Jaques Attali:

El dinero y los judíos

El título con el que Jacques Attalí, ex asesor de Francois Mitterand, ha publicado su reciente libro, ‘Los Judíos, el Mundo y el Dinero’. Lo menos que podemos decir, es que sugiere connotaciones por demás “espinosas”. Lo delicado de la cuestión no ha escapado al propio autor que señala que la relación de los judíos con el dinero es una cuestión que "ha desencadenado tantas polémicas, acarreado tantas matanzas, que se ha convertido en una especie de tabú... al que no se puede mencionar bajo pretexto alguno... sobre el que nadie se atreve a escribir... a riesgo de ser fuente de malentendidos”. Veamos aquí algunas reflexiones de Enrique Dunayevich, autor reciente de “Los judíos en la trama de los Imperios Antiguos”, editado por Ediciones Catálogos.

Por Enrique Dunayevich

Prevenidos sobre el particular, cabría preguntarse de qué manera Attalí encara el tema, cuáles son sus fuentes y en qué medida se acerca (o se aleja) de la posición tradicionalista, para la cual los judíos en Palestina y en la Diáspora estuvieron siempre ligados a la tierra, (a través de la agricultura o de otros trabajos rurales), y que sólo en tiempos más cercanos, cuando se les prohibió tener tierras, se habrían dedicado a actividades mercantiles y al “comercio del dinero”.
La respuesta no tardará en llegar “El mejor hilo conductor para emprender este viaje cronológico y la primera de las guías es…..la propia Biblia”, escribe J. Attali.
Con ese apoyo, inicia su relato remontando a los lejanos tiempos de Abraham (siglo XXI-XX a.C.). Sintetiza una serie de situaciones a partir del padre de Abraham (rico criador de ganado), que continúan con Abraham “rico en rebaños, plata y oro” y con Sara, su mujer, “a quien llega a hacer pasar por su hermana (para poder recibir regalos de quienes quisieran desposarla), con Isaac y Jacob (“y su necesidad de enriquecerse”), con la compra del mayorazgo de Jacob a Essau, donde “todo se monetiza, hasta por un plato de lentejas”.
Después de este comienzo, podríamos seguir adelante con las enumeraciones y los comentarios que Attalí se encarga de “desencantarnos”, pues nos llevarían igualmente a acontecimientos “trágicos, gloriosos o miserables de poder y de dinero” (el subrayado es nuestro).

El origen

En vano buscaríamos en el texto alguna explicación para tales situaciones. No podríamos menos que pensar que la conexión de los judíos con el dinero es ancestral, casi genética, y que está tratando “de echar más leña al fuego del antisemitismo”.
No se trata, de cuestionar la validez de las citaciones o narraciones de la Biblia. Tampoco nos vamos a poner del lado de las escuelas tradicionalistas que responden a las incuestionables conexiones de los judíos con el comercio, con la negación absoluta de esa relación, pregonando la “eterna” vinculación de los judíos con la agricultura.
La relación de los israelitas con el comercio no nace en coyunturas bíblico-ancestrales ni, por supuesto, por cuestiones genéticas; se dio en virtud de cuestiones geográficas e históricas, remontando a la probable época de su formación como etnia (siglos XII y XI a.C.). Cuando los israelitas se instalaron en la franja occidental de la Media Luna Fértil, encontraron que en la región se efectuaba, desde tiempos muy lejanos, un importante intercambio de productos entre los dos más antiguos centros de civilización del Cercano Oriente: Egipto y Asiria.
El país estaba ocupado por los cananeos y los fenicios, que habían devenido comerciantes de tierra los primeros, y marítimos los segundos.
Dominadores de los cananeos, los judeo-israelitas asimilaron pronto la actividad comercial de sus predecesores. Una actividad que Israel desarrolló potenciada por la alianza con Etbaal, rey de Tiro, (la ”conexión fenicia”), deviniendo así su eslabón de tierra. Una actividad que, a partir de fines del siglo VIII a.C., Judá, heredero de Israel, retomó en calidad de vasallo del Neo Imperio Asirio.
También en relación con la formación de la etnia judeo-israelita, Attalí da algunos pasos equivocados. En su intento de apartarse de nuevo de algunas afirmaciones tradicionalistas, se refiere a los apirus (habirus), como uno de los grupos constitutivos de la etnia judeo-israelita. Compartimos esa posibilidad. Pero los habiru no eran mercaderes caravaneros, criadores de asnos (una vez más, “comerciantes” en el origen), como Attalí pretende, tampoco, hasta lo que se sabe, descendientes de Noé, pertenecían a la tribu de Eber (Heber).
No eran mercaderes sino grupos marginales, frecuentemente considerados como desarraigados y antisociales, surgidos con la Crisis del Bronce Tardío. Los grupos de “excluidos” que habrían rodeado a David, según la mención bíblica, bien pueden estar relacionados con la existencia de esos grupos marginales.

