Respuesta a Vargas Llosa por su artículo “Abu Ghraib, Gaza”:

Más flamígero que los brulotes de Mario Vargas Llosa

Jorge Luis Borges, en una de sus geniales apostillas, explicó que la vituperación es un género literario que no necesariamente vale algo más que los otros géneros. Quien vitupera -afirmó Borges- procede con desvelo y precisión, pero con un desvelo de tahúr.
La filosofía del arte concede que arte es todo aquello que los críticos y el público identifican como arte y como tal lo aceptan y lo consumen. Ya anciano, en uno de sus sonetos más íntimos y lacerantes, Borges confesó que «el arte entreteje naderías».
En cuanto escritor de novelas, y por ende artista, el señor Mario Vargas Llosa pareciera impulsado a saltar las vallas del corral con el que la desgarradora confesión borgiana ha cercado y delimitado el campo de la literatura. Pués en vez de entretejer naderías y asestarnos uno de sus farragosos novelones -que justo es admitirlo, la mayoría de la crítica y del público reconocen que han sido elaborados con buen arte- don Mario acomete ahora el género del comentario periodístico sobre cuestiones del Cercano Oriente. Sin embargo, en este género no se refleja el mismo buen arte de sus novelas, dado que el afamado autor hace estribar sus comentarios en sesgadas razones y los fundamenta en unas informaciones distorsionadas, endebles y tendenciosas, que le son provistas por ciertos medios gráficos o electrónicos de difusión. Vale decir que en cuanto comentarista, Vargas Llosa opera sin recurrir a la información directa sobre el terreno y se maneja conformándose con fuentes europeas de segunda mano, que cuando se trata de informar sobre Israel, sabido es que cargan las tintas, o las pantallas de TV, con un seudo humanismo pro árabe y pro palestino à la mode de París.
Frustradas hace años sus legítimas ambiciones como actor, autor y forjador del destino político de su propia y lejana patria sudamericana, el señor Vargas Llosa procura deslizar ahora, desde su ancha y cómoda manga europea, con desvelo de tahúr, una carta internacional de triunfo político que esté a la altura de un ciudadano del gran mundo. Con tal fin nos ha endilgado un inflamado engendro vituperioso de maese foliculario neófito en los enrevesados conflictos del Cercano y el Medio Oriente.
Atestados de flamígeros y a la vez acecinados tropos de aquel seudo humanismo parcializado, los brulotes de don Mario han ido a buscar amparo en el puerto de la capital sin puerto de un país peninsular y han echado anclas junto a unas rotativas cuyo propietario nunca ha dejado de ser un acólito del defenestrado aparato estalinista. Allende el Atlántico han fondeado los brulotes de don Mario junto a las rotativas del porteño matutino de una nación austral, cuyas páginas impresas debieran ser tribuna de doctrina democrática, como lo quiso su fundador, pero cuya dirección actual ha optado por sumarse al coro de la progresía internacional. Como van las cosas, si dichas páginas de El País y La Nación no lo son ya, corren el riesgo de caer en un anti norteamericanismo y en un anti israelismo primario, cegato y «facilista» en el que ya incurren otros matutinos porteños: uno de adocenadas características y el otro de estridentes sonidos cuyo nombre delata.
Abusaríamos de la paciencia del bienintencionado lector si en esta nota procurásemos enmendar todas las amistosas patrañas ‘vargasllosianas’ sobre el Estado de Israel, sobre su pueblo, sobre sus gobernantes libremente electos, sobre sus fuerzas políticas y sus fuerzas armadas, y también sobre esa gran nación que son los Estados Unidos de Norteamérica. A los efectos de sus vituperios, baste recordarle a don Mario algo que el lector sereno y bienintencionado ya sabe a pie juntillas: que Israel no se encuentra frente a las fuerzas armadas del terror integrista islamo-palestino como si estuviese en una justa deportiva o en un festival de fin de cursos en un liceo de apacibles señoritas, sino se ve enfrentado a una guerra en la que el Estado judío no tiene razón válida de ninguna especie para librar ese enfrentamiento armado con una mano atada detrás de la espalda, pues su lucha es antes de nada una lucha cruenta contra las fuerzas del terror fundamentalista islámico de Hamás, de Jihad islámica, de Jizballah y de otras fuerzas de guerrilla armada que son entrenadas, pertrechadas y manejadas por estados canallas terroristas del Cercano y el Medio Oriente. Esas fuerzas armadas, regulares e irregulares, tienen por principal finalidad, repetidamente declarada y puesta en práctica, la eliminación del estado judío y su suplantación por un estado islámico teocrático.
