuentro forzoso de los incluidos y los excluidos. Ahí, en la geografía urbana están resumidos treinta años de historia argentina. Cartoneros, gente revolviendo las bolsas de basura, niños drogados, seres humanos comiendo de la basura, constituyen un ingreso a un infierno que Dante no imaginó. Conviven con los autos impactantes, los shopping, los celulares, los negocios deslumbrantes, los hoteles cinco estrellas, los restaurantes magníficos.

Por Hugo Presman

Bélgica: la Argentina del primer mundo

Caminar en un día primaveral por la Recoleta, Puerto Madero, Palermo Viejo en sus diferentes denominaciones permite trasladarse al mentado Primer Mundo. Cafés repletos, restaurantes con gente haciendo cola para ingresar, donde el costo per capita no baja de cuarenta pesos. Gente preocupada por las próximas vacaciones a lugares distantes, divagando distraídamente por el cambio de su vehículo o por la compra de una vivienda mejor ubicada y de más metros cuadrados.
Las mesitas en la calle. El sol tostando pieles bronceadas. Una fiesta de consumo. Aquí la crisis del 2001 ha quedado lejos. La década del noventa tiene una remake cuando el almanaque avanza hacia el segundo lustro de la primera década del siglo XXI. El paisaje urbano de estos lugares privilegiados es bello y atractivo. No hay el menor indicio de un país en crisis, declarado en default. Incluso los numerosos puestos que pululan en la vereda del paredón del cementerio, como alguno de salames y quesos tienen la pulcritud acorde con la elegancia del lugar.
Ésta Argentina carece de pobres. Está recorrida por miles y miles de turistas.
La indigencia no se conoce. Incluso el desgaste de las prácticas piqueteras y su aletargamiento ha desalojado de las conversaciones y las preocupaciones cotidianas el corte de calles. Está todo bien, como en forma de pregunta se saludan los conocidos, tal vez una de las contribuciones más sólidas del MERCOSUR al lenguaje común.
En los alrededores del cementerio más conocido internacionalmente, aparece algún chico solicitando una moneda. Es un rasgo pintoresco como le decía la señora gorda a Mafalda.
En Puerto Madero se venden en una semana edificios de departamentos de súper lujo. El metro cuadrado está en tres mil dólares.
Los vuelos a Punta del Este están saturados.
El corralito es un desagradable recuerdo que sólo tiene una versión teatral interpretada dramáticamente por el humorista Nito Artaza.
Incluso el promocionado tema de la inseguridad ha disminuido en la realidad y fundamentalmente se aquietaron los decibeles mediáticos.
El presidente merece desconfianza por sus discursos inflamados, sus desplantes, su vestimenta inadecuada, pero el poder lo ha convertido en muy razonable al momento de bajar a la práctica “las patéticas miserabilidades”.
En estos territorios se desconfía del santacruceño y se lo tolera como a alguien en observación permanente. Pero cuando se pasa a los hechos profundos, las distancias se acortan. Pero no lo consideran “uno de los suyos”.
La década del noventa tenía una sincronía manifiesta entre el gobierno y la geografía primer mundista. Eso si que eran días dorados. Y en el horizonte se vislumbraba el primer mundo real y pocos por acá percibían que aplicando las recetas a las que siempre han adherido el futuro llegaría trayendo la peor crisis de la historia argentina.
Transitan o viven en estos lugares atractivos los dueños de la copa, la que no rebalsa ni se derrama hacía las zonas de la exclusión.
La realidad y el INDEC conjugan por aquí el verbo crecer. En estos lugares la macroeconomía y la vida cotidiana manifiestan una perfecta armonía. No hay contradicciones que cuestionen los índices alentadores. Son los argentinos que sobrevivieron de los temores del naufragio y hoy celebran y festejan. Los que fueron arrojados como lastre es mejor no verlos y si fuera posible ocultarlos.
El día es espléndido, el sol alumbra los escenarios hermosos y resalta los rostros bronceados. El primer mundo existe en la Argentina devastada. Pero tiene una capacidad limitada. Es para pocos. Y la admisión es selectiva.
Las franjas de clase media salvadas del naufragio quieren olvidar las pesadillas vividas. Y no ver a los que nadan desesesperados en las aguas tumultuosas de la exclusión.