La diáspora

A partir de estas aclaraciones, podemos seguir, rápidamente el camino de los judeo-israelitas que Attalí, cuando se aparta de los esquemas tradicionalistas, nos propone. Para él (y en eso compartimos sus afirmaciones) las destrucciones del Primer Templo o del Segundo, no fueron las causas fundamentales de la Diáspora. La dispersión comenzó mucho antes. En tiempos de Ahab de Judá (872-852 a.C.) “gran cantidad de hebreos deja la región para ir a países como Babilonia, Egipto, Creta o Chipre”.
Attali cita a Isaías (752 a.C.). Con la llegada del helenismo la dispersión se incrementó. Antes de la caída de Jerusalem, más de las tres cuartas partes de los judíos ya no habitaban Palestina.
Si el comercio (como consecuencia de situaciones histórico-geográficas) fue tan determinante en la mecánica de la Diáspora, ahora sí podemos pensar que es lógico que la relación aparezca en los textos religiosos (como tal, o expresado a través del dinero).

Las normas

W. Sombart, transcribe fragmentos del Talmud y de otros libros religiosos judíos que reflejan el espíritu comercial alrededor del cual se movían las comunidades judías de la Diáspora.
Jacques Attalí se explaya mucho y extensamente sobre el tema. Hay un grupo de leyes de la Biblia y del Talmud que Attalí selecciona. Constituyen un verdadero código civil y penal; son reglas directamente relacionadas con el comercio y con el préstamo. Normas relativas a la administración del patrimonio, al llamado “precio justo” (típico de las economías naturales), otras que limitan los beneficios, que establecen la inmoralidad de falsear los pesos de la balanza o que se refieren al préstamo. Este grupo evidencia, sin lugar a duda, la estrecha vinculación del pueblo judío con el comercio (y si se quiere, a través del mismo, con el dinero).

Hasta la pimienta de la India

Hay otra situación histórica que Attalí describe, en una forma bastante incompleta y contradictoria; situación sobre la cual, además, tampoco da explicaciones. Se refiere a que, a fines del I Milenio d.C. los judíos “no son ricos, ni banqueros, ni consejeros; son casi todos pobres, campesinos y artesanos; algunos son prestamistas obligados (¿obligados?) y pocos son financieros”. A partir de cierto momento (aparentemente no se sabría porqué), “los mercaderes judíos ocupan una porción nada desdeñable entre Oriente y Occidente con sus caravanas y sus naves que llegan hasta la pimienta de la India y la seda de China… son los maestros de la rutas de la lejana Asia y África; forman una red que va a abastecer las ferias de Nuremberg, Maguncia y Troya por los puertos de Venecia, Ravena y Amalfi.»
“Sin embargo, a partir del siglo XI, el mundo está cambiando y va a cambiar. El mundo que tolera a los judíos declina y se despierta el que los odia.”
En el siglo XII, es “la avalancha”. Se crean “nuevas ciudades mercantiles en Inglaterra y Flandes”; “los mercaderes cristianos se agrupan, financian sus propias empresas e instalan a los suyos en cada puerto de paso». Los mercaderes judíos “pierden muchos de sus mercados en Europa” y se “quedan con los menos rentables».

El judío prestamista

Paralelamente se va a producir otro fenómeno, que Attalí también describe pero que tampoco explica: “los judíos se harán prestamistas por fuerza antes era por obligación”. Entre el 1000 y 1260, “se moldea la nueva imagen del judío; el usurero parásito”.
La profusión de situaciones de judíos prestamistas a las que Attalí se refiere es impresionante. Esa actividad despierta la codicia en la imaginativa creatividad de los reyes y señores: la de participar de los ingresos de los prestamistas imponiéndoles tasas o impuestos de toda índole.
Los reyes y señores devienen los “protectores” de los judíos. A partir de ahí, se establece el comercio más vil y despreciable: la compra, la posesión, el préstamo de judíos como bienes; la transferencia de “estos judíos”. Los derechos o reclamos de posesión por parte de reyes y señores de “sus” judíos (“mis judíos”).
Este es el relato “tout court” de Attali. Un relato que, evidentemente, nos dejará insatisfechos en cuanto no da elementos para entender cómo se produjo ese fenómeno, ese cambio.
¿Cómo, de una Europa con judíos “casi todos pobres, campesinos y artesanos”, pasamos a los mercaderes intercontinentales proveedores de los mercados, mercaderes que a su vez terminaron en bancarrota y que, finalmente, se transformaron en prestamistas obligados, vendidos, maltratados y humillados?

A fines del siglo X y a comienzos del XI, Europa entró en un proceso de modificación de las formas de producción y de cambio: la revolución mercantil. En las economías naturales de producción de bienes de uso, que de alguna manera habían regido el Mundo Antiguo, los judíos tenían actividades en un amplio abanico de la escala social (la agricultura, la artesanía, el pequeño y el gran comercio). La enumeración-descripción de que “eran casi todos pobres, campesinos y artesanos; algunos prestamistas obligados y pocos financieros”, es engañosa. Es posible que hubiera una mayoría de pobres, contra una minoría de comerciantes medianos y ricos. Pero estos últimos tuvieron una actividad que les confirió, en la Alta Edad Media, un rol importante y destacado: eran proveedores de los reyes y de los grandes señores. Eran importadores de bienes suntuarios. Por otra parte, en ese tipo de sociedades donde la circulación monetaria era restringida, el préstamo y la actividad financiera, eran actividades complementarias de la comercial (no, actividades “obligadas”).
Con el mercantilismo se pasó a la generalización de la producción de bienes de cambio. Los productores empezaron a producir para el mercado. El gran desarrollo de las industrias manufactureras dio lugar al nacimiento de la burguesía. Se empezó a producir para vender; el comercio entró a formar parte del proceso de producción y la burguesía comercial se integró a la industrial.
Los judíos habían sido agentes comerciales de las economías naturales; en tanto ajenos a la producción, eran al mismo tiempo extranjeros en la sociedad y en consecuencia aislados y encerrados en ellos mismos.
Se habían desenvuelto dentro de un sistema económico donde fueron útiles y necesarios y, por lo tanto, tolerados. Con la generalización de la producción de bienes de cambio, la burguesía (cristiana) tomó el mercado en sus manos. Los judíos dejaron de ser útiles y necesarios; comenzaron a ser marginados del mercado y de la sociedad. Quedaron cada vez más acantonados en la institución del préstamo con todas sus implicancia. Comenzaron las persecuciones, las masacres, las expulsiones
Esta explicación aporta una respuesta a la esquemática información que Attalí nos había proporcionado, y que nos llevaba, por un sendero sin salida.
Abraham León, pensamos, nos ha ayudado a despejar la ruta.