Ocho largas décadas lleva ya el asalto árabe a las aspiraciones de soberanía nacional de los judíos. Fracasado hasta ahora, ese asalto árabe al sionismo es anterior a la demonización contemporánea de los judíos por parte del Islam, brebaje demoníaco antiquísimo y postmoderno a la vez, que paladean y trasiegan, sedientos de placer, tantos periodistas, escritores e intelectuales europeos e hispanoamericanos. Cynthia Ozick relata que en tiempos de Goebbels la Gran Mentira sobre los judíos estuvo confinada principalmente en Alemania, y que buena parte del resto del mundo miraba entonces con honesta claridad a través de esa mentira. La Gran Mentira, o las grandes mentiras, ya que son tantas, se han diseminado ahora por todas partes y no sólo se han propagado entre los ignorantes o entre los desprevenidos, sino que han sido difundidas con premeditada malicia entre las clases intelectuales, entre las elites gobernantes, entre los más prestigiosos integrantes de la prensa de casi todas las capitales de Europa y de Hispanoamérica y entre los profesores universitarios y los diplomáticos.

Por supuesto, la Gran Mentira contemporánea concierne sobre todo a los judíos de Israel. Ellos son los opresores al estilo de los nazis, ellos son quienes despiadadamente prosiguen y perpetúan la «ocupación» con el único objetivo de dominar y humillar, ellos matan adrede niños palestinos; los militares israelíes cometen «masacres» en Jenín y en Gaza, el gobierno de Israel «viola la ley internacional»; la independencia nacional y la soberanía israelí carecen de legitimidad: los israelíes son unos intrusos y unos usurpadores que habitan una «entidad» ilícita y no son un pueblo como otros pueblos y con iguales derechos. La lista de Grandes Mentiras continúa…
Hasta se ha llegado a revivir el libelo de sangre y el libelo del deicidio por parte de los judíos. Respetables periódicos europeos publican caricaturas políticas que muestran al primer ministro de Israel mientras devora niños palestinos, o exhiben en sus caricaturas a soldados israelíes que cargan a la bayoneta al Niño Jesús en el pesebre.
Después que sus «hermanos árabes» fueran sucesivamente derrotados en las guerras de agresión que emprendieron en 1948, en 1967 y en 1973, los palestinos fueron derrotados por Israel cuando desataron la ola de violencia en 1987, por ellos denominada «la primer intifada». Los acuerdos de Oslo de 1993 buscaron la negociación y el compromiso con el fin de conseguir una paz estable. Pero los líderes del pueblo palestino eligieron la matanza, y no la avenencia, como vía de solución del conflicto. Y en oportunidad de su segunda intifada han llegado a concebir nuevas atrocidades como los criminales suicidas, cuyos artefactos de gran poder explosivo están siempre dirigidos a exterminar civiles en autobuses, a despedazar personas reunidas en un café, en restaurantes, en supermercados o dondequiera que civiles israelíes, tanto árabes como judíos, se congreguen pacíficamente.
Esa es la historia del conflicto en un relato de tan apretada síntesis que permita ser formulado en el breve lapso en que uno puede sostenerse en pie sobre un solo pie. Esa historia ha sido ignorada, denigrada, distorsionada e inicuamente falseada. Y ese reiterado falseamiento es el que ha hecho que la distinción entre antisionismo y antisemitismo se haya ido a pique, como se irán a pique los flamígeros brulotes del señor Vargas Llosa, si se obstinara en seguirlos cargando con infundados tropos incendiarios y con epítetos acecinados que poco y nada tienen que ver con los hechos. Vamos a examinar algunos.
En cuanto a las alarmas en relación a los ataques «con misiles aéreos a poblaciones inermes, asesinando niños, mujeres y ancianos…y dinamitando las viviendas de conocidos, familiares o vecinos» que menciona Vargas Llosa, gerundios a un lado, debemos acotar por nuestra parte que todas las operaciones de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) son planificadas y se ejecutan previa adopción de los máximos recaudos a fin de llevar a su mínima expresión los daños y las víctimas colaterales.
«Las viviendas de conocidos, familiares o vecinos» (Vargas Llosa dixit) no son pacíficas moradas de inocentes pobladores, sino madrigueras de terroristas combatientes que albergan bocas de salida de numerosos túneles destinados al contrabando de armas entre la Rafiah egipcia y la Rafiah de la Franja de Gaza, armas de tenencia prohibida a los palestinos según los acuerdos en vigencia.
«Los niños palestinos (son) aniquilados por la metralla en las calles», apunta Vargas Llosa, y con toda justicia y humanidad se compadece. Pero bueno sería que a esa sana compasión la aunase con un sereno entendimiento de que esos niños fueron sacados de sus casas, azuzados y dirigidos al frente del campo de batalla por los gritos enardecidos de muecines integristas o de activistas del terrorismo islamo-palestino en todas sus variantes, laicas o fundamentalistas, una de cuyas tácticas comunes es la utilización de niños, mujeres y ancianos en calidad de parapetos humanos.
«Los comandos exterminadores de Sharon sueltos en Gaza» que tanto indignan a Vargas Llosa, no son perros de presa desatados, como procura insinuar con su manido tropo. Se trata, en los hechos, de tropas de línea de férrea disciplina, que operan bajo un código ético de combate que está entre los más rigurosos códigos en toda la historia militar de los ejércitos de la civilización judeocristiana. Y entre los oficiales de dichos «comandos sueltos en Gaza», lo afirmo por conocimiento directo y personal, conozco a bastante más de cuatro miembros, o hijos o nietos de miembros de kibutzim de la federación del Kibutz Artzí, Hashomer Hatzair, cuyo vocero porteño es Nueva Sion. Esos jóvenes son voluntarios, dado que la incorporación a los comandos no es obligatoria y que la ley y la jurisprudencia del tribunal superior de Israel contemplan y amparan la objeción de conciencia al servicio militar, activo o de reserva. Dichos comandos son tropas que acatan la Convención de Ginebra y deben combatir contra cuadros irregulares armados en batallas callejeras, calle por calle y casa por casa, cuadros irregulares no uniformados las más de las veces, que han adoptado la táctica de guarecer a sus combatientes tras la población civil de ancianos, mujeres y, sobre todo, niños y adolescentes. Esa táctica ha comenzado a ser imitada por algunos movimientos antiglobalistas y contestatarios en Europa, y también por los llamados «piquetes» de un país sudamericano sumamente menospreciado por un famoso y obsesivo personaje novelesco de Vargas Llosa.
Los manidos epítetos cárnicos que usa Vargas Llosa, como signar de «carnicero» a Sharón, que si bien no es «santo de nuestra devoción» no deja de ser el único gobernante electo de la única democracia del Cercano y Medio Oriente, mejor haría don Mario si los guardase para cuando visite en Madrid a su protector don Jesús de Polanco, para enrostrárselo en una tarde de toros, si le gusta verlos, a un matador tan torpe en su faena como lo es don Mario en sus menesteres de comentarista de los sucesos del Cercano Oriente.

Manifiesta Vargas Llosa que «la crítica más feroz a las atrocidades contra civiles palestinos en Gaza no ha salido de la boca o pluma de los adversarios de Israel, sino de Tomy Lapid, líder de un partido laico de corte centrista». ! Chúpate ésa, don Mario! En este punto de la política interna israelí, Vargas Llosa debería acudir a algo de lo que él carece y a Lapid le sobra: experiencia de zorro viejo en cuestiones de Israel y del Cercano Oriente. Tomy Lapid, un relativo novato en la política, al frente de un nuevo partido de su creación, consiguió una significativa representación parlamentaria en las últimas elecciones, al enarbolar banderas de un laicismo antirreligioso a ultranza y otras promesas preelectorales que efectuó a determinados sectores de la clase media. Pero -!Oh sorpresas de la política!- de todas sus promesas, Lapid no ha cumplido casi ninguna.
Enredado Sharon con sus aliados de derecha extrema, que no aceptan su plan de retirada unilateral de la franja de Gaza, Tomy Lapid, político imberbe pero zorro viejo en las lidias del periodismo, ha olfateado la posibilidad de nuevas elecciones a breve plazo. Y esa experiencia levantina de la que manca Vargas Llosa, es la que precisamente le ha indicado a Lapid que de algún modo debe recuperar la alicaída confianza de sus electores yuppies -aunque no sean protestantes-, enfadados a raíz de las promesas preelectorales incumplidas. Como las habas, en todas partes se cuecen inescrupulosos en el uso de las palabras, y la veteranía de Tomy Lapid en tejemanejes de golpes de efecto mediáticos le indicó que no hay mejor lenitivo para derretir el tierno corazoncillo de un yuppie que el recurso al desatino, de tintes humanistas y progresistas, de comparar a su propia abuela, exterminada por los nazis en la Shoá, con una anciana palestina que andaba muy a lo vivo frente a las cámaras de TV, sobre las ruinas de la casa de su familia, que en los hechos que las cámaras de TV no muestran, había sido la tapadera de la boca de salida de un túnel para contrabandear armas.
En relación al número de oficiales y soldados israelíes que se han negado a servir en Samaria, Judea y Gaza, es decir los territorios ocupados en 1967, Vargas Llosa desconoce u omite aclarar que casi todos pertenecen a la reserva. Este número nunca ha sido significativo ni representativo y apenas bordea el uno por ciento de los oficiales del servicio activo y de la reserva de las FDI. Por lo demás, y dado que no soy aficionado a los sorteos de lotería y quinielas, ignoro qué cosa pueda ser el «número frecuente» (sic) de oficiales desertores que Vargas Llosa aduce conocer. La tirria anti israelí suele ser mala consejera, y hasta un reconocido purista y académico de nuestra lengua, como lo es don Mario, puede armarse un barullo si lo acicatean viejas tirrias reprimidas.
Vargas Llosa retorna al uso de las imágenes cárnicas, y de sus barricas de cecina extrae y se pone a revolcar lo que no pocos hispanoamericanos llamaríamos achuras y en España denominan despojos o vísceras. Arduo sería descifrar cuál será el «entrevero visceral» (sic) que don Mario advierte entre la crisis de Irak y los enfrentamientos armados en la franja de Gaza. A menos que usando una de las acecinadas figuras que tan bien le saben, fuera dable sospechar que hubiese deglutido, sin masticarlas previamente, unas cuantas de esas albóndigas que en vez de formarse con carne picada y huevos -como las preparaban nuestras madres-, se forman ahora virtualmente mediante la mezcla de un picadillo de teorías conspiratorias con los huevos de algunos eggheads norteamericanos, esos intelectuales que por la escotadura de cualquier sopera, en vez de ver salir el mango del cazo con el que se ha de servir la sopa, ven salir un kahal o un kabal de judíos neoconservadores que llevan de las narices al presidente Bush, a Mr. Cheney, al general Powell, a Condoleezza Rice y a todo el Senado, a la Cámara de Representantes y demás instituciones gubernamentales de los Estados Unidos de Norteamérica.
En nuestros viejos pagos las viejas criollas solían decir que no hay peor cosa que un empacho. En estos tiempos de medios masivos de comunicación no debe haber peor cosa que atracarse consumiendo The Guardian, El País, CNN, BBC, Cadena Ser, Página/12, Clarín e ainda mais, como dicen en la lengua de Camoens. Por fin, cumplo en transmitirle a don Mario que por estos pagos del Mare Nostrum oriental, no hace mucho he oído decir a una catalana joven, guapa y salerosa, que «hay escritores que escriben como los dioses, pero pensar, piensan con el culo». Por supuesto, se refería a José Saramago.

Chaim (Jaime) Lerner;
Tel Aviv, Israel.