India: la Argentina mayoritaria

Ningún ensayo económico, sociológico o político puede describir como en apenas tres décadas, más de la mitad de la Argentina se derrumbó, como se produjo el fenómeno que la vida, con trabajo y estabilidad, se convirtió en desocupación y exclusión. La pobreza en indigencia. El rostro del hambre en los cuerpos esquelético de los chicos. Pueblos abandonados. Regiones desoladas. Industrias abandonadas. Rieles levantados. Familias desintegradas. Chicos consumidos por las drogas y la falta de alimentos.
Los índices optimistas de crecimiento del INDEC no sincronizan con las observaciones visuales. El superávit fiscal esta atesorado muy lejos de acá. Las crecientes reservas tienen en estos parajes, la realidad de las presencias extraterrestres.
A los que tienen sueldos, sus ingresos no les cubren la canasta familiar. Los que están desocupados deben sobrevivir con planes de cincuenta dólares.
El mercado los excluye como ciudadanos al no considerarlo consumidores. La vida les pide un certificado de sobrevivencia diaria. Las enfermedades los sitian y los hospitales están tan lejos como las monedas para acceder al colectivo o al tren.
En la Argentina, dice el periodista y escritor Daniel Muchnik -en Clarín del 29-11-2004-: “hay nueve millones de niños y jóvenes que viven en hogares pobres. Esto significa casi el 60% de los quince millones de menores de 22 años de todo el país son pobres. En el norte del país… la pobreza infantil y juvenil supera el 70%. De esos nueve millones, más de tres millones y medio son indigentes… Los datos oficiales confirman que los pobres no fueron pobres siempre. …la mitad de los carenciados pertenecen a familias de clase media que la cadena de crisis y zozobras económicas arrinconaron en el desamparo… Se debe tener en cuenta que en los niños pobres su promedio de escolarización es cuatro años por debajo del de sus pares de situación económica superior y la repetición en el primario es cuatro veces mayor”.

Dilema existencial

¿Se pueden volver a incorporar los argentinos de la India a Bélgica? ¿Es viable económicamente ese mercado pequeño de la Argentina belga? ¿Han quedado definitivamente atrás las consignas coreadas en las calles durante la crisis: “Bélgica, La India, la lucha es una sola”? ¿Es posible salvar al Titanic, arrojando los pasajeros de tercera clase al mar?
A los argentinos belgas ¿Les importa en algo el futuro de los argentinos indios?
La respuesta no es existencial sino política. Sin una firme capacitación de los argentinos indios, mediante políticas de estado que conviertan el rescate en una prioridad, los argentinos indios estarán más cerca de Asia y África que de Bélgica.
El político uruguayo del Frente Amplio, Eleuterio Fernández Huidobro describe con precisión esta situación refiriéndose a su país: “Por eso callan que la mayoría de todos sus policías, soldados, empleados públicos y privados, sus limpiadoras, su “ personal doméstico”, el mozo que los atiende en el bar o en el restaurante caro, viven en las villas. Por eso mismo son marginales…Ya construyeron el crimen de la injusticia. Ahora solo quieren lavarse las manos. Quienes crearon el problema, acusan a la víctima para salvarse. A la víctima de ellos. Esos “marginales” viven donde viven por los sueldos que les pagan los mismos que se rasgan las vestiduras y los acusan. Y les pagan lo que les pagan para seguir ellos ganando lo que ganan. …Hacerse el ignorante y no ver esa realidad es muy tramposo… Debemos reconocer, además, que la hipocresía no es de izquierda ni de derecha ni de centro. Hay estúpidos, giles e hipócritas en todos lados. Nadie tiene el monopolio”.
El Titanic no tiene navegabilidad sin subir a cubierta a los arrojados al mar y a los tiburones. Y es prudente e imprescindible evitar seguir chocando una y otra vez contra el iceberg de la deuda.

Humor negro irlandés

Permaneciendo intacto el sistema de distribución de los noventa, nunca se acortarán las distancias entre Bélgica y la India. Los argentinos que habitan el país bajo, vuelven lentamente y perdiendo gradualmente los pudores a la algarabía de la década del noventa. Algunos de ellos pueden albergar en su indiferencia, lo que el autor irlandés Jonathan Swift, el autor de “Los viajes de Gulliver”, imaginó irónicamente para terminar con la pobreza. Su relato tiene el efecto corrosivo de llevar una situación al absurdo. Que es la forma de desarmar argumentos grotescos que se emiten y circulan como la exteriorización de cierto sentido común. Parecido al de Bush que pretende terminar con los incendios forestales, talando los árboles. O tantos otros que derrotan a la pobreza eliminando a los pobres. O el taxista que proclama: “Hay que matarlos a todos”.
Como en las películas, se alerta a los lectores que el relato contiene escenas de horror irónico explícito.
El proyecto se llama “una modesta proposición para prevenir que los niños pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país y para hacerlos útiles al público”. Está fechado en Dublín 1729, y dice: “Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres o cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.
Creo que todos los partidos están de acuerdo en que éste número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas, o los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto el agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.
Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados; es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan pocos capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduramente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.
Hay además otra ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios… Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido, y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción… De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, al fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno. He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.
En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar cerdos.
Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto, con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce, ya que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de estos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos.
… Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta el punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros… No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo”.

Belindia: dos países en uno.

Hacer compatible en la vida cotidiana, Bélgica con la India, es un propósito condenado al fracaso. Eso no significa que no pueda perpetuarse la existencia de dos países en uno. De hecho esto sucede en la mayor parte del planeta.
Lo que resulta imprescindible es no acostumbrarse a esa situación. Considerarla natural e inmodificable. Como de alguna manera empieza a entronizarse entre los ganadores. La vida diaria estará en esa hipótesis, condenada irremediablemente a padecer las consecuencias que engendra la desigualdad insultante. La fragmentación actual se consolidará y acentuará.
En política se puede, teóricamente, hacer cualquier cosa. Lo que no puede evitarse nunca, son las consecuencias. Como la historia no tiene mano única ni un destino predeterminado, la relación de fuerzas configurará el mañana. Y como dice Samuel Godwin: “No es recomendable hacer profecías y menos sobre el futuro